Escojo la vida, la democracia y el desafío de cambiar en paz

Discurso

Óscar Arias Sánchez, Presidente de la República, 08 de mayo de 2006.

Señores Jefes de Estado que nos honran con su presencia; señores miembros de los Supremos Poderes de Costa Rica; señores representantes oficiales de gobiernos amigos; señores Premios Nobel de la Paz.

Amigas y amigos míos:

Hemos venido hoy para celebrar un acto que renueva nuestra fe en el credo democrático y en la grandeza del pueblo costarricense. Hoy, una vez más, un Presidente libremente electo por los costarricenses transfiere su autoridad a otro Presidente también escogido mediante el sufragio de todos los ciudadanos. Y al igual que la repetición del amanecer no desmerece el milagro de la luz, la reedición de esta ceremonia no la priva de valor sino que confirma su carácter trascendente.

Este acto recoge las verdades más profundas de nuestra nación, verdades de las que quienes estamos aquí somos herederos y custodios. Hoy reinventamos la hermosa travesía histórica de este pueblo, capaz, a lo largo de casi dos siglos, de labrar una forma de convivencia definida por el amor a la libertad, la solidaridad, el respeto a las instituciones y la vocación de vivir en paz.

Hoy confirmamos que cualesquiera que sean las dificultades que enfrentemos como sociedad, cualesquiera las disputas que transitoriamente nos separen, los habitantes de esta tierra sólo estamos dispuestos a vivir bajo el único sistema político que hace posible la transmisión pacífica del poder, la igualdad bajo el manto de la ley, y el elemental derecho de los seres humanos de definir su destino. Ese es el credo que profesa esta nación.

Hoy más que nunca debemos aferrarnos a esos valores que nos sostienen y nos alientan. Son esas certezas –en especial la de que es posible construir sociedades más justas en forma gradual, sin extremismos y en paz— las únicas capaces de guiarnos en épocas convulsas.

Corren tiempos de cambio y de definición. Como seres humanos, como latinoamericanos y como costarricenses no podemos darnos el lujo de la irresolución. Hemos llegado a una encrucijada y debemos tomar decisiones.

Como seres humanos, no podemos confiar en que los inmensos cambios científicos y tecnológicos que presenciamos resolverán automáticamente los grandes dilemas de nuestra especie: el de cómo preservar la vida en el planeta, cada vez más amenazada por la codicia y la falta de previsión; el de cómo hacer posible una convivencia civilizada entre los pueblos, cada vez más acosada por los fundamentalismos políticos y religiosos y por el debilitamiento de la legalidad internacional; el de cómo realizar el precepto de que todos somos hijos de Dios e iguales ante sus ojos. Este precepto es negado en la práctica por los crecientes niveles de desigualdad a escala global y por fenómenos de miseria que, a pesar de los progresos logrados, continúan siendo incompatibles con todo lo que decimos profesar.

Nada de esto se resolverá solo, porque está demostrado que ni el progreso económico ni el progreso científico conllevan necesariamente una elevación ética de la humanidad. El progreso ético no es inevitable. No se le espera como al paso de un cometa. Se requiere desearlo y construirlo con todas nuestras fuerzas.

También como latinoamericanos debemos decidir si continuamos persiguiendo utopías y responsabilizando a los demás de nuestras desventuras, o si, por el contrario, admitimos que nuestro destino depende de lo que hagamos hoy para crear sociedades más educadas, más productivas, más justas, más dedicadas a construir instituciones sólidas que a escuchar el verbo encendido de sus líderes políticos.

Debemos decidir, porque lo que hoy tenemos es una América Latina confundida sobre su papel y su relevancia en el mundo, y cada vez menos clara en su adhesión a valores democráticos fundamentales. El gran logro histórico de la generación actual de latinoamericanos –el de haber dejado atrás la interminable noche de la tutela militar—empieza a naufragar, en parte por la renuencia de nuestras elites políticas para enfrentar las seculares aflicciones de la desigualdad y la exclusión, y en parte por la crónica incapacidad de muchos de nuestros políticos e intelectuales para ver la realidad como es, y no como quisieran que fuera; por su incapacidad para leer el mundo en prosa y no en poesía.

