Liberación Nacional es un partido reformista

Discurso

Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República
60 Aniversario del Partido Liberación Nacional

San José, 16 de octubre, 2011

Amigas y amigos liberacionistas, distinguidos invitados:

No doy serenatas, pero lo que hoy vengo a decirle al Partido Liberación Nacional me sale del corazón. No soy bueno envolviendo regalos, pero la verdad es que no hay papel que alcance para envolver el inmenso cariño que le tengo al Partido Liberación Nacional. No soy un gran fiestero, pero por nada del mundo me perdería la fiesta de los 60 años de nuestro partido. ¡Feliz aniversario amigos liberacionistas!

Todos debemos sentirnos agasajados en este día. El Partido Liberación Nacional no es sólo sus instalaciones, sus manifiestos y sus emblemas, sino sobre todo su gente. Somos nosotros, los miembros orgullosos de este partido político, los que cumplimos años. Esa es la razón por la que Liberación Nacional ha sido por más de 6 décadas el partido político más grande que nuestra tierra haya visto nacer: porque entre sus filas siempre ha contado con hombres y mujeres maravillosos. Con hombres y mujeres trabajadores. Con hombres y mujeres comprometidos con la democracia, la libertad y la justicia social. Con hombres y mujeres deseosos de construir una Costa Rica capaz de pensar en grande.

El aniversario de cualquier partido político conlleva siempre un significado profundo. A veces se nos olvida que los partidos políticos son la base de toda democracia. Si bien individualmente todos poseemos el derecho sagrado al voto, así como la libertad de optar por cargos públicos, lo cierto es que la democracia es siempre un ejercicio colectivo.

Que un partido pueda cumplir 60 años de continua actividad política, incluido el haber estado 9 veces en el gobierno, habla muy bien de la democracia costarricense. Son muy pocos los partidos políticos del mundo, y ciertamente ningún otro en Costa Rica, que alcanzan esta longevidad. En nuestro país no sólo es posible fundar partidos políticos, sino que también es posible mantenerlos vivos hasta cuando sus militantes lo quieran; y no hasta cuando el gobernante de turno lo decida. Nuestra libertad de asociación política es uno de los derechos más valiosos que nos regaló la Constitución de 1949, y nosotros, los liberacionistas, somos quienes mejor hemos honrado ese derecho. Este 60 Aniversario no es sólo importante para el Partido Liberación Nacional, sino también para el sistema democrático costarricense.

Este aniversario solo puede significar que Liberación Nacional interpreta muy bien el alma costarricense, que nuestro partido continúa siendo una caja de resonancia de las esperanzas de nuestro pueblo, que sigue siendo la mejor trinchera para pelear las batallas por el futuro de Costa Rica. En este aniversario, sin embargo, no puedo dejar pasar la oportunidad de recordar también las batallas que el partido peleó en el pasado. Nació en esta casa la lucha por la pureza del sufragio y por las instituciones necesarias para garantizarla. Nacieron aquí la abolición del ejército y una política exterior antibelicista, que nos valió el respeto y la admiración del mundo.

Nacieron aquí grandes reformas en educación, vivienda y lucha contra la pobreza que hicieron de Costa Rica un país más solidario. Nacieron en esta casa las políticas que hicieron posible preservar la paz social y volver a la senda del progreso, tras las graves crisis económicas de los años 1980 a 1982 y 2008 a 2010. Nacieron aquí las decisiones que nos permitieron integrarnos al mundo, ser el primer país exportador per cápita de productos de alta tecnología de América Latina, y atraer inversiones millonarias del más alto nivel. Esa es la obra reformista de Liberación Nacional, de la que me siento orgulloso, y de la que nunca, nunca, renegaré.

Y no lo haré, porque esa es precisamente la razón que nos permite celebrar hoy: Liberación Nacional no es un partido dogmático; Liberación Nacional es, ante todo, un partido reformista. Nuestro partido jamás hubiera podido cumplir 60 años, de no ser porque ha venido adaptándose con los tiempos. De no ser porque ha venido abriendo caminos que otros partidos temieron abrir. De no ser porque ha sabido leer la Costa Rica y el mundo del siglo XXI. De no ser porque ha aceptado el cambio como un principio elemental. Somos conscientes de que las políticas de los años 50 resultaron ser exitosas en su momento, pero que en el 2011 no lo serán en medio de un mundo que ha cambiado y nos exige a nosotros cambiar. Como la letra de aquella hermosa canción de Julio Numhauser que nos cantaba Mercedes Sosa, cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo. Y así cambió Costa Rica. Cambiaron nuestras instituciones. Cambiamos nosotros. Cambiaron nuestras aspiraciones. Nos guste o no. El cambio y los principios son lo único que no cambia, la socialdemocracia moderna así lo ha comprendido.

