Discurso pronunciado el 15 de noviembre de 1976 por el Dr. Oscar Arias Sánchez, Ministro de Planificación Nacional y Política Económica, en el simposio «La Costa Rica del año 2000», celebrado en el Teatro Nacional, de San José, Costa Rica, los días 11, 15, 16, 17 y 18 de ese mes.
Un gran avance
Es innegable que Costa Rica ha experimentado durante las últimas décadas un gran avance, no solo en el aspecto económico, sino también en los campos social y cultural. En comparación con el resto de América Latina, nuestro país puede exhibir, con legítimo orgullo, un sistema político democrático y estable, en donde la paz y la libertad no tienen parangón. Muchas veces, sin embargo, no nos percatamos del hondo significado que tienen esos importantes logros. Nos resultan tan naturales, que con frecuencia no somos capaces de apreciarlos. En algunas oportunidades caemos en la impaciencia y exigimos incluso lo que nuestra sociedad no está en posición de otorgarnos a causa, entre otras, de la escasez de su población, nuestros limitados recursos naturales y la relación de dependencia que nos ata a otras naciones del mundo. Existen grupos que no están dispuestos a ceder siquiera una parte de sus privilegios en beneficio de una mayor justicia social. Otros propugnan por mayores ventajas, aun cuando su situación no es tan desesperada. Pocos, en cambio, claman por reivindicaciones que los rediman del estado de marginación en que se encuentran. Parte de los esfuerzos que se realizan para alcanzar una más justa distribución de los beneficios de nuestro desarrollo, se estrellan contra la intransigencia de los poderosos, o se desvanecen en la indiferencia de quienes prefieren mantenerse en la comodidad del statu quo.
Imagen del futuro
Es necesario concebir una imagen de nuestro futuro, a fin de rectificar rumbos equivocados, redoblar esfuerzos para perfeccionar lo bueno que tenemos, y emprender nuevas acciones para acercarnos cada vez más a una Costa Rica libre de miseria y en donde imperen la justicia social y la libertad. No olvidemos que cuanto más elevados sean los ideales de un pueblo, más hermosas serán sus realizaciones. Esto supone, desde luego, la activa participación de todos en el proceso de determinar tanto las metas como los medios para alcanzarlas.
Ilusa actitud sería creer en la perfección humana y confiar ciegamente en la tecnología social, para de ahí concluir que, una vez escuchadas las advertencias acerca de los peligros que nos acechan, la sociedad costarricense cambiará, como impulsada por un conjuro mágico, y hará posible ipso facto la revolución que nos permita rectificar las tendencias negativas del pasado y del presente. De igual modo, sería deplorable vivir en el fatalismo de creer que no es posible modificar, dentro de un sistema democrático, valores y actitudes que nos apartan de muchos de nuestros anhelos de justicia.
Un cambio profundo
Tengo el pleno convencimiento de que hoy, más que nunca, estamos obligados a impulsar una vigorosa acción política que, a la vez que mantenga y consolide nuestro régimen democrático, sea capaz de propiciar un cambio profundo y positivo en el comportamiento de los grupos que integran la sociedad costarricense. Un cambio que en verdad redima al hombre de la injusticia y de la miseria. He aquí un hermoso reto, particularmente para nuestras juventudes de hoy. Aceptar el desafío y superar este reto es la responsabilidad de esas juventudes frente a las generaciones del mañana.
En esta cruzada el primer paso debe ser, sin duda, procurar que toda la población del país esté debidamente informada acerca de las opciones que se nos presentan, a fin de evitar que grupos minoritarios manipulen los destinos de Costa Rica en beneficio de ellos mismos.
Características del desarrollo pasado
Señalemos, antes de formarnos la imagen de esa Costa Rica del futuro, algunas de las características más destacadas del desarrollo del país durante los últimos veinticinco años:
1. La población pasó de 800.000 habitantes en 1950 a más de 2.000.000 en 1976.
2. Se han consolidado nuestras instituciones republicanas y se ha perfeccionado nuestra democracia política.
3. El Estado ha asumido una creciente participación en la actividad económica y social del país.
4. Ha habido un notorio incremento del nivel cultural y una mejora apreciable de la salud y la nutrición de los habitantes.