Debemos decidir, entonces, si la aventura democrática que emprendió la región en las últimas tres décadas será sólo un paréntesis de racionalidad en una historia marcada por la intolerancia, la violencia y la frustración, o, más bien, el inicio de nuestro largamente pospuesto viaje a la modernidad y al desarrollo.

Pero es, sobre todo, como costarricenses que debemos tomar decisiones. Durante años hemos venido posponiendo, por temor y por comodidad, la solución a nuestros más acuciantes problemas. Hemos preferido creer, contra toda evidencia, que la negativa a decidir no acarrea costo alguno y que los indiscutibles logros que como sociedad hemos alcanzado, prefiguran nuestro éxito a perpetuidad.

Hemos escogido adoptar la indecisión como método para enfrentarnos a la vida. Desde hace ya muchos años hemos perdido como país el impulso y la dirección, y en un camino empinado eso sólo puede conducir al retroceso.

Por esa ruta hemos llegado a un momento límite. No podemos seguir vagando sin norte, discutiendo interminablemente entre nosotros, persiguiendo el espejismo de la unanimidad, consumiendo lo mejor de nuestros días y nuestros esfuerzos como si el tiempo no existiera, como si la marcha de la historia se hubiese detenido para esperar que la pequeña Costa Rica decida algún día levar anclas.

“Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va”, escribió, con razón, Séneca. Estoy convencido de que Costa Rica tiene todo para llegar donde se lo proponga, pero primero tiene que saber hacia dónde quiere ir.

Esa es la tarea que empieza hoy: la de definir un norte para Costa Rica y empezar a navegar hacia él.

Si hemos de definir ese norte, es preciso que recuperemos el valor para coincidir; la capacidad para reconocer las oportunidades que tenemos; la humildad para saber que nuestra visión del mundo no es la única, y la nobleza para situar el interés de la patria por encima de nuestros intereses particulares.

Debemos recuperar la sabiduría para discernir qué es lo esencial y qué es lo accesorio en nuestra nacionalidad; para separar aquellas tradiciones y valores que merece la pena conservar en esta búsqueda de destino, de aquellas que solo se han convertido en pesados lastres.

Sobre todo, debemos recuperar la disposición de innovar, de cambiar, de explorar nuevos rumbos. Y en esto, me parece, estamos de acuerdo: para todos los sectores políticos y sociales del país el statu quo ha dejado de ser una opción.

Costa Rica debe recuperar a partir de ahora la confianza de que tiene todo para salir adelante, que puede pensar en grande y mirar el futuro por encima de las pequeñas disputas que hoy consumen nuestras energías. Es tiempo de que volvamos a tener un propósito histórico digno de nuestro pasado excepcional.

Esa, amigas y amigos, es la misión que tenemos: que Costa Rica vuelva a ver el futuro con optimismo, que vuelva a creer en sí misma, que se convenza de que puede cambiar.

Eso es lo que debemos hacer y eso es lo que haremos.

A partir de hoy daremos un rumbo claro a la lucha contra la pobreza y la desigualdad. No permaneceremos impasibles frente al dolor del millón de costarricenses que viven en la miseria. No permaneceremos impasibles frente a los abismos sociales que hoy dividen a la familia costarricense. No permaneceremos impasibles frente a la discriminación que cotidianamente padecen los grupos más vulnerables de nuestra sociedad, en particular las personas con discapacidad, los adultos mayores, las minorías étnicas, los niños y las mujeres jefes de hogares.

Devolveremos al país la fidelidad a sus mejores tradiciones, que siempre situaron a la expansión de las oportunidades humanas como el hilo conductor de su aventura histórica. Ese es el legado del pensamiento solidario de Félix Arcadio Montero, Omar Dengo, Alfredo González Flores, Jorge Volio, Manuel Mora, Rafael Angel Calderón Guardia, José Figueres y todos los que, a lo largo de nuestra historia, nos hicieron entender que la nación costarricense no es simplemente una suma de individuos, sino una comunidad y una familia, que no abandona a su suerte a sus hermanos más débiles.

