Educación, la más grande empresa nacional

Discurso

Discurso pronunciado por el Dr. Oscar Arias Sánchez, Ministro de Planificación Nacional y Política Económica, en marzo de 1977, en el acto inaugural del Año Académico 1977 del Centro Regional Universitario (de la Universidad de Costa Rica) de Pérez Zeledón, en San Isidro de El General.

La magnitud de los recursos

Las cifras disponibles hacen evidente que los recursos dedicados por nuestro país a la educación son cuantiosos. En efecto, se destina a la educación cerca del 7% del producto interno bruto. Esta cifra, que representa alrededor de un tercio de un presupuesto nacional que sobrepasa ya los 4.000.000.000 de colones, es, de por sí, suficientemente expresiva. A esto hay que agregar no solo las grandes inversiones públicas realizadas hasta ahora en edificios, sino también los fondos privados que se dedican a matrículas, colegiaturas, uniformes, libros de texto y útiles en general, así como la inversión de los colegios particulares en instalaciones para la docencia.

El esfuerzo hecho por nuestro país en el campo de la educación es todavía más evidente, si se toma en cuenta que en la América Latina, considerada como un todo, se destina a la educación el 3,3% del producto interno bruto y el 22% de los presupuestos nacionales. Estas cifras, en el caso de Costa Rica, hablan por sí solas de la importancia que le concedemos a la educación y permiten afirmar que es ésta la más gigantesca empresa nacional que hemos afrontado en común.

Con la cantidad de recursos destinados a esta empresa educativa, podría pensarse que nuestros problemas más graves estarían resueltos y que las presiones por mayores fondos para la educación serían mínimas o habrían cesado ya. Con frecuencia, sin embargo, cuando uno recorre el territorio nacional, encuentra a maestros que, con abnegación cercana al heroísmo, desempeñan sus tareas educativas en condiciones materiales en extremo difíciles. En cuanto concierne a la educación superior, y sobre todo a medida que comienza a impartirse en diversos lugares del país, vemos surgir centros universitarios que realizan sus labores también en condiciones de gran austeridad. Todo esto provoca, año con año, nuevas y fuertes presiones tendientes a que se dediquen todavía más recursos a la educación.

La educación no es lo único

Estas demandas nos llaman a reflexionar seriamente acerca de los problemas de la educación frente a los de otros sectores no menos importantes para el desarrollo equilibrado de nuestra sociedad. En efecto, los recursos destinados por nuestro país a la educación son más altos que los que a ella dedican muchas naciones más avanzadas que la nuestra.

La educación demanda, para su desarrollo normal, un mínimo de recursos materiales para llenar sus necesidades de edificaciones, equipo, laboratorios, bibliotecas y campos deportivos. Pero es igualmente válida esta afirmación para muchos otras de las actividades del país, como la medicina curativa y la preventiva —que requieren hospitales y equipo para cumplir a cabalidad su cometido—, o el desarrollo de la familia —que supone, entre otras cosas, una vivienda digna—. En síntesis, las demandas de la educación, con frecuencia vehementes, son también aplicables a otros campos, para los cuales, por el contrario, los recursos recibidos están muy lejos de equipararse con los fondos que absorbe el sistema educativo. Quizás ello obedezca a que dichos sectores no poseen la influencia que sí tiene el de la educación para ejercer presiones.

Creo que debemos estar conscientes de que, cuanto más elevados sean los recursos canalizados hacia la educación, estaremos restándoselos a otros sectores de la población. Por ello, en mi criterio, nuestro reto consiste en solucionar en forma integral el problema de la educación con base en la proporción de recursos destinados hoy para este fin.

Muchas veces suele argüirse que gobernar es educar y que únicamente por medio de la educación se pueden producir cambios en nuestra estructura social y económica. Con frecuencia, detrás de esta afirmación se esconde el desconocimiento de algunos de los problemas más apremiantes de la sociedad o el desinterés de solucionarla realmente. Con todo lo importante que la educación es, no podemos perder de vista que el desarrollo de la sociedad no se agota en ella, pues existen muchas otras actividades merecedoras de nuestra atención.