5. La producción ha crecido en forma acelerada, pero la economía sigue siendo fundamentalmente agrícola.
6. La industria cobró un significativo auge, en particular luego de que el país se incorporó al Mercado Común Centroamericano.
7. Nuestra economía mantiene su dependencia del exterior, tanto en lo financiero y comercial como en lo tecnológico y cultural.
8. Subsiste una concentración del ingreso en los estratos sociales alto y medio.
9. Una nueva clase media, amplia e influyente, ha surgido durante los últimos años.
10. El desarrollo se ha concentrado en la Meseta Central.
11. Prácticamente no existen ya tierras de vocación agropecuaria que no tengan dueño, y estas tierras están concentradas en un reducido número de propietarios.
12. La mayor pobreza subsiste en las zonas rurales. La migración de los campesinos hacia las ciudades ha contribuido a crear nuevos focos de miseria en las urbes.
13. Se han generado en la sociedad hábitos de consumo que superan la capacidad económica del país.
14. El desarrollo sindical ha sido lento y fundamentalmente de tipo reivindicacionista.
15. En los últimos lustros la impaciencia y la intolerancia de algunos grupos sociales, al acudir constantemente a la violencia, amenazan cada vez más al sistema político vigente.
Al reflexionar sobre las anteriores características, nos damos cuenta de lo mucho que hemos avanzado en veinticinco años. No obstante, si deseamos construir la Costa Rica próspera, justa, democrática y libre que todos anhelamos, debemos revertir inmediatamente las tendencias negativas que ya afloran.
Analicemos, aun cuando solo sea someramente, algunas de las tendencias que nos alejan de esa Costa Rica.
Papel del Estado
El papel del Estado, concebido originalmente para rectificar los desequilibrios de nuestro desarrollo, ha pasado en varios aspectos a convertirse, más bien, en un estímulo que agudiza esos desequilibrios. Con frecuencia, el Estado se ha mostrado débil ante las exigencias de los grupos de presión más poderosos y con facilidad ha cedido a sus pretensiones.
El papel paternalista del sector estatal ha conducido a una dependencia cada vez mayor de los individuos. En lugar de estimular la organización de los diversos sectores sociales, en particular de los más desvalidos, hemos fortalecido un Estado benefactor, con perjuicio de la necesaria participación de todos los costarricenses en las actividades económicas sociales y políticas.
El Estado permanece como un empleador residual: ante la incapacidad de otros sectores para absorber la creciente oferta de mano de obra, hemos intentado solucionar el desempleo mediante el subempleo estatal. El volumen que han adquirido ciertos servicios públicos, rebasa ya la capacidad administrativa eficiente que posee el Estado, como lo evidencian, por ejemplo, los servicios de salud y de educación. De mantenerse las tendencias actuales, el número de funcionarios públicos pasará de 100.000, que existen en la actualidad, a 300.000 a finales de siglo.
Esto debe cambiarse.
Modelo agroexportador
Tradicionalmente, Costa Rica ha sido un país agrícola. A mediados del siglo actual, este sector absorbía las dos terceras partes de la población económicamente activa, generaba más del 40% del producto interno bruto y cerca del 90% de las exportaciones totales de bienes. Su suerte dependía, sin embargo, de dos productos: el café y el banano. La inestabilidad de los precios de estos artículos, unida a la posición marginal de nuestro país en los mercados internacionales, exponía a Costa Rica a frecuentes problemas derivados del sector externo.
Sustitución de importaciones
Esta evidente vulnerabilidad de la economía, ocasionada por el modelo agroexportador no diversificado de esa época, inclinó al país hacia las recomendaciones de la CEPAL, que propiciaban un proceso de industrialización concebido para sustituir importaciones.
Ahora bien, quince años de industrialización han sido suficientes para demostrar la necesidad de reorientar el proceso, pues hubo cierta improvisación que afectó negativamente los ingresos fiscales, a raíz de los incentivos tributarios concedidos. También modificó la distribución del ingreso, en favor de una nueva clase empresarial y, por otra parte, no benefició en forma apreciable a los consumidores nacionales, por lo menos en lo concerniente a la calidad de los artículos manufacturados y su precio.
Esto debe cambiarse.
Importaciones y exportaciones
El acelerado crecimiento de las importaciones sería grave, pero no crítico, si el país pudiera generar divisas con relativa facilidad. Pero éste no es el caso: mientras en los últimos veinticinco años el valor de las importaciones creció 22 veces, las exportaciones tan solo se elevaron 12 veces. De ese modo, la brecha entre importaciones y exportaciones tendió a ampliarse durante el período.
