100 años del nacimiento de don José Figueres Ferrer
Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Si se tratara de escribir una historia que cuente la vida de un joven costarricense, no deberíamos comenzarla diciendo trivialmente que un buen día nació un niño sano y robusto, que pesaba tantos kilos y medía tantos centímetros, como hacen las abuelas cuando salen a presumir porque tienen un nuevo nieto.En realidad, la historia de todo joven costarricense comienza mucho antes, y aunque tal vez nos resulte difícil ponernos de acuerdo en cuál debería ser el momento más apropiado de su inicio, yo les voy a proponer uno. Les propongo que empecemos de esta manera: «En un pequeño país de Centroamérica, de cuyo nombre nunca podré olvidarme, hubo una vez un gobernante que, cierto día, decidió hacer algo que a todos los demás gobernantes del mundo les pareció una locura.»
No sé si es la mejor manera de comenzar un relato, pero a mí me gusta porque hay una gran obra literaria que comienza de manera parecida y porque detrás de este inicio viene no un cuento, sino una historia verdadera de la que todos los costarricenses debemos sentirnos orgullosos.
Hace casi cincuenta y seis años, un Presidente de Costa Rica decidió que había que abolir el ejército. Pocos meses después una Asamblea Constituyente ratificó esa decisión y dijo al mundo que aquello no era una locura. Desde entonces, la Constitución Política de Costa Rica tiene un artículo que prohíbe las fuerzas armadas.
Fue entonces cuando aquel pequeño país hizo lo contrario de lo que había sido la costumbre más incivilizada de la historia y, en vez de declararle la guerra a otro país, les declaró la paz a todos los países juntos. Aquel momento, uno de los grandes momentos de nuestra historia, puso una marca definitiva de paz al futuro de todos los costarricenses.
No hay un solo niño en Costa Rica al que no le hayan contado sus padres una historia de don José Figueres, nuestro querido Don Pepe. Tampoco existirá en el futuro un niño al que no se la contemos. A algunos les habrán dicho que don Pepe creó muchas instituciones y obras, pero a todos nos dijeron que amó la democracia y luchó por el voto limpio de cada ciudadano. A otros niños, quizás, les contaron que fue Presidente tres veces, que escribió libros y que sembró árboles y cultivó cabuya, pero a todos nos dijeron que abolió el ejército e hizo de Costa Rica el primer país que renunció a las armas para defenderse. Las historias de don Pepe, amigas y amigos muy queridos, están en cada pueblo y hogar de Costa Rica y han terminado por confundirse con el alma misma de nuestra nación.
Don Pepe fue pensamiento y fue acción. Para don Pepe cada día fue una oportunidad para crecer espiritual e intelectualmente, para reflexionar sobre la vida y sobre el destino del ser humano, para elaborar grandes concepciones, llenas de optimismo, para construir caminos de emancipación para nuestro pueblo. Para él, vivir fue soñar los sueños de los poetas y de los idealistas.
Pero también, con audacia y con músculo, supo afirmar la libertad de nuestra patria, consolidar la justicia social y marcarle a nuestra nación los rumbos de un desarrollo más justo y más humano. Su amor por Costa Rica fue tan grande y tan hermoso, que engrandeció todo aquello a lo que se entregó. Nunca sabremos qué hubiese sido de Costa Rica, qué destino de pequeñez y de dolor podría habernos aguardado sin este hombre, uno de los poquísimos de los que puede decirse que, simplemente, cambió nuestra historia.
Cada vez que se quieran justificar gobiernos de excepción que se aparten de la democracia, se levantará don Pepe para decir que todo es mentira, que la vida en libertad no se negocia ni se somete a condiciones. Cada vez que se gasten millones y millones en armamentos y se digan largos discursos justificando ese gasto en la guerra, se levantará don Pepe para decir que aquello es falso, que miren a su pequeña Costa Rica, que se adelantó un siglo para señalar un camino que los jóvenes del mundo harán suyo un día.
Nuestro pueblo hablará de don Pepe por siempre, de igual modo que otras naciones hablan de Bolívar, de Martí, de Washington o San Martín. El pertenece a este panteón. Lo que él hizo traspasó nuestras fronteras y será símbolo eterno de la lucha de la humanidad por buscar la paz y la libertad.
Cincuenta y seis años después nos corresponde a nosotros seguir los pasos de este caminante de la historia. Inspirados por su ejemplo, nos toca hoy devolverle a Costa Rica su papel protagónico en el concierto internacional, su lugar como potencia moral en un mundo convulso. Por ello, he dicho que nuestra política exterior se basará en principios y valores profundamente arraigados en la historia costarricense, a saber: la defensa de la democracia; la plena vigencia y promoción de los Derechos Humanos; la lucha por la paz y el desarme mundiales; y la búsqueda del desarrollo humano. Volveremos a alinear nuestra política exterior con la vocación pacífica del pueblo costarricense, con la defensa del multilateralismo, con la estricta adhesión al Derecho Internacional y a los principios en que se fundamenta la Carta de las Naciones Unidas, la más elemental salvaguarda contra la anarquía en el mundo. Tendremos una política exterior ajustada a las convicciones que siempre profesó y defendió don Pepe, que son las convicciones del pueblo costarricense.
No es fácil, sin embargo, el camino de la paz. Son grandes los obstáculos, los intereses, la hipocresía y la doble moral. Sabemos de sobra, por ejemplo, que de la carrera armamentista en el mundo son tan responsables los consumidores de armas, generalmente ubicados en los extremos políticos y en los márgenes de la democracia, como quienes producen y financian las armas. Estos últimos incluyen a algunos de los miembros más prominentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Quien ignora que es más fácil obtener crédito para armas que para el desarrollo? ¿Quien no sabe, en el Tercer Mundo, que cuando se cierran los créditos para producir o comprar alimentos, aquellos para armas permanecen abiertos? ¿Puede alguien recordar una sola recomendación por parte de los organismos internacionales que intentan equilibrar los presupuestos y las balanzas de pago de nuestros países, tendiente a reducir la importación de armamentos o a disminuir los gastos militares? Cada soldado que marcha gallardo, buscando ser aplaudido, le cuesta al mundo veinte estómagos vacíos. Cada tanque, cada barco de guerra y avión de combate lleva en sí el pan y el techo que se les niega a millones de pobres en los países en desarrollo.
Por eso, hoy les propongo que los costarricenses hagamos nuestro el arrojo y la visión de don Pepe. Les propongo que, como país sin ejército, convoquemos al mundo y, en especial, a los países industrializados, para que entre todos demos vida al Consenso de Costa Rica. Con esta iniciativa aspiramos a que se establezcan mecanismos para perdonar deudas y apoyar con recursos financieros a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en salud, educación y vivienda para sus pueblos, y cada vez menos en armas y soldados. Es hora de que la comunidad financiera internacional premie no sólo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.
Ese es el mejor homenaje que podemos dar al comandante sabio que silenció las armas y empuñó el derecho. Ese es el honor que debemos al hombre que un día, hace 56 años, le dio a todas las generaciones posteriores de costarricenses su primer día como hombres y mujeres de paz.
Hoy venimos a decirles a los caminantes de todas las generaciones y de todas las ideologías, que hace 100 años aquí nació un caminante de la historia, un hombre excepcional que, con su pensamiento y con su acción, alentó las esperanzas de su gente y dio ejemplo fecundo a los líderes de otras naciones. Hoy venimos a decirles que hace 100 años nació José Figueres Ferrer, ex Presidente de Costa Rica y líder de su pueblo.
Muchas gracias.
San José, Costa Rica
31 de de mayo de 2006.