He ejercido el mandato con humildad

Discurso

Discurso pronunciado el 01 de mayo de 1981 por el Dr. Oscar Arias Sánchez, en la Asamblea Legislativa de Costa Rica con motivo de su renuncia al cargo de diputado.

Me levanto hoy en esta Asamblea para hablar, por última vez, con el imperio del mandato que me fuera entregado por el pueblo herediano en las elecciones de 1978.

He ejercido este mandato con orgullo y con humildad. Con el orgullo de ser emisario de una noble comunidad que me confió su representación; con la humildad que siento ante el conocimiento de mis limitaciones y mi lucha por superarlas. Con el orgullo de ser hermeneuta de una provincia de maestros, amante del saber y amiga de la verdad y de la justicia; con la humildad que surge ante la necesidad de estudiar para poder interpretar con acierto los deseos y los anhelos del votante herediano que me dio su apoyo y su confianza.

Mil veces he tenido, durante estos años, la tentación de caer en la impaciencia: el incontenible deseo de acelerar los acontecimientos y de alcanzar resultados con prontitud. Aquí, sin embargo, aprendí a esperar, aprendí la profunda sabiduría que esconde la paciencia como virtud.

Aprendí que el Parlamento es diálogo, transacción, búsqueda permanente del consenso, y que para ello es indispensable saber ceder y nunca sentirse poseedor exclusivo de la verdad. En la lucha constante por el consenso se abrió para mí un mundo sin horizontes que obliga a escuchar. Escuchar al elector, al compañero de partido, al adversario, al pueblo por doquier. Aquí aprendí también que cuando se lucha por causas que cuentan con el respaldo mayoritario del pueblo, porque son esenciales para el fortalecimiento de nuestra democracia y para la convivencia humana, la espera no implica ni renuncia ni claudicación de nuestros principios, y la derrota no existe.

Sí, señores Diputados, como sucede en las luchas por la libertad, cuando un hombre entrega la vida, su muerte es siempre una victoria y nunca una derrota. Cuando se es diputado de una fracción minoritaria, y no es posible aprobar la legislación que hemos puesto en conocimiento de esta Asamblea Legislativa, el derrotado no es Liberación Nacional, sino aquel que ha vuelto la espalda al clamor del pueblo.

El Partido Liberación Nacional no ha sufrido derrota porque no se haya aprobado la legislación económica de emergencia que presentamos el año pasado a conocimiento de este Plenario, ni las innumerables reformas constitucionales que consideramos indispensables para el fortalecimiento de nuestra democracia. Durante muchos meses, a la par de mis compañeros, he luchado por modificar nuestra Constitución Política a fin de acortar a dos meses el período de nuestras contiendas electorales y de reducir significativamente el monto de la deuda política, así como de dedicar parte de estos recursos a la capacitación y educación política que requieren nuestros dirigentes. De igual manera, he dado una batalla por otorgarles a las municipalidades el financiamiento económico indispensable para que su autonomía política sea una realidad, y no tengan que depender de las partidas específicas y de la generosidad de los gobernantes de turno.

Como minoría parlamentaria, hemos representado a una mayoría ciudadana cada vez más grande y nos hemos enfrentado a un gobierno cada vez más aislado del pueblo. Falta muy poco, pues está muy cercano el día para que los costarricenses retornen a estas curules la más firme representación parlamentaria liberacionista de nuestra historia patria.

Tengo la certeza de que muchas de estas ideas son compartidas por muchos de ustedes. Por ello, afirmo con toda autoridad que mi fe en el sistema parlamentario, y la consideración y el cariño que le profeso a la Asamblea Legislativa, me impedirán siempre contarme entre quienes se solazan en atribuirle todos los males que padece el país. No abandonaré nunca mi lucha permanente por su perfeccionamiento, por fortalecerla y protegerla de sus enemigos, porque sé que de ese modo contribuyo a preservar y robustecer la democracia.

Creo que ustedes, señores Diputados, habrán de coincidir conmigo en que la historia parlamentaria costarricense nos enseña, cómo muchas veces, tantos hombres que entregaron tanto de sí mismos y que lucharon con tanta tenacidad por sus ideales, llegaron solo pocas veces a coronar con éxito la tarea legislativa que el país demandaba de ellos.

¿Por qué si esto sucede mantiene el Parlamento incólume su majestad? ¿Sucede acaso lo mismo con el Poder Ejecutivo? Ciertamente no. Cuando el pueblo elige al Presidente de la República le encarga orientar y administrar cuatro años de quehacer nacional. Cada administración construye su propia grandeza o se consume en sus propias debilidades y contradicciones. La acción del Poder Ejecutivo puede traer prosperidad o miseria. Despertará confianza y florecerá la justicia, o propiciará el engaño y surgirá el encono. La Asamblea Legislativa podrá compartir las alabanzas del progreso o soportar las críticas de rumbos equivocados. Sin embargo, por sobre los altibajos de una administración, por sobre las pequeñeces que se puedan acumular en su propio seno en un momento determinado, el Parlamento mantiene su majestad. Ello se explica porque al Parlamento no se le confían cuatro años, sino que se le entrega la historia y la preservación de nuestra democracia. Se le encarga mantener inconmutables nuestras creencias. Se le transforma en la ciudadela de la libertad que deseamos por siempre disfrutar.