Esto debe cambiarse.
Un alto porcentaje de la inversión total del país se ha financiado, a través del tiempo, con ahorro externo, tanto en la forma de inversión directa como de préstamos. En la medida en que se aumente en forma indiscriminada el servicio de la deuda exterior, el país podría comenzar a perder soberanía para decidir las metas de progreso económico de nuestra sociedad.
Esto debe cambiarse.
Dependencia del exterior
Nuestra dependencia del exterior no se limita a la necesidad de comprar bienes o de obtener recursos en el extranjero. Quizá más importante que esto sea nuestra dependencia en el campo de la tecnología y en el ámbito cultural. Es un hecho que la tecnología se desarrolla básicamente en los países industrializados y que, por diversas razones, está lejos de ser ideal para un país en desarrollo como Costa Rica. Sin embargo, la adoptamos sin mayor reflexión, en lugar de adaptarla a las particulares condiciones de nuestra economía. Otro tanto sucede con los patrones culturales de sociedades más ricas que la nuestra.
Esto debe cambiarse.
El desarrollo y los pobres
El desarrollo socioeconómico del país ha beneficiado sobre todo a los estratos medio y alto. La distribución del ingreso nacional ha favorecido en mayor medida a los sectores medios, a costa de los grupos de ingresos más elevados, los cuales, sin embargo, siguen conservando una alta proporción del ingreso. Los pobres todavía tienen un menor acceso a la educación media y a la superior, y por ello su ascenso socioeconómico resulta más limitado.
Esto debe cambiarse.
Desequilibrio regional
El desarrollo se ha concentrado en la Meseta Central, con lo que se ha producido un marcado desequilibrio entre esa región y el resto del país. Este desequilibrio es consecuencia no solo de una concentración de la inversión privada en el Valle Central, sino también de una inadecuada distribución de los recursos públicos. Con la población que tendrá Costa Rica a finales del siglo (unos 3.500.000 habitantes), si estas tendencias continúan, podríamos llegar a tener unos 2.750.000 costarricenses viviendo en San José y sus alrededores, en tanto que solo 750.000 ocuparían el resto del territorio nacional. Es decir, el país presentaría una concentración excesiva y por ende un desequilibrio extremo en el desarrollo espacial.
Esto debe cambiarse.
Concentración de la población
Nuestro proceso de colonización se dio desde la Meseta Central hacia las demás regiones del país. La existencia de terrenos baldíos hizo posible afrontar con éxito el problema del elevado crecimiento de nuestra población. Se ha dicho, con acierto, que la disponibilidad de tierras estatales constituyó en nuestro pasado reciente una importante válvula de escape. Pero esta tendencia inicial se ha invertido y estamos experimentado un proceso de concentración de los habitantes en el área más urbana del territorio, lo cual pone de manifiesto que la llamada «frontera agrícola», es decir las tierras libres, se han agotado.
En la actualidad, casi toda la tierra útil para la agricultura y la ganadería tiene dueño. En los últimos lustros han surgido problemas de tenencia de tierras en algunas zonas del país, sobre todo en el Pacífico Sur, en la región Norte y en el Atlántico. Los terrenos que permanecen en manos del Estado, con excepción de los adquiridos por el ITCO recientemente, son de aptitud más bien forestal o de delicado equilibrio ecológico. Nuestros campesinos necesitan trabajar y prefieren hacerlo en sus propias parcelas. Muchas de las tierras ya ocupadas no se explotan debidamente, lo cual reduce las posibilidades del campesino para encontrar empleo remunerado.
Esto debe cambiarse.
La pobreza en las zonas rurales
La mayoría de quienes viven en la pobreza se encuentra en las zonas rurales y sufre grandes privaciones. Para quienes son propietarios, su problema radica fundamentalmente en la escasa productividad de las explotaciones agrícolas de subsistencia, incapaces en muchísimos casos de proveer el alimento de sus propias familias. Para los asalariados agrícolas la situación no es distinta, pues son muchos los que solo encuentran empleo ocasional. Unos y otros, angustiados por su precaria situación, emigran hacia las ciudades, con la esperanza de encontrar en ellas mejores condiciones de vida. Sin embargo, su escasa o nula preparación para asumir un empleo en las empresas y fábricas de la urbe, los priva de colocación y se convierten, así, en nuevos marginados.