Una social democracia moderna, tal y como la definimos cuando ustedes me honraron haciéndome candidato por segunda vez, es la que contra todo tipo de obstáculos, puso a Costa Rica a caminar de nuevo. Una socialdemocracia moderna que cree en el potencial competitivo de nuestro país y en su capacidad para ocupar un sitial privilegiado en el mapa económico mundial. Una socialdemocracia moderna que, a pesar de su corta edad y de quienes la han criticado, le devolvió la esperanza a los costarricenses. Una socialdemocracia moderna que cree que el gasto público debe dirigirse prioritariamente a la inversión social, atendiendo las necesidades de los más débiles y más pobres.

Al igual que otros partidos socialdemócratas en América Latina y en Europa, los liberacionistas renovamos nuestra ideología. Decidimos voluntariamente actualizar nuestro partido, antes que dejar que la historia lo hiciera por nosotros. En pocas palabras, dejamos de tenerle miedo al cambio. Nos atrevimos a soñar en grande. Nuestra socialdemocracia moderna levantó a Costa Rica de su desidia, le fijó un rumbo y la impulsó a abandonar la madriguera del temor y de la apatía para navegar en el mar abierto de la esperanza. Nuestra socialdemocracia moderna es el signo de la verdadera grandeza de Liberación Nacional: su vocación de pensar y actuar como gobierno. Su vocación de ser el partido natural de gobierno en Costa Rica.

Nuestra misión, como liberacionistas, es preservar esa vocación. Es seguir caminando el camino que nosotros mismos, desde el partido, hemos construido. Es continuar profundizando las obras reformistas de los gobiernos liberacionistas. Parafraseando a Emmanuel Kant: “en temas de política y de economía, si los costarricenses no avanzamos, retrocedemos”. Si no hay un horizonte de realización material y espiritual se retrocede, si la mezquindad y el corto plazo sustituyen a la visión y a los ideales, se retrocede. Y si lo que existe es retroceso Liberación Nacional y el pueblo de Costa Rica deben retomar y profundizar las transformaciones que lleven bienestar, progreso y modernidad.

Por ello es necesario continuar avanzando en la modernización de Costa Rica, postulado básico de la nueva socialdemocracia moderna. Como lo dije hace un año durante la celebración del 59 Aniversario del Partido:

“La socialdemocracia es una inspiración, no un manual; es una brújula, no una camisa de fuerza. La socialdemocracia que yo defiendo y quiero es la misma de don Pepe: “un sistema económico que produzca con eficiencia y distribuya con justicia”. Una socialdemocracia que defienda la presencia de un Estado vigoroso, pero también dispuesta a admitir que, por gloriosos que hayan sido algunos logros de la actividad estatal en Costa Rica y más allá, ningún principio socialdemócrata es suficiente para justificar toda intervención estatal como intrínsecamente virtuosa y justa. Con frecuencia, lo que se había entendido por socialdemocracia no era más que una defensa sin cortapisas de un estatismo paralizante y hasta antidemocrático. Ya hemos visto muchos casos en que el dominio estatal de la prestación de un servicio no es otra cosa que una coartada para esconder su control por parte de grupos, gremios e intereses minoritarios y mezquinos, que muy poco tienen que ver con los del pueblo costarricense. Es preciso que entendamos que control estatal no es lo mismo que regulación estatal, y que control burocrático no es lo mismo que control democrático.”

En mí pasada Administración no lo pudimos hacer todo para convertir a Costa Rica un país más moderno, pero hicimos lo que pudimos y lo que teníamos que hacer. Entre muchas otras cosas, aprobamos el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, abrimos los monopolios en seguros y en telecomunicaciones, y negociamos nuevos tratados comerciales con la Unión Europea, con China y con Singapur. Negociamos la concesión para darle a Limón un puerto de primer mundo, y presentamos proyectos de ley para modernizar y poner a derecho nuestras Zonas Francas, así como para incentivar la inversión, tanto pública como privada, en el sector de energía eléctrica. No debemos echar marcha atrás en estos proyectos. No podemos dejar que se detengan, ni mucho menos permitir que se reviertan.