La política social de esta administración pondrá énfasis en fortalecer los servicios públicos universales, sobre todo los de educación y los que presta la Caja Costarricense de Seguro Social, que deben seguir siendo sufragados por todos los costarricenses, para todos los costarricenses.

Trabajaremos para coordinar los programas de combate a la pobreza; para hacer posible una asignación progresiva y transparente de la inversión social y para evaluar rigurosamente sus resultados.

Debemos entender que una política social efectiva no se construye en el vacío. Se hace con muchos recursos públicos. Por ello, quiero ser enfático en lo siguiente: en esta administración solucionaremos la perenne crisis fiscal del estado costarricense, de forma tal que pueda realizar las inversiones sociales que Costa Rica necesita.

No podremos caminar hacia el futuro si nuestra inversión social no aumenta significativamente en cantidad y calidad. De no ser así, no tendremos desarrollo, ni justicia social, ni paz. La creación de un sistema tributario adecuado y progresivo es vital para nuestro porvenir.

A partir de hoy daremos un rumbo claro al sector productivo del país. Impulsaremos políticas que tiendan al mejoramiento sostenido de la competitividad; a la apertura gradual de la estructura económica; a la sostenibilidad de nuestros procesos productivos; y a una inserción inteligente en la economía global. No nos resignaremos a mirar con impotencia el grave retroceso del país en los índices más importantes de competitividad.

Orientaremos nuestras acciones al fin más importante que puede tener cualquier política de producción: crear más y mejores empleos para los costarricenses y, en especial, para nuestros jóvenes. Al margen de lo que hagamos con nuestra política social, la primera tarea para reducir la pobreza en Costa Rica consiste en estimular la creación de empleos formales en el sector privado.

Asimismo, reformaremos y regularemos adecuadamente los sectores de telecomunicaciones, energía e infraestructura para hacerlos competitivos internacionalmente. Nos abocaremos en forma inmediata a la elaboración de una política energética integral, que reduzca nuestra dependencia de los hidrocarburos y fomente el uso de las fuentes renovables de energía. Costa Rica debe replantear, sin prejuicios, su modelo energético actual, porque su continuidad no hará otra cosa que poner en riesgo nuestro crecimiento económico futuro.

Profundizaremos la vinculación de Costa Rica con la economía mundial. Vamos a atraer vigorosamente la inversión extranjera y continuaremos teniendo una política comercial decidida, que permita a la mayor cantidad de productores nacionales vincularse a los mercados de exportación.

Dar la espalda a la integración económica, regresar al proteccionismo comercial y menospreciar la atracción de inversión extranjera constituyen, hoy por hoy, las vías más seguras para condenar a la juventud costarricense al desempleo y a Costa Rica al subdesarrollo. Constituyen, también, la forma más segura de desaprovechar el capital humano e institucional que ha acumulado el país en los últimos 50 años, que nos permite integrarnos exitosamente en la economía mundial.

En esto deseo ser muy claro: la soberanía no se defiende con prejuicios ni con consignas, sino con trabajo y con planes concretos para darle prosperidad a Costa Rica. Un país que teme al mundo y no es capaz de adaptarse a él, inexorablemente termina condenando a sus jóvenes a buscar el bienestar más allá de sus fronteras. Si hace eso, es menos soberano, es menos justo y es menos país.

Propiciar el aislamiento de Costa Rica de los grandes fenómenos del mundo moderno es una causa reaccionaria y una traición a nuestra juventud. No será mi gobierno el que, por miedo y por prejuicio, aísle a Costa Rica de la economía internacional.

A partir de hoy daremos un rumbo claro a la educación pública. Esta debe volver a ser uno de los motores de nuestra productividad, un instrumento para reducir las desigualdades y reproducir nuestros mejores valores.

En los próximos cuatro años no escatimaremos ningún esfuerzo para llevar la inversión educativa al 8% del Producto Interno Bruto. Vamos a trabajar para que la profesión de educador sea bien remunerada, de manera que nuestro sistema educativo capte mentes cada vez más capaces y con mayor vocación de servicio. Sobre todo, vamos a trabajar todos los días para universalizar la educación secundaria, apoyando económicamente desde el Estado a las familias más pobres para que mantengan a sus hijos adolescentes en las aulas. No dejaremos que la falta de acceso a la educación reproduzca, generación tras generación, el infernal ciclo de la miseria.