Esto debe cambiarse.
Patrones de consumo
Algunos estratos de la sociedad costarricense poseen un nivel de consumo superior a la capacidad económica del país. En cierta medida han dificultado que la distribución del ingreso beneficie a los más débiles. Si los estratos alto y medio de nuestra sociedad persisten en mantener los patrones de consumo que hoy tienen, no estará lejano el día en que se pierda la paz social que por tantos años hemos disfrutado.
Esto debe cambiarse.
Sindicatos
El desarrollo sindical no marcha con la velocidad que un movimiento de este tipo debe tener en un sistema democrático como el que vive Costa Rica. Por otra parte, las asociaciones gremiales de los trabajadores, particularmente fuertes en el sector de la administración pública, han concentrado su acción en demandar cada vez mayores reivindicaciones en salariales, con lo cual demuestran poco interés en participar en otras acciones que podrían contribuir a mejorar sustancialmente la condición de vida de los trabajadores y sus familias.
Esto debe cambiarse.
Violencia
Algunos brotes de violencia de grupos sociales impacientes ponen de manifiesto un fenómeno indeseable que amenaza con socavar el orden jurídico establecido. El uso de métodos violentos para presionar se ha extendido a muchos sectores de nuestra sociedad: es en extremo peligroso que el cierre de calles, la invasión de fincas, las huelgas ilegales y otros actos similares pasen a formar parte del sistema de negociación normal de los grupos demandantes.
Esto debe cambiarse.
Redimir al pueblo del hambre, la servidumbre y la miseria
Sí. Todo esto debe cambiarse.
Pienso en una Costa Rica en donde la producción aumente de tal modo que permita mejorar el nivel y la calidad de vida de los habitantes del país.
Pienso en una Costa Rica cuya estructura productiva resulte eficiente y versátil.
Pienso en una Costa Rica en donde los beneficios del desarrollo se distribuyan en forma más equitativa.
Pienso en una sociedad costarricense fundada en la solidaridad y no en el egoísmo.
Pienso en una Costa Rica en donde exista la igualdad de oportunidades para todos.
Pienso en una Costa Rica sin pobreza.
Pienso en una Costa Rica en donde el individuo se fortalezca y dependa cada día menos del Estado.
Pienso en una Costa Rica en donde el poder político —como la riqueza— se distribuya mejor.
En fin, pienso en una Costa Rica en donde un desarrollo cada vez más humano redima al pueblo del hambre, la servidumbre y la miseria.
Humanización del Estado, la cultura y la economía
Nuestro gran reto para lo que falta de este siglo es, entonces, humanizar al Estado, humanizar nuestra cultura, humanizar nuestra economía.
Creo que el gobierno del Presidente Oduber marca una etapa histórica en nuestro desarrollo político, económico y social. Tenemos que estar conscientes de que la nueva etapa de crecimiento que hoy se inicia es diferente y muy difícil. En varias oportunidades he dicho que con la actual administración comienza una nueva era, con desafíos propios, con peligros singulares y con retos implacables. Este desafío, tanto para el Estado como para el sector privado, es hoy y no mañana. Los peligros que han arrasado a muchas democracias están aquí. Hacer a nuestra democracia indestructible nos obliga a terminar con la miseria. No habrá crecimiento futuro si no poseemos la fuerza política necesaria para cambiar, para interpretar nuestro momento histórico y para perfeccionar nuestros valores culturales. No habrá crecimiento futuro si no alcanzamos el consenso sobre la Costa Rica del mañana.
Posibilidades de alcanzar las metas
Es posible que discrepemos en cuanto a los medios, pero estoy seguro de que habremos de concordar respecto a los fines. Cabe preguntarnos ahora si el país tiene posibilidades de alcanzar las metas a que antes me referí. Examiné hasta dónde no es dable acercarnos a un desarrollo con justicia y libertad.