Recuperar la preeminencia del espíritu

Yo quisiera, por ello, examinar en esta oportunidad ciertos rasgos que ya se han hecho característicos en nuestro modo de afrontar los problemas de la nación y de proponer soluciones. Algunos de estos rasgos me preocupan hondamente. Así, por ejemplo, cuando un grupo presiona para obtener ventajas en determinados aspectos que le interesan directamente, actúa muchas veces como si se tratara de lo único importante para nuestra sociedad. Esto revela no solo desconocimiento de la realidad nacional —lo cual es grave y puede poner en peligro nuestra convivencia democrática—, sino que, además, tiende a acentuar y a legitimar una actitud egoísta que puede alejarnos de las metas de solidaridad en proyectos que deben sernos comunes.

Me acongoja, por otra parte, que en esta lucha por obtener más recursos, muchas veces no solo resulten vencedores los más poderosos, sino que también, inmersos éstos en esa lucha, pierdan de vista el sentido real de aquello por lo cual se debe luchar. Por desgracia, no es cierto que un hermoso hospital, provisto de los mejores equipos y rodeado de jardines, devuelva por sí solo la salud a los enfermos. No es cierto que la más lujosa de las mansiones asegure la existencia del mejor y más estable de los hogares. En igual forma, es falso que el mejor edificio de una universidad, por el simple hecho de serlo, genere pensamiento útil para nuestra sociedad. Quizás estos ejemplos expliquen por qué hay en el país tantos gimnasios sin atletas, tantas iglesias sin feligreses y no pocos edificios levantados para una universidad ausente. Corremos el peligro de relegar el contenido espiritual de las actividades de nuestra sociedad a un plano en que las actividades mismas llegarían a perder sentido. Las viejas universidades de la Edad Media surgieron en humildes albergues, y no fue sino cuando demostraron ser verdaderos centros del saber y guías de la sociedad que recibieron el apoyo de ésta y pudieron contar con las instalaciones adecuadas.

Es necesario recuperar, para todas nuestras actividades, la preeminencia del espíritu. No nos engañemos: si solo lo material impulsa nuestras luchas, jamás nos acercaremos a una sociedad más justa, jamás eliminaremos la pobreza, jamás contaremos con una universidad; y, empequeñecidos por este egoísmo, pondremos incluso en peligro nuestra convivencia democrática.

El crecimiento de la educación superior

El número de alumnos de los tres centros de educación superior existentes en el país —la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional y el Instituto Tecnológico de Costa Rica— ha crecido en forma espectacular durante las últimas décadas. En efecto, pasó de unos 9.500 estudiantes en 1968 a más de 41.000 en 1977.

En materia de recursos, las necesidades han sido igualmente impresionantes, Las instituciones de enseñanza superior estiman sus requerimientos presupuestarios actuales en aproximadamente 390.000.000 de colones. Estas demandas de fondos se acelerarán notoriamente en lo que resta del siglo actual, a menos que encontremos una fórmula satisfactoria para evitarlo.

Con respecto al número de profesores, la situación de las universidades y el Instituto Tecnológico es parecida. A pesar de los esfuerzos realizados, no ha sido posible preparar suficientes profesores en determinadas disciplinas. De 154 profesores a tiempo completo, que había en 1965, la cifra se elevó a más de 1.500 en 1976.

Descentralización de la enseñanza superior

La política de descentralización de los entes de enseñanza superior, que se inició recientemente, responde no solo al serio problema que supone para esas instituciones el gigantesco tamaño que han adquirido en comparación con las dimensiones del país, sino también a la necesidad de combatir el excesivo centralismo, y acelerar, así, la regionalización indispensable para distribuir mejor el poder en nuestra sociedad por medio de una mayor participación de las comunidades en la vida nacional. Hoy existen sedes universitarias en San Pedro de Montes de Oca, Heredia y Cartago; centros de educación superior en Liberia, Pérez Zeledón, San Ramón, Santa Clara de San Carlos y Turrialba; servicios descentralizados en Limón, Puntarenas y Santa Cruz de Guanacaste.

La disyuntiva: cantidad o calidad

Todo este explosivo crecimiento plantea al país un difícil reto. Nos enfrentamos a una disyuntiva muy seria. Nuestra sociedad entera tendrá que reflexionar muy bien acerca del camino que habremos de seguir en materia tan trascendental. Será necesario decidir si le conviene más a Costa Rica aumentar en forma indiscriminada el número de estudiantes de los centros de educación superior, con lo cual indiscutiblemente bajará el nivel cualitativo de la enseñanza que en ellos se imparte, o limitar las matrículas, con lo que se agudizará, sin duda, el problema de la insuficiencia cultural y científica del país, lo cual es todavía más grave. En otras palabras, si se piensa que la admisión de alumnos en los centros de educación superior debe ser masiva, como medio de obtener una mayor democratización de la enseñanza, tenemos que estar conscientes de la degradación que ello supone en la calidad de los estudios, puesto que se pierde el equilibrio que debe existir entre la cantidad de estudiantes, por un lado, y de profesores, equipo, laboratorios, bibliotecas y material didáctico, por otro.