Daremos un rumbo claro al combate contra la inseguridad y las drogas. Vamos a ser duros con la delincuencia, pero mucho más duros aún con las causas de la delincuencia. Profundizaremos la orientación preventiva de la Fuerza Pública y la dotaremos de más recursos. Mejoraremos los mecanismos de denuncia contra la delincuencia y, en particular, contra la agresión doméstica, la forma más insidiosa y extendida de criminalidad.

Combatiremos sin descanso el narcotráfico. Y no sólo el gran narcotráfico –el que requiere patrullar nuestros mares y nuestros aeropuertos—sino, en especial, el pequeño tráfico de drogas, el que ocurre en las esquinas de nuestros barrios, en los parques de nuestras comunidades, en las salidas y en los corredores de nuestros colegios. Esa será una de las mayores prioridades en materia de seguridad ciudadana.

A partir de hoy daremos un rumbo claro a los esfuerzos para modernizar el Estado. Nos abocaremos urgentemente a la tarea de dotar al país de una institucionalidad ágil, eficiente y transparente, que sea un apoyo para los emprendimientos de los ciudadanos y no un enemigo; que sea un instrumento de gobernabilidad democrática y no su peor obstáculo.

Daremos un rumbo claro a la inversión nacional en infraestructura y transportes. Nunca más nuestras carreteras, puertos y aeropuertos serán un motivo de vergüenza nacional; nunca más condenarán a nuestros productores a pasar por una pesadilla para vender el fruto de su trabajo; nunca más castigaremos al aislamiento y al atraso a las comunidades rurales más alejadas.

A partir de hoy daremos un rumbo claro a nuestra política exterior. Devolveremos a Costa Rica su papel protagónico en el concierto internacional. Nuestra política exterior se basará en principios y valores profundamente arraigados en la historia costarricense, a saber: la defensa de la democracia; la plena vigencia y promoción de los Derechos Humanos; la lucha por la paz y el desarme mundiales; y la búsqueda del desarrollo humano.

Volveremos a alinear nuestra política exterior con la vocación pacífica del pueblo costarricense, con la defensa del multilateralismo, con la estricta adhesión al Derecho Internacional y a los principios en que se fundamenta la Carta de las Naciones Unidas, la más elemental salvaguarda contra la anarquía en el mundo.

Como un país sin ejército, a partir de hoy convocamos al mundo y, en especial, a los países industrializados, para que entre todos demos vida al Consenso de Costa Rica. Con esta iniciativa aspiramos a que se establezcan mecanismos para perdonar deudas y apoyar con recursos financieros a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en salud, educación y vivienda para sus pueblos, y cada vez menos en armas y soldados. Es hora de que la comunidad financiera internacional premie no sólo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.

De igual manera, a partir de este momento, la protección del medio ambiente y del derecho de los pueblos al desarrollo sostenible pasará a convertirse en un eje prioritario de nuestra política exterior. Nuestro objetivo es que el nombre de Costa Rica se convierta en un sinónimo de valores fundamentales para la humanidad: el amor por la paz y el amor por la naturaleza. Ese será nuestro sello distintivo como país. Esa será nuestra carta de presentación ante el mundo.

Dejo para el final el último de mis compromisos, que es el más importante. A partir de hoy habrá un rumbo claro e inalterable en materia de honestidad en la función pública.

Esa ruta ética pasa, en primer lugar, por hablarle a los costarricenses con la verdad, por decirles siempre lo que deben saber y no lo que quieren oír. No he llegado a este puesto para complacer a ningún grupo sino para defender el interés de la sociedad costarricense en su conjunto, según pueda entenderlo a través de mis limitaciones humanas. Podré errar en mis decisiones, y seguramente lo haré muchas veces, pero nunca decidiré nada con otro criterio que no sea la búsqueda del bienestar de mi pueblo.