Crecimiento
Según algunos estudios preliminares realizados por la Oficina de Planificación Nacional y Política Económica, el país está en capacidad de crecer a un ritmo similar al de los últimos quince años. En esos estudios se consideran las restricciones previsibles en cuanto a mercados externos, tanto en lo comercial como en lo financiero, así como la necesidad de algunas modificaciones en aspectos tributarios, de incentivos fiscales, de estructura arancelaria, de política cambiaria y de sustitución de importaciones y promoción de exportaciones; cambios considerados indispensables para alcanzar ese crecimiento. Las previsiones mencionadas indican que nuestra economía estaría en capacidad de crecer en forma sostenida a una tasa real promedio del 6,5% al año durante los próximos cinco lustros, lo que haría posible una mejora sustancial en el nivel de vida de la población. Para el año 2000, según esos mismos estudios, la producción podría quintuplicarse y el ingreso por habitante sería de alrededor de 2.500 dólares.
Población
Esas mismas previsiones señalan que para el año 2000 Costa Rica tendrá 3.500.000 habitantes y que la población económicamente activa será de 1.300.000 personas. En consecuencia, habrá que proveer 24.000 empleos nuevos anualmente. Para lograr lo anterior será indispensable, si deseamos disminuir nuestra alta dependencia del exterior, moderar en alguna medida el nivel de consumo actual, en beneficio del consumo futuro.
Cambios requeridos
Si bien podríamos continuar detallando las posibilidades que tiene nuestro país para seguir creciendo, considero importante hacer hincapié en que todas las previsiones exigen ciertos cambios de las condiciones actuales. Entonces, la cuestión consiste en analizar si, con base en los recursos físicos y humanos de que disponemos, estamos en capacidad de adecuar la conducta de nuestra sociedad a las exigencias del futuro, y si estamos dispuestos a aunar nuestras voluntades para construir el destino común de Costa Rica. Es ahí en donde está, precisamente, el meollo de la cuestión.
El comportamiento de las clases privilegiadas
El crecimiento económico de las pasadas décadas benefició a ciertos sectores de la población, pero también nos trajo un indeseable fenómeno: el egoísmo de determinadas clases y su indiferencia frente a la situación de miles y miles de costarricenses para quienes el desarrollo económico tiene poco o ningún sentido, porque no ha cambiado lo suficiente la condición de privaciones en que siguen viviendo. Mucho me temo que se corra el riesgo de que las clases privilegiadas, si no se solidarizan con los cambios mencionados, trasladen mañana al campo político su egoísmo económico de hoy, para conservar sus privilegios, aun cuando ello suponga la abolición de las libertades de la mayoría de los costarricenses. Un fenómeno semejante se dio en otros países de América Latina, otrora ejemplos de democracia, que terminaron por caer en manos de las dictaduras. En efecto, en esas naciones el crecimiento económico había llegado a niveles similares al que hoy tiene Costa Rica.
Los grupos privilegiados optaron, en el momento en que seguir creciendo se hacía difícil, por extender al campo político su egoísmo económico, y encontraron en los grupos revolucionarios delirantes, sus mejores aliados para acabar con la democracia. Mientras tanto, el Estado se mostraba incapaz de modernizar sus estructuras dentro del régimen de libertades existente. Por otra parte, cuando el empresario debía mostrar una mayor eficiencia para enfrentar los nuevos requerimientos del desarrollo, prefirió ceder ante la cómoda posición de demandar al sector público mayores ventajas, más y más protección estatal. Al mismo tiempo, las clases burocráticas clamaban por reivindicaciones salariales y privilegios, hasta el punto de enervar la capacidad del sistema productivo para satisfacerlos. La instauración del autoritarismo no se hizo esperar, la sociedad entera perdió sus libertades, y se sumió en el temor, en la inseguridad y la violencia.
No son los pobres
Los brotes de impaciencia y de intolerancia, en el caso de Costa Rica, no provienen de la población que se ha mantenido al margen del desarrollo. Nos son los pobres quienes han protagonizado la incipiente violencia que se manifiesta en el cierre de algunas calles y caminos y en la paralización de algunas fábricas y servicios públicos. No se trata de la violencia derivada de un estado de necesidad, que impide al individuo diferir para mañana lo que le es indispensable tener hoy. Por el contrario, esa violencia se manifiesta, precisamente, en grupos que ya disfrutan los beneficios de nuestro desarrollo y cuyo egoísmo les impide posponer para más adelante el disfrute de cierto consumo no indispensable, muchas veces superfluo.