Me preocupa que haya gremios empeñados en traerse abajo todo este esfuerzo. Me preocupa que haya diputados que le crean a los sindicatos, cuando dicen que nuestro país no necesita de la inversión privada para satisfacer la demanda actual y futura de energía, sobre todo si queremos aumentar nuestra productividad y competitividad. Me preocupa que en este país sea tan fácil impugnar una concesión, y que cualquier ocurrencia sea suficiente para atrasar inversiones millonarias que Costa Rica necesita con urgencia, particularmente en provincias costeras. Me preocupa la inseguridad jurídica y los mensajes contradictorios que, permanentemente, estamos enviando a nuestros empresarios y a nuestros inversionistas.

Parece mentira que algunos políticos y grupos de presión sigan viviendo, a estas alturas, en el pasado. Creo que la explicación de esa actitud es sencilla: como nos dice Juan Enríquez, “el futuro puede, en efecto, ser muy intimidante para los conservadores del status quo”. Pero lo cierto es que el futuro nos alcanzó. No nos queda más que lidiar con los cambios que trae nuestra era y adaptarnos a ellos, sacando el mayor provecho posible. Nada hacemos con darle la espalda al mundo, porque es en el mundo en donde está aquello que tan profundamente anhelamos: un mayor desarrollo para Costa Rica. Parafraseando al gran Víctor Hugo “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable, para los desorientados es lo confuso, para los temerosos y calculadores, es lo desconocido; para nosotros, en cambio, costarricenses y liberacionistas del siglo XXI, es la oportunidad de crecer y realizar nuestros sueños, la oportunidad de acabar con la injusticia y con la miseria”. Como bien lo pensaba nuestro poeta Jorge Debravo, el futuro es la oportunidad de “que todos tengan pan, y techo, y salud, y educación, como se tiene el aire”.

Y digo que pensemos no sólo en la Costa Rica del futuro, sino también en los gobiernos del futuro, porque una de las mayores preocupaciones de un partido político debe ser siempre la calidad de la convivencia democrática. Los signos de ingobernabilidad y de erosión de la legitimidad de nuestras instituciones políticas, visibles desde hace mucho tiempo, se han convertido hoy en algo mucho más serio. De ser la democracia más consolidada de América Latina, hemos pasado a tener un sistema político con partidos improvisados, con menguada participación popular, atiborrado de denuncias penales, atado por tecnicismos burocráticos y con casi nula capacidad para llegar a acuerdos.

Mejorar nuestra gobernabilidad, conlleva reafirmar el poder democrático de quienes fueron electos para gobernar. Hoy tienen más poder en Costa Rica las cúpulas sindicales y algunos burócratas, que los representantes democráticamente electos por el pueblo. Como partido político, debemos tener mucho cuidado con que las decisiones políticas pasen a un segundo plano, en nombre de un objetivismo o tecnicismo poco legítimo. Debemos discutir, con sana preocupación, sobre el poder que tienen en este país unos pocos para imponer sus intereses a las mayorías.

Me decía hace unas semanas en Ottawa, Canadá, un alto funcionario del servicio exterior, sobre el servicio civil de su país: “si el gobierno decide que el mundo es plano, los burócratas, o están de acuerdo, o renuncian”. Ese servicio civil no es sólo el que tiene actualmente Canadá con Harper, sino también el que tuvo antes con Trudeau. Es el servicio civil que tiene actualmente Alemania con Merkel, y el que tuvo antes con Schroeder. Es el servicio civil que tiene actualmente el Reino Unido con Cameron, y el que tuvo antes con Blair. Es el servicio civil que tiene actualmente Estados Unidos con Obama, y el que tuvo antes con Bush. En Costa Rica, por el contrario, los mandos medios de nuestra burocracia deciden con cuál gobierno simpatizar y con cuál no, lo que tiene consecuencias profundas para la gobernabilidad.

En muchos sectores gremiales y grupos de presión hay miedo al cambio, y mucho egoísmo. Hay egoísmo en algunos sectores empresariales del país, ciegos ante las desigualdades, desentendidos del tejido social, reacios a entender que si no creamos un sistema tributario progresivo, recogeremos una amarga cosecha de injusticia, exclusión y violencia. Hay egoísmo en algunos sectores sindicales que, refugiados en un discurso anacrónico y anti-democrático, están dispuestos a incendiar el país e impedir toda reforma económica, con tal de preservar sus privilegios y su derecho de llave sobre instituciones que no les pertenecen a ellos, sino a todos los costarricenses. Hay egoísmo en algunos partidos políticos que, incapaces de asumir su condición de minoría, han preferido secuestrar la democracia para mantener la vigencia política de sus pequeñas parcelas electorales.