Nuestra Asamblea Legislativa nunca conoció la prepotencia, ni la soberbia, ni la imposición, ni el engaño. Más allá de los hombres que la integren o de los tiempos que la limiten, la Asamblea Legislativa piensa y actúa como el pueblo piensa y actúa. Es el primer poder de la República porque es el reflejo del pueblo mismo. Se equivocan, y siempre se equivocarán, quienes puedan creer que esta Asamblea, torturada y vacilante, no habrá de levantarse con toda su fuerza y majestad si los valores patrios que se confiaren llegaron a ser amenazados.

Dejo esta Asamblea Legislativa en un día triste para el país: con el tiempo, la verdad de los hechos ha terminado por imponerse en toda su magnitud. Ya no es posible hablar de la fortaleza del colón, ni de contener el gasto público, ni de incrementar nuestra producción, ni ignorar el temor al desempleo generalizado, ni ocultar la despiadada inflación o negar que se nos han cerrado por completo los créditos en el exterior. Todo esto hemos debido soportarlo en un triste clima en que la moralidad pública ha sido cuestionada con sucesivas denuncias y dudas que han sobrepasado hasta los límites de nuestras fronteras.

Aquí hay una lección democrática que los costarricenses jamás debemos olvidar. El país no elige a sus gobernantes para que éstos distorsionen la realidad. Idos hace ya muchos lustros están los tiempos en que la sociedad costarricense podía ser manipulada con esa frivolidad. Es absurdo pensar que nuestro pueblo no puede enfrentarse a la adversidad, y es desconfiar en la democracia creer que el engaño puede orientar el quehacer nacional. Costa Rica, sin duda, tiene los hombre, y la capacidad moral y el valor necesarios para enfrentarse a momentos adversos, por duros que éstos sean, y para intentar las rectificaciones que la hora demande, por muchas privaciones que ello pueda exigir.

Los problemas de nuestra economía, unos ajenos a nuestro control y otros totalmente sujetos a la capacidad de liderazgo político, se han profundizado seriamente por un denominador común: el mal manejo que ha hecho el gobierno de ambas situaciones. No es cierto que ante circunstancias adversas las acciones u omisiones de un gobernante sean indiferentes para sus resultados. Un gobierno consciente y con una visión clara de los problemas que afronta debe minimizar los efectos negativos de circunstancias comprometidas. A los costarricenses nos ha sucedido con la actual administración todo lo contrario: el Poder Ejecutivo se ha transformado en el principal agente acelerador del deterioro de nuestra economía.

Los dos elementos activos más importantes del Estado son el gobierno y la población. Es injusto pensar que solo los habitantes pueden amenazar al gobierno y, por ende, hablar de que la defensa del orden jurídico radica únicamente en la protección del gobierno. La historia demuestra que un mal gobierno puede constituir también una amenaza para los habitantes, para su sistema de convivencia y para sus afanes de progreso. Es ésta la honda crisis que padece hoy Costa Rica; la de un gobierno que se ha constituido en seria amenaza para las más legítimas aspiraciones de la población.

Así, cuando debió decirse la verdad, el gobierno la ocultó. Cuando existía para el gobernante la obligación de adelantarse a los tiempos éste improvisó. Cuando la coherencia y la confianza en el Presidente eran imperativas, se actuó con impulsos y amenazas, sin que jamás se previeran las consecuencias de estas acciones.

Cuando se debió rectificar y enmendar rumbos, se prefirió buscar culpables. Cuando el país quiso el diálogo, el pueblo encontró solo el hermetismo de la soberbia. En el campo social, la crisis se traslada con rapidez a los aspectos más esenciales: al hombre y a su convivencia democrática. Nace en Costa Rica una angustia que nos era desconocida desde la gran depresión de los años 30: el que exista un lugar de trabajo estable y bien remunerado para todos. Para grandes sectores que disfrutan de un trabajo seguro, surge, por una parte, la incertidumbre de poder conservarlo, y por otra, el temor, confirmado diariamente, de que sus ingresos no alcancen ya para satisfacer sus más urgentes necesidades ante una devaluación y un proceso inflacionario sin precedentes en la historia de este país.

Frente a este panorama desolador, señalé ya en setiembre de 1979 que para retomar la conducción de nuestra sociedad, el Partido Liberación Nacional no requería el fracaso de un gobierno y menos aún de un país en ruinas en lo moral y en lo económico. Dije entonces que no era aún demasiado tarde para intentar las rectificaciones que pudiesen evitar ese destino.

Hoy afirmo, con pesar, que sí es demasiado tarde. El país está en ruinas en lo moral y en lo económico. Solo podemos esperar ya días cada vez más difíciles. Sin embargo, afirmo con igual fuerza y determinación que siempre es posible evitarle a Costa Rica males mayores. El Partido Liberación Nacional tiene plena conciencia de este reto y lo ha aceptado.

La próxima victoria de nuestro partido surgirá de su capacidad para renovar