Democracia y justicia social
Ahora bien, hay quienes dudan de que se pueda alcanzar una mayor justicia social y un desarrollo económico satisfactorio dentro del marco de la democracia. Incluso, se ha dicho que la democracia es un sistema obsoleto de gobierno y que por ello carece de capacidad para satisfacer las demandas de la sociedad de nuestros días. Pero estas opiniones soslayan un hecho evidente: las crisis actuales no se presentan solo en los regímenes democráticos, y de ello hay abundantes y fehacientes pruebas. Por el contrario, las naciones democráticas se enfrentan con buen éxito a las cambiantes realidades del mundo. La democracia es suficientemente flexible e imaginativa para hallar nuevas salidas y soluciones a las dificultades que surgen a cada paso. No debemos dejarnos engañar por la propaganda: el sistema democrático tiene ventajas muchos mayores que las que pueden ofrecer los regímenes autocráticos.
Nuestro desarrollo tiene que darse, necesariamente, dentro del marco democrático. Esta es la primera premisa. Y para que nuestra democracia sobreviva es indispensable perfeccionarla, convertirla en una democracia de participación real y efectiva.
Acciones políticas y económicas
En primer lugar, es preciso emprender una vigorosa acción tendiente a humanizar el Estado. Debemos terminar con la burocratización despersonalizante, centralizada y gigantesca, que amenaza con deshumanizar las relaciones entre los individuos.
Por otra parte, es necesario hacer más eficientes los servicios estatales, mediante fórmulas que permitan el control popular de esos servicios y la sanción inmediata de los funcionarios incompetentes.
Humanizar al Estado implica, también, la descentralización de sus servicios. Muchos de estos servicios deben prestarse por medio de los gobiernos locales y otro tipo de organizaciones. De este modo se logra que las comunidades participen directamente en la solución de sus propios problemas y en las decisiones que las afectan.
También supone robustecer al individuo frente al Estado, el cual debe estar al servicio de aquél. Es indispensable estimular la organización de los diversos grupos sociales en cooperativas, sindicatos empresariales y laborales, empresas de autogestión y otras formas semejantes de asociación. No debe haber un patrón único para canalizar la participación de los distintos estratos sociales en la formulación de la política y en el proceso decisorio. Deben crearse todas aquellas organizaciones que la gente misma considere convenientes para alcanzar sus objetivos en los campos social, económico, cultural y político. La característica indispensable de estas organizaciones ha de ser su autonomía, de tal manera que no puedan ser manipuladas ni manipulables, es decir, deben ser entes sujetos única y exclusivamente a las decisiones de sus propios integrantes.
Creo que para vigorizar nuestra democracia es urgente lograr una más equilibrada participación de todos los grupos dentro de los órganos decisorios, tanto públicos como privados. La democracia requiere, sobre todo en las actuales circunstancias, no solo una mayor participación de los diversos sectores sociales en la lucha por el desarrollo económico, social y cultural, sino también y especialmente, un mayor acceso a la propiedad de los medios de producción, al trabajo y a la educación. La democracia debe ofrecer a los pueblos la alternativa de un sistema económico de muchos propietarios. Cuanto más nos demoremos en distribuir equitativamente el poder económico y político, más cerca estaremos de destruir nuestra democracia. El desafío que nos imponen los próximos veinticinco años, hasta culminar el siglo, es el de lograr una mayor bienestar social y económico para todos los costarricenses dentro de un sistema político que haga compatibles la autoridad con la libertad. La ausencia de autoridad propicia la anarquía y la ausencia de libertad propicia la corrupción. Sin autoridad no hay orden y sin libertad no hay moralidad. El reto de nuestro tiempo es la transformación de la democracia representativa en la democracia participativa.
Si no podemos fortalecer nuestra democracia con base en estos principios, no nos será posible crear la nueva sociedad solidaria del futuro.
En el campo económico, nuestro primer objetivo ha de ser el robustecimiento de la autonomía nacional. Para lograrlo, se requiere revertir el proceso de la dependencia actual y encontrar el camino de una mayor interdependencia. Tendremos que hacer un serio esfuerzo por aumentar el ahorro interno, si deseamos un crecimiento económico más autárquico.