La tierra prometida que nos propone la vieja izquierda populista y la más reciente tendencia neo-estatista, anquilosada en algunos grupos y políticos del país, no es otra que la tierra prometida del ayer. Es ese viejo estatismo que insiste en dar la espalda a la integración económica, en regresar al proteccionismo comercial, en menospreciar la inversión extranjera, y en hacer depender el progreso tecnológico del país de las inversiones que pueda realizar el Estado, pese a que todas esas posiciones constituyen, hoy por hoy, la vía más segura para condenar a Costa Rica al subdesarrollo. Es en la vieja izquierda populista y en ese estatismo de nuevo cuño donde se sigue pensando que en el mundo, para ser progresista, hay que preservar los monopolios estatales, aunque se hayan convertido en cuellos de botella para nuestro desarrollo económico. Es ahí donde continúan defendiendo sin cortapisas un estatismo paralizante; y suponen, como un artículo de fe, que el control estatal de los medios de producción es equivalente a su control por parte de los ciudadanos. Estos grupos políticos prefieren volver la espalda a la historia antes que asumir el reto de nuestro tiempo, continúan negando la globalización y considerando la adaptación a ella como una inaceptable felonía y una traición a la patria. Para nosotros, liberacionistas y costarricenses del siglo XXI, el pasado es el punto de partida que nos permite conquistar el porvenir.

Pero también la extrema derecha nos tiene atados al pasado. Porque si no es progresista pretender volver a 1970 como la vieja izquierda y el neo-estatismo sugieren, mucho más reaccionario aún es pretender regresar al siglo XIX, que es lo que nos propone la extrema derecha liberal. La que ha asumido el “sálvese quien pueda” como filosofía política; que no cree en el valor de la igualdad, ni en el compromiso de que la sociedad asegure a todos los ciudadanos un nivel de vida compatible con su dignidad humana. Es la extrema derecha que no cree que quienes disfrutan de lo superfluo tienen la obligación de contribuir al bienestar económico de quienes carecen de lo esencial; que aspira a que Costa Rica tenga la carga tributaria de Guatemala, aunque eso signifique condenar inexorablemente a nuestros servicios públicos al colapso. Es la extrema derecha que piensa que la pobreza se resuelve con caridad, y no con mecanismos de solidaridad social articulados por el Estado, como la Caja Costarricense de Seguro Social y el Programa Avancemos. Es la extrema derecha que sueña con mutilar las capacidades del Estado, inclusive aquellas necesarias para llevar a cabo funciones como la redistribución de la riqueza, el combate a la pobreza, la lucha contra la desigualdad social y la inversión en desarrollo humano, que el mercado difícilmente puede realizar y que resultan decisivas para el futuro de cualquier país. Ni la vieja izquierda, ni el estatismo de nuevo cuño, ni la extrema derecha, podrán construir el país con que los costarricenses soñamos. La esperanza, entonces, está puesta en un partido moderado y reformista como Liberación Nacional, fiel a los principios y por eso siempre actual, siempre moderno y progresista.

Tras muchos años de vagar sin rumbo, finalmente, en mi gobierno, nos atrevimos a tomar decisiones. Costa Rica tiene entre sus manos, hoy más que nunca, la posibilidad de convertirse en una nación desarrollada, pero esa posibilidad depende de que sea capaz de construir y mantener una cultura política desarrollada. Una forma más madura de entender el proceso democrático, que se caracterice por la altura de miras, por la claridad intelectual de los programas de gobierno, y por la persecución de un fin común a la hora de ejecutar los grandes proyectos que el país urgentemente requiere.

Por esa razón, celebro que en las últimas semanas hayamos sido testigos de una negociación valiosa: El acuerdo político para aprobar, por la vía rápida, una reforma tributaria. Los intereses extremos de algunos partidos liberales en este país le han negado a los costarricenses una reforma fiscal solidaria y moderna. Llevamos dos administraciones, incluida la mía, sin que logremos conseguir una reforma tributaria por la oposición permanente de un partido político que no cree en impuestos. Sumado a esto, está el anacrónico Reglamento Interno de la Asamblea Legislativa, que le permite a ese único partido, o a cualquier diputado, imponer su negativa para mejorar la Hacienda Pública. Siempre hablé, durante mi pasada campaña política, de la necesidad de hacer una reforma tributaria para poder agregar 2 o 3 puntos del PIB. Sin embargo, un partido político me dijo, al inicio de mi Administración, que ni siquiera intentara presentarla, ya que no me iban a permitir pasarla. Por esa razón, como ciudadano y como liberacionista, celebro la posibilidad de que a finales de año podamos contar con una reforma tributaria.

