Errores que se pagan caros

Oscar Arias Sánchez

Óscar Arias Sánchez

El mundo globalizado ofrece oportunidades, pero también implica retos. Eso no significa que debamos despreciar la globalización; significa, por el contrario, que debemos potenciar las oportunidades que nos ofrece, al mismo tiempo que buscamos y ejecutamos acciones para enfrentar los retos. Aprovechar las oportunidades y buscar soluciones son responsabilidades ineludibles.

Uno de los retos más difíciles de este tiempo en que nos tocó vivir es cómo enfrentamos los problemas económicos internacionales, al tiempo que mantenemos vivas nuestras aspiraciones de desarrollo. Está demostrado que un mal año en inversión en educación, en salud, en infraestructura, en deporte o en investigación científica significa décadas pérdidas para generaciones enteras. Los errores del presente se pagan muy caros en el futuro. Eso, sin embargo, es algo que con un rumbo claro y políticas públicas valientes, Costa Rica ha podido evitar. Otros países de la región, desafortunadamente, no pueden decir lo mismo.

Los países más ricos, como los europeos y los Estados Unidos, se están debatiendo entre recortar el gasto público o aumentarlo, con el fin de poner en orden sus economías. Tan sólo cinco años atrás, en el mejor de los casos las economías de esos países se han desacelerado, y en el peor, han dejado de crecer; es decir, han entrado en recesión económica. Podemos discutir eternamente sobre cuál es la teoría económica más conveniente para que esos países reactiven sus economías. Muchos libros se han escrito sobre esa materia. Sin embargo, para un socialdemócrata convencido, la decisión no es tan difícil: la economía debe estar del lado de quienes menos tienen, detrás de los que menos tienen y al frente de los que menos tienen.

Los que sugieren austeridad en estos momentos para reducir el déficit fiscal, cuando el precio de esa austeridad es el recorte repentino e indiscriminado de los servicios públicos, están equivocados. Quiénes hacen un llamamiento a una mayor austeridad lo sugieren para aquellos países que han aumentado vertiginosamente su deuda pública, como es el caso de Grecia, Irlanda, España, Portugal, Italia y Japón, cuya deuda representa, en este último caso, hasta un 240 por ciento de su producto interno bruto (PIB). Ese, sin embargo, nunca ha sido el caso de Costa Rica, y mucho menos lo fue durante alguno de mis dos gobiernos.

Al inicio de mi segunda Administración (2006-2010) disminuimos la deuda pública en aproximadamente un 15 por ciento del Producto Interno Bruto y, por eso, cuando llegó el momento de las vacas flacas con la crisis financiera internacional del 2008, pudimos gastar y endeudarnos de nuevo, con prudencia y responsabilidad.

Tomamos las medidas necesarias para enfrentar la crisis lanzando el «Plan Escudo», y gracias a esas medidas no quebró un solo banco, no quebraron empresas, ni se perdieron casas, ni aumentó el desempleo, como ha sucedido en casi todos los países industrializados. La evidencia histórica nos indica que la mejor manera de reducir un desequilibrio fiscal es combinando una reducción paulatina del déficit con un rápido crecimiento económico, que genere un aumento en los ingresos del gobierno. Eso, precisamente, fue lo que hicieron los países de Europa para combatir los altos déficits al finalizar la II Guerra Mundial.

Eso, precisamente, fue lo que hizo Bill Clinton durante su período como presidente de Estados Unidos. Eso, precisamente, fue lo que hicieron los suecos hasta alcanzar la muy aplaudida reducción del déficit entre los años 1994-1998. Por ello, pedirle hoy a algunas economías europeas en recesión que reduzcan el gasto bajo la bandera de la austeridad es irresponsable e injusto.

Esa política de propiciar un mayor crecimiento económico y reducir el déficit fiscal paulatinamente es la política que defiende el presidente Barack Obama frente al candidato republicano Mitt Romney; es la política que defendió Françoise Hollande frente a Nicolás Sarkozy, y que le permitió llegar a la Presidencia de Francia; es, también, la política que siguió mi Gobierno durante la crisis financiera de hace cuatro años.

En Estados Unidos esa política se denomina «demócrata», en Francia se denomina «socialista» y sólo algunos despistados la llaman en Costa Rica «neoliberal». Cuando mi Gobierno tomó la decisión, con el consentimiento de todos los ministros y ministras, de dedicar el 51 por ciento del presupuesto del año 2010 a la inversión social, fue no sólo una decisión premeditada, sino además correcta.

¿Puede ser tildado de neoliberal un gobierno que en plena crisis económica destina más de la mitad del presupuesto público a programas sociales? Evidentemente, no. En el plano social, destinamos más de la mitad del presupuesto del Gobierno al gasto social, siendo nuestra administración, en la historia del país, la que más recursos destinó al bienestar de la población más pobre y vulnerable. Ningún costarricense olvidará jamás que creamos el Programa Avancemos, que cuadruplicamos las pensiones del régimen no contributivo de la Caja Costarricense de Seguro Social y que destinamos el 7,2 por ciento de nuestros recursos a la educación pública. A pesar de lo mucho que cuesta hacer cosas en este país, desde el primer día de mi administración sabíamos muy bien hacia dónde nos dirigíamos, y le dimos un rumbo claro a Costa Rica.

18 de junio de 2012