El sentido de la democratización en la enseñanza superior

La Encíclica Paz en la Tierra, de Juan XXIII, plantea que es necesario propiciar las condiciones adecuadas para proporcionar a quienes tengan talento para ello la posibilidad de seguir estudios superiores, pero de tal manera que, en cuanto sea posible, puedan ocupar funciones y desempeñar en la sociedad el papel que corresponda a sus inclinaciones naturales y a la competencia que hayan adquirido.

Ese mensaje del Papa Juan señala con claros contornos lo que debe entenderse por democratización de la enseñanza. En varias oportunidades he dicho, siguiendo la afirmación pontificia, que este concepto ha comprenderse como la oportunidad que es necesario darle a todo costarricense con la aptitud y el talento suficientes para garantizarle un rendimiento académico satisfactorio, con prescindencia de su condición socioeconómica y su ubicación social.

Nuestras universidades no están condicionadas y presionadas únicamente por los factores a que antes me referí. En el contexto de los países subdesarrollados, suele exigírseles la preparación de profesionales, tecnólogos y científicos de rango internacional; exigírseles, además, que sean capaces de reflexionar acerca de la realidad del país y de convertirse en agentes de cambio social. En verdad, ninguna de estas demandas debe sorprendernos. Es lógico que, en la medida en que la sociedad entrega recursos cuantiosos a los centros de enseñanza superior, espere resultados proporcionales a su esfuerzo. Esto nos sitúa directamente ante la imperiosa e impostergable revolución cualitativa que demanda nuestra educación. Esta revolución abarca, necesariamente, la revisión de cuanto hemos hecho hasta ahora en ese campo: me preocupa, por ejemplo, que las apreciables cantidades de fondos que hoy dedicamos a la educación superior se constituyan en vehículo para transferir recursos hacia los sectores más favorecidos de la sociedad y contribuyan a perpetuar y acentuar sus privilegios.

La Universidad a Distancia, cuya ley fue aprobada recientemente, se convertirá dentro de poco tiempo en un medio eficaz para democratizar la enseñanza superior y elevar el nivel cultural de nuestro país. Sin embargo, debemos tener mucho cuidado de no caer en el error de pensar que será ésta una universidad de segunda categoría, destinada únicamente a los pobres, mientras las actuales se reservan para los más privilegiados. Por el contrario, creo que la existencia de esta nueva universidad obligará de modo mucho más perentorio a la revisión de todo cuanto estamos haciendo con nuestra educación superior, y a terminar con la ineficiencia y las injusticias que puedan marginar a los estudiantes talentosos que carecen de recursos económicos.

La regionalización de la enseñanza superior es, en este aspecto, un modo efectivo de contribuir no solo a la democratización de la enseñanza, sino también una manera apropiada para vincular la Universidad a los problemas específicos de nuestro desarrollo precisamente ahí donde estos problemas se presentan.

El desafío para el Centro Regional Universitario de Pérez Zeledón

Ha sido impresionante el crecimiento experimentado por el Centro Regional Universitario de Pérez Zeledón durante su corta histórica. Así lo demuestran, por ejemplo, el hecho de que haya pasado de una matrícula inicial de 156 estudiantes en 1973 a 646 el año pasado, y la circunstancia de que se haya ampliado el número de carreras profesionales y técnicas ofrecidas, carreras que, por otra parte, se adaptan cada vez más a los requerimientos del desarrollo económico de la zona.

Estos datos, con ser tan importantes, no se refieren, sin embargo, a lo esencial del reto que afronta el Centro Regional de Pérez Zeledón. En efecto, ese desafío comprende no solo la tarea de preparar profesionales y técnicos para la región y para el país en general, sino también, y de manera muy especial, la responsabilidad de generar la mística que haga posible restituirle al espíritu la preeminencia que ha de tener en todas nuestras actividades. Unicamente con esa mística podrá surgir de aquí el compromiso auténtico del Centro con el desarrollo de la Zona Sur del país. Solo con esa preeminencia del espíritu estará en capacidad de propiciar un desarrollo que derrote definitivamente la pobreza y les restituya a los habitantes de las áreas rurales la dignidad que les corresponde.