Siempre he dicho que en una negociación uno obtiene lo que puede y no lo que quiere. Sé que es prácticamente imposible para el gobierno lograr que se apruebe la reforma fiscal sin ceder en algunos temas. Ahora bien, uno de los temas que debe discutirse con mayor cuidado, y que no debe aprobarse, son los impuestos adicionales a las empresas instaladas en las Zonas Francas del país. Este es un punto del proyecto que no puede verse, únicamente, en términos de lo que el Estado puede dejar de percibir. Lo cierto es que por cada dólar que el Estado sacrifica en estos regímenes preferenciales, obtiene, de las Zonas Francas, 8 dólares. La inversión que las empresas extranjeras han hecho a lo largo de la última década desde las Zonas Francas ha sido crucial para modernizar e impulsar nuestra economía, aún en medio de crisis financieras internacionales.

Si bien nuestra producción es sostenida en mayor medida por las pequeñas y medianas empresas nacionales, lo cierto es que el encadenamiento de la industria nacional con las empresas extranjeras es esencial en términos de transacciones comerciales y de transferencia tecnológica y de conocimientos. Hoy, es prácticamente imposible desligar la industria nacional de la industria extranjera. Más importante aún, es tener en cuenta lo que las empresas ubicadas en las Zonas Francas de nuestro país representan en términos de empleo. Mientras que los países desarrollados viven la tragedia del desempleo, con 44 millones de personas desempleadas, en nuestro país las empresas ubicadas en las Zonas Francas contratan a casi 60 mil personas directamente, y por cada una de esas personas hay tres más que se benefician indirectamente. Se trata, además, de empleos de altísima calidad y bien remunerados. Los empleados en las Zonas Francas generan un salario promedio mensual de 1.028 dólares por trabajador, suma que es 1,6 veces mayor que el salario promedio nacional pagado en el sector privado del país.

Muchas empresas en las Zonas Francas son las que están contratando a nuestros jóvenes recién graduados de las universidades. Es cierto que necesitamos impuestos para mejorar nuestra educación, pero también es cierto que a quienes ya les ayudamos a poder terminar una carrera universitaria, debemos también ayudarles en su derecho a obtener un empleo digno, y son las empresas de las Zonas Francas las que frecuentemente están contratando jóvenes costarricenses. Solo en el año 2010, el 37% del nuevo empleo en el sector privado fue generado por empresas ubicadas en las Zonas Francas. Mi preocupación fundamental son nuestros jóvenes. Nuestros estudiantes del Instituto Tecnológico, de la Universidad de Costa Rica, de la Universidad Nacional, de la Universidad Técnica de Alajuela y de las universidades privadas del país. No tiene ningún sentido educar a nuestros jóvenes, si al final de su carrera deben abandonar Costa Rica, para buscar en otros países los empleos de calidad que aquí les negamos. Siempre lo he dicho: O exportamos bienes y servicios, o exportamos personas y cerebros.

Como es frecuente en nuestro país, esta discusión ha estado rodeada de una serie de mitos y falsos argumentos. Se ha dicho que este tipo de regímenes en Costa Rica son contrarios a las reglas de la Organización Mundial del Comercio, algo que no es cierto, pues nuestro país ya se puso a derecho en mi gobierno, con la aprobación por unanimidad de una ley que reformó las Zonas Francas. Se ha dicho que en otros países estas empresas pagan impuestos y que no por ello se han ido, como si las condiciones de Costa Rica no fueran distintas, y como si no tuviéramos que competir con naciones como Vietnam, Malasia, Chile, Singapur, China e India, entre otras, donde empresas como las que se han asentado en nuestro país reciben una enorme cantidad de beneficios adicionales. Argumentar que no todas las empresas de las Zonas Francas del país se van a ir por la imposición de esos impuestos, es contar la mitad de la historia. El problema no es sólo las empresas que se puedan ir, sino también las que dejan de llegar.