El país ya conoce las limitaciones que el modelo agroexportador, primero, y el de sustitución de importaciones, después, representaron para alcanzar un equilibrado crecimiento. Tales experiencias nos conducen a pensar en un patrón productivo basado en el potencial más importante de nuestro país, que reside en la riqueza de sus suelos, la abundancia de sus mares, el caudal de sus ríos y por sobre todo en las virtudes de su población. Un modelo que, asimismo, procure un grado razonable de autosuficiencia en la satisfacción de los requerimientos básicos de una población creciente. En suma, un modelo predominantemente agroindustrial, flexible y versátil, en cuya implantación y de cuyo éxito debemos responsabilizarnos, con ánimo decidido, todos los costarricenses.
Por otra parte, es necesario propiciar con vigor una mayor igualdad en la distribución del ingreso, la riqueza y las oportunidades. Ciertamente, la política redistributiva es muy compleja y las experiencias históricas en este aspecto han sido frustrantes en gran parte de los casos. Pero, y precisamente por ello, debemos redoblar esfuerzos y ser más audaces para conquistar nuestras metas.
La propiedad es una de las principales determinantes de la riqueza, y de ahí que sea indispensable un persistente empeño por alcanzar una mayor democracia económica. Se requiere, entonces, de una gran voluntad para hacer posible que en los próximos veinticinco años haya muchas nuevas familias propietarias. El Estado debe propiciar y facilitar este proceso.
La igualdad de oportunidades económicas nos obliga, asimismo, a comprometernos en una lucha sin desmayos para erradicar la miseria de nuestro suelo y obtener una economía de pleno empleo.
Mientras subsista la dependencia cultural a que estamos sometidos, no será posible lograr los cambios necesarios para seguir creciendo en forma satisfactoria y para distribuir con equidad los beneficios del crecimiento. Creo que en este esfuerzo el papel de nuestros centros de enseñanza superior es de suma transcendencia. Si las universidades fracasaran en la preparación de los profesionales y los técnicos que nuestro desarrollo demanda, sufriríamos un grave estancamiento. En estos centros del saber debe producirse cuanto antes un cambio cualitativo de programas, que facilite la creación y adaptación de la tecnología a las peculiares condiciones de nuestro país. En una palabra, las universidades deben sumarse decididamente al esfuerzo nacional de los próximos años.
Afirmé antes que los patrones de consumo de nuestra sociedad deben cambiar. Esto es indispensable no solo por meras razones económicas —de por sí vitales para el país—, sino también por razones de justicia y de solidaridad. En el futuro próximo deberemos redoblar esfuerzos por establecer criterios de consumo que, aceptados por todos los costarricenses, no nos alejen de la Costa Rica a que aspiramos para el año 2000. En este aspecto, habría que establecer tres niveles. En primer lugar, el de consumo básico, es decir, la satisfacción de las necesidades alimentarias: ningún costarricense debe pasar hambre. Luego, el que pudiéramos llamar consumo colectivo, conforme al cual todos los habitantes disfruten de los servicios de agua potable, vivienda, electricidad, alcantarillado, educación y salud, recreación e instalaciones para el cuidado de los niños. Solo una vez que se hayan satisfecho ambos niveles de consumo se pasaría al tercer nivel, o sea, al consumo no indispensable o suntuario. Nadie debe tener derecho a lo superfluo mientras haya quien carezca de lo indispensable.
Estoy seguro de que los costarricenses comprendemos que hemos llegado a una etapa de nuestro desarrollo en la cual la satisfacción de algunas necesidades suntuarias debe ser diferida en beneficio de los dos primeros niveles que mencioné. Si así no fuese, en los años inmediatos la impaciencia de los más favorecidos será suplantada, con justicia, por la de los pobres.
La fórmula política apropiada
La sociedad costarricense debe transformarse en una sociedad de participación, y para lograrlo no queda, en verdad, mucho tiempo.
Las demandas que nos presentarán los próximos veinticinco años hacen imperativa la existencia de partidos políticos fuertes, que ofrezcan al país alternativas responsables y serias de conducción social, que ejerzan un papel de freno y contrapeso y que cumplan una función fiscalizadora.
Para lo que falta de este siglo debemos encontrar una fórmula política que, manteniendo la libertad, señale y demande de todos los grupos sociales una mayor responsabilidad, una mayor justicia y una más alta comprensión.
En la medida en que logremos preservar nuestra democracia, y robustecerla, forjaremos la Costa Rica justa e independiente que anhelamos, en donde la pobreza solo sea un recuerdo del pasado.