Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República de Costa Rica
Premio Nobel de la Paz 1987
San José, 20 de febrero de 2014
El 20 de febrero de 1988, en Heredia, cumplí la promesa que le hice a los costarricenses de que, con el aporte que recibí del Premio Nobel de la Paz, crearía una fundación. Han pasado 26 años desde entonces y quiero compartir con ustedes las palabras que pronuncié ese día.
La semilla de la paz y el amor
Vengo a renovar un compromiso
Vengo aquí a sembrar una semilla y a renovar un compromiso. Vengo a entregar treinta millones de colones que corresponden al Premio Nobel de la Paz de 1987. Vengo a decirles que entrego este premio para combatir la pobreza y otras formas de violencia; que lo entrego para reafirmar mi fe inquebrantable en los caminos de la paz, de la libertad y de la democracia.
Esta semilla que hoy planto es del fruto que ayer recogimos. Es la historia de paz de un pueblo libre. Es la historia del coraje de un pueblo sin armas. Es la historia de las democracias en tierras dominadas por tiranos. Es la historia del maestro y no del soldado. Es la historia del Derecho y no de la arbitrariedad. Es la historia del diálogo y no del dogmatismo. Es la historia que habla de un pueblo que triunfó en una batalla de paz sin amenazas ni tanques; una batalla sin traicionar un pasado hermoso, sin renunciar a forjar un futuro de esperanza.
Para que nuestros hijos, para que las nuevas generaciones de costarricenses puedan disfrutar de paz, de libertad y de democracia; para que puedan sentir orgullo del pasado, nosotros debemos ser capaces de vencer hoy los retos de la guerra y la miseria.
En nuestra historia de paz hay principios y hay valores suficientes para enfrentarse a las amenazas de la guerra. Solo una minoría sin fe alienta soluciones de fuerza, tratando de ignorar nuestro hermoso legado de paz.
En nombre de la paz
Con la misma fuerza que defendemos lo bueno de nuestro pasado, debemos cambiar lo que ya no sirve y lo que nunca sirvió.
Esta Fundación que iniciamos hoy, no puede ser neutral de cara a nuestra historia y al futuro. La paz de que hoy disfrutamos ha de pasar, robustecida, a las generaciones futuras. Pero ello dependerá de la valentía y de la imaginación con que defendamos nuestros valores de siempre y de la justicia que seamos capaces de garantizarles a quienes sufren soledad y miseria. Para nosotros nada puede ser más hermoso, nada puede tener mayor significado que luchar para derrotar la pobreza en nombre de la paz.
Esto de iniciar, en Costa Rica, una fundación con el aporte de un Premio Nobel de la Paz es un símbolo de unión nacional, un lazo que nos ata en las raíces mismas de nuestra identidad, por encima de diferencias políticas y de toda otra discrepancia.
Cuando recibí este premio dije que lo recibía como uno de los cuatrocientos millones de latinoamericanos que buscan en el retorno de la libertad, en la práctica de la democracia, el camino para superar la miseria y la injusticia. Dije que lo recibía como uno de los veintisiete millones de centroamericanos, que han vivido más de cien años de dictadores despiadados y de injusticia y pobreza generalizada; que este dolor es el antecedente del despertar democrático de Centroamérica, y que vivir la violencia durante otro siglo o alcanzar la paz superando el miedo a la libertad, es el reto de mi pequeña América. Solo la paz puede escribir una historia nueva.
Dije, también, que recibía este premio como uno de los dos millones setecientos mil costarricenses; que mi pueblo respira su libertad sagrada por dos océanos, que son sus fronteras al este y al oeste, y que al sur y al norte Costa Rica ha limitado casi siempre con el dictador y la dictadura. Dije que somos un pueblo sin armas y luchamos por seguir siendo un pueblo sin hambre. Dije que somos para América símbolo de paz y queremos ser símbolo de desarrollo, y que nos proponemos demostrar que la paz es requisito y fruto del desarrollo.
Recibí este premio como uno de ustedes, hombres y mujeres que, sin disfrutar de los beneficios del desarrollo, no pierden la fe porque tienen libertad; no pierden la esperanza porque confían en la democracia. El ejemplo de ustedes, el testimonio de amor que ofrecen en la más severa adversidad, el ejemplo de paz permanente de sus corazones, a pesar del hambre que pueda existir en alguna familia humilde, apretaba mi corazón cuando, en nombre de ustedes, recibí el Premio Nobel de la Paz.
El mandato para construir la nueva Costa Rica está aquí, con ustedes. Está aquí, en la Costa Rica olvidada que es diferente gracias a quien, en silencio, muestra cómo se puede ser generoso, día tras día, en la adversidad que le persigue también día tras día.
El poder político nunca tendrá sentido si no se le utiliza para disminuir la miseria y el dolor. Por esta razón, he querido constituir una Fundación para la Paz y el Progreso Humano. Anhelo que esta Fundación que iniciamos sea símbolo renovado de los valores que compartimos los costarricenses, que sea ejemplo de nuestra voluntad de ser fieles a nuestras acciones, a nuestros pensamientos, a los principios que nos transmitió Jesús dos mil años atrás.
Llenos de esperanza
La Presidencia de esta nueva Fundación será ejercida por Margarita. Ella —ustedes lo saben— es la mejor garantía de que serán los mandatos de los más necesitados, de los oprimidos, de los más humildes, de los desposeídos, de los que son víctimas de las guerras, los que habrán de orientar las acciones de esta Fundación. Pediremos recursos en Costa Rica y en los países amigos, para que se sumen a esta noble causa que hoy iniciamos llenos de esperanza.
Queremos hacer indestructible nuestro camino de paz. Queremos hacer invulnerable el disfrute de nuestra democracia. Queremos hacer inexpugnable ante los fanatismos el goce de nuestras libertades. Para tener éxito en estos propósitos, debemos ser capaces de cambiar el destino de quienes sufren la pobreza.