No podemos seguir enviando al mundo señales de inseguridad jurídica. Nos enorgullecemos de ser un Estado de Derecho, pero defender ese ideal pasa por ser congruentes con nuestras políticas y leyes. El Estado debe otorgarle a los empresarios, nacionales y extranjeros, la certeza de que hay claridad en las reglas del juego para hacer negocios. Hace tan sólo 20 meses, en mi gobierno, aprobamos por unanimidad de las fracciones legislativas una reforma a la Ley de Zonas Francas, y hoy se promueve una reforma en otro sentido. La ley con que contamos actualmente ya fija un régimen impositivo que incluye el pago del impuesto sobre la renta y nuevos incentivos para que las zonas rurales también se beneficien de esta inversión. Después de un cuidadoso análisis comparativo sobre los estímulos a la inversión extranjera que ofrecen otras naciones, nuestra Asamblea Legislativa aprobó el actual régimen de Zonas Francas pensado para operar durante 20 años… no durante 20 meses. Como lo dije en aquella oportunidad en que sancioné la actual ley de Zonas Francas: “Salvo algunos ideólogos del siglo pasado, los expertos aseguran que el país no debe cambiar un modelo de desarrollo que hasta ahora le ha rendido excelentes resultados.” Es vital para el país aprobar la reforma fiscal, y espero que así ocurra en las próximas semanas, pero también es imprescindible explorar todas las vías de la negociación y la flexibilidad políticas. Como lo he dicho desde hace 40 años, se requiere más valor para coincidir que para discrepar. Por el bien de Costa Rica, espero que los distintos actores, con posiciones divergentes en este tema, puedan transigir y arribar a un acuerdo satisfactorio. Confío en que la negociación y el diálogo corrijan esa equivocada señal de incertidumbre e inseguridad jurídica. Todo el ser de la patria, y lo mejor de nuestros anhelos y pensamientos, deben estar centrados en un porvenir donde el crecimiento económico y la creación de empleos bien remunerados sean la vía para llevar justicia y solidaridad a las familias costarricenses.

Amigas y amigos:

No hay duda de que Costa Rica tiene delante de sí oportunidades extraordinarias. Las tareas que habremos de emprender requerirán del esfuerzo, del talento y del sacrificio de todos los costarricenses. No son tareas que emprendamos con la ingenuidad de quien piensa que todo será simple, sino con la esperanza madura y certera de un pueblo que conoce su propio talento y la raíz profunda de sus valores. Pero son tareas que requieren que hombres y mujeres extraordinarios asuman ese gran sacrificio personal que es la función pública bien entendida, y es nuestro deseo que esos hombres y mujeres provengan del Partido Liberación Nacional. Hombres y mujeres de sólida formación y de pensamiento profundo. Hombres y mujeres capaces de navegar con el pulso firme y la mirada serena en las turbulentas aguas de nuestro mundo globalizado, interdependiente y conflictivo. Hombres y mujeres cuya vocación de servicio a los demás no admita duda y cuya integridad sea el pilar fundamental sobre el cual han construido sus vidas y sus carreras. Hombres y mujeres que sean testimonio fiel de concordancia entre lo que se dice y lo que se hace. Hombres y mujeres cuyo coraje e imaginación se renueven cada día. Hombres y mujeres que reflejen lo grande de la política y el más firme compromiso de diseñar un mejor futuro para todos los costarricenses. Hombres y mujeres liberacionistas.

Como nación, y como partido, podemos gastarnos los años gritándole al viento por soplar en la dirección contraria a la posición de nuestras velas, o podemos acomodar las velas y aprovechar el viento. No existe nada extraordinario en esto. Por el contrario, lo ilógico es pretender negar el curso de las cosas. El Partido Liberación Nacional acomodó sus velas y aprovechó el viento, y por eso hoy cumple 60 años. A los hombres y mujeres liberacionistas, a los aquí presentes y a los venideros, debemos dedicar y encargar este aniversario. Quienes tomaron las riendas del Partido, y quienes las tomarán, pueden sentirse muy orgullosos, pero tienen también ante sí una enorme responsabilidad: permitir que Liberación Nacional cumpla, por lo menos, 60 años más. De permitir que Liberación Nacional vuelva a ganar las elecciones en el año 2014.

Gracias compañeros, por seguir recordando que durante estas 6 décadas no hemos sido un partido perfecto, sino uno colmado de sueños, dispuesto a levantarse, dispuesto a superarse, dispuesto a enfrentarse a los molinos viejos y nuevos que la vida nos presenta. Un partido dispuesto a nunca dejar de alumbrar con la luz de su propia estrella.

Muchas gracias y muchas felicidades.