Esa ruta ética pasa por cumplir con lo prometido en campaña, condición mínima para que los costarricenses vuelvan a creer en la política. Pasa por rendir cuentas de todos nuestros actos ante los ciudadanos, por duro que a veces pueda resultar. Pasa por exigir de nuestros colaboradores las más altas normas de integridad y responsabilidad. Pasa por entender el ejercicio de la Presidencia no como una oportunidad para buscar la gloria o la popularidad, sino como un espacio para servir a quienes más nos necesitan.

Este, amigas y amigos, es el camino que Costa Rica emprenderá hoy.

Quisiera pensar que esta ruta que he delineado desembocará, inevitablemente, en una Costa Rica más próspera para nuestros hijos. Quisiera pensar que la banda presidencial que me ha sido impuesta es el talismán que hará posible que lleguemos al bicentenario de nuestra independencia como una nación desarrollada. Pero no hay en esto certezas; tan sólo hay posibilidades.

Pienso que buena parte del éxito dependerá de la madurez política que mostremos en esta hora crucial, de nuestra altura de miras, de nuestra voluntad para coincidir y de nuestra lealtad a reglas básicas de civilidad, sin las cuales ninguna forma de democracia es posible.

Para todos los partidos políticos y sectores sociales del país tengo hoy un mensaje, que también es un ruego. Un ruego para que trabajemos juntos por nuestro futuro. Un ruego para que aprendamos que ningún partido y ningún grupo social tiene el monopolio de la honestidad, del patriotismo, de la buena intención y del amor a Costa Rica. Un ruego para que entendamos que el ejercicio responsable del poder político es mucho más que señalar, denunciar y obstruir, y consiste, ante todo, en dialogar, colaborar y construir. Un ruego para que sepamos distinguir entre adversarios y enemigos; para que comprendamos que no es un signo de debilidad la voluntad para transigir, como no es un signo de fortaleza la intransigencia. Un ruego para que desterremos la mezquindad de nuestro debate político; para que levantemos la cabeza, miremos hacia delante y pensemos en grande.

Sólo así estaremos a la altura de las graves responsabilidades que tenemos frente a nosotros como gobernantes, como líderes políticos, como líderes sociales o, simplemente, como ciudadanos.

Amigas y amigos:

Nos ha sido dado el raro privilegio de vivir en un momento crítico de la historia, cuando lo viejo aún no muere y lo nuevo aún no nace. En esta encrucijada la humanidad debe escoger si elimina todas las formas de pobreza o todas las formas de vida en el planeta.

Los latinoamericanos debemos escoger si abonamos, con ciencia y paciencia, la flor democrática que ha germinado, o si la aplastamos bajo el peso de añejos prejuicios y de nuestra legendaria tolerancia ante la injusticia.

Los costarricenses debemos escoger si tomamos nuestro destino en nuestras manos, si aprovechamos las oportunidades y creamos una patria próspera en la que exista un lugar digno para todos, o si, por el contrario, nos resignamos a ver pasar el mundo a la distancia, a dilapidar los logros que hemos acumulado y a vivir, como aquella familia venida a menos en un relato de Jorge Luis Borges, “en el resentimiento y la insipidez de la decencia pobre.”

Todos estos caminos están abiertos, pero no es mucho el tiempo que tenemos para decidir. Por mi parte, yo escojo la vida, la democracia y el desafío de cambiar en paz. Es tiempo de que la humanidad, América Latina y Costa Rica cambien, no por casualidad, sino por convicción; no porque no haya otro camino, sino porque es lo correcto.

Con humildad le pido a todos los costarricenses -hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de todas las persuasiones políticas y credos religiosos- que me acompañen en esta empresa. Soy tan solo el director que libre y transitoriamente ustedes escogieron para esta obra colectiva que iniciamos hoy. Pero tengo muy claro que los actores y los protagonistas, hoy, mañana y siempre, serán ustedes.

Les pido a todos los costarricenses que al miedo respondamos con optimismo; a la impotencia con entusiasmo; a la parálisis con dinamismo; a la apatía con compromiso; y a la pequeñez con fe inquebrantable en el destino superior de Costa Rica.

Y a Dios Todopoderoso le pido que, con su infinita sabiduría, guíe nuestros pasos en esta nueva etapa en la construcción del hermoso edificio de nuestra nación.

Muchas gracias.