Oscar Arias Sánchez
Costa Rica y la República Popular China estamos celebrando el quinto aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas. A decir verdad, no recuerdo en la historia diplomática de nuestro país un aniversario en el que, en tan poco tiempo, hubiera tanto que celebrar. Ese gran país asiático fue por muchos años como ese conocido al que siempre vemos, pero no nos acercamos a hablarle, ya sea por indecisión, por cautela o simplemente por costumbre.Afortunadamente, el 1 de junio del 2007, en mi pasada Administración, nos atrevimos a dar el paso y le hablamos a China. Esa era una decisión que había tomado desde mi campaña presidencial. Sabíamos que era mucho lo que ese país tenía que contarnos, pero también mucho lo que Costa Rica tenía que contarle a ese país. Sin complejos, con numerosos proyectos en mente para el desarrollo nacional y con transparencia, nos pusimos a conversar con China. Nos sentamos a la mesa a dialogar. Sigo convencido de que esa, y no otra, es la única manera civilizada en que dos pueblos pueden ponerse de acuerdo, y disentir; en que dos pueblos pueden reconocer sus semejanzas, pero también sus diferencias.
El “ruido silencioso” que había caracterizado las relaciones diplomáticas de Costa Rica antes del 2006 con muchos países, entre ellos China, Cuba, Egipto, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y un grupo de países africanos, no solo no era sano para nuestra política exterior, sino que además la volvía innecesariamente compleja. Costa Rica participa en numerosos organismos internacionales donde muchos de esos países tienen voz, voto e intereses que hay que contrastar, impulsar o contrarrestar.
Sin relaciones diplomáticas estables y claras, esa tarea era titánica y hasta ineficaz. En la política exterior los países se reconocen, luego existen.
Aunado a ello, nuestras relaciones diplomáticas con Taiwán ponían un límite a nuestros sueños. Ponían un límite a nuestra política exterior. Ponían un límite a nuestra política comercial. Esas relaciones determinaban, incluso, nuestra política interna. Por esa razón, me negué siempre a visitar Taiwán como candidato presidencial y como presidente de la República.
Y mientras todo esto acontecía a lo interno, Taiwán se acercaba cada vez más a China. Resultaba irónico que, antes del 2007, Taiwán sostenía más relaciones políticas y comerciales con China que las que teníamos nosotros, precisamente por tener relaciones diplomáticas con Taiwán.
Esa no podía seguir siendo nuestra política exterior. Costa Rica no merecía, ni merece, ser invisible en el concierto de las naciones. Tampoco merece una agenda de política exterior condicionada.
Me propuse no solo ennoblecer la política exterior costarricense, sino también liberarla, pues siempre he creído que Costa Rica puede aspirar a más’ y lo ha hecho.
Cuenta Henry Kissinger en su libro “On China” que Ronald Reagan, después de haber sido durante su campaña contra Jimmy Carter el más severo crítico de China, durante su visita de Estado como presidente a ese país en 1984, fue más generoso que todos sus antecesores al reconocer que la relación entre los Estados Unidos y China era de “mutuo respeto y mutuo beneficio”. Recuerdo las críticas que en su momento se esgrimieron cuando establecimos relaciones diplomáticas con China.
Ha quedado claro, sin embargo, que el establecimiento de esas relaciones fue transparente, en un marco de legalidad y en beneficio del país. Hoy se conocen todos y cada uno de los acuerdos que firmamos con el gobierno chino. Bruno Stagno, mi canciller, no se ha guardado ningún detalle de cómo fue el proceso de negociación. Y no lo ha hecho, simplemente porque no hay nada que ocultar. Por el contrario, nuestro interés siempre fue dejar muy claro por qué queríamos establecer relaciones con China, bajo qué términos y condiciones.
Fui enfático en que la decisión de acercarnos a China obedecía a factores pragmáticos: China era ya para entonces una potencia económica mundial, creciendo a tasas superiores al 10% y miembro de la Organización Mundial para el Comercio desde el 2001. Su participación en foros internacionales se había intensificado enormemente, tanto así que no había país desarrollado, ni del Oeste ni del Este, que no quisiera tener relaciones políticas y comerciales más profundas con ese país.
China era también importante para Costa Rica como parte de su acercamiento general a Asia. O nuestra economía se encadenaba aún más a las economías asiáticas, o simplemente no íbamos a crecer a las tasas deseadas.
Ahora bien, mi decisión de acercarme a China no estuvo únicamente ligada al poderío económico de esa nación. Siempre lo dije, y lo repito: yo quería establecer relaciones con China durante mi primer gobierno, cuando esa nación era muy distinta a lo que es ahora. Si no lo hice, fue porque concentré todas mis fuerzas y dirigí toda mi política exterior a traer la paz a Centroamérica. De mi lucha por la paz no me he arrepentido nunca. Sin embargo, cuando los costarricenses me eligieron de nuevo como su presidente, sabía que no podía posponer una vez más esa decisión. Gracias a ello, en tan sólo cinco años de relaciones formales ya contamos con un tratado de libre comercio y con un acuerdo de promoción de las inversiones, que espero se apruebe pronto en la Asamblea Legislativa. También contamos con un nuevo estadio nacional y con numerosos proyectos de cooperación en materia de seguridad ciudadana e infraestructura.
Más que satisfecho por lo que hasta ahora hemos construido con China, me siento optimista por lo que habremos de construir en el futuro.
Si tuviera que escoger una palabra que resuma los beneficios de estos cinco años de relaciones diplomáticas entre Costa Rica y China, diría: “conocimiento”. Son muchos los mitos que han caído, las murallas que se han derrumbado, los caminos que se han construido y los diálogos que se han entablado, gracias a que los costarricenses y los chinos hoy nos conocemos más. Estos cinco años han sido invaluables en el proceso de educación de ambos pueblos. Aún quedan, sin embargo, muchas lecciones por aprender, muchos debates por empezar y muchas hazañas por continuar. Este viaje apenas está comenzado.
Publicado en el periódico La Nación, 3 junio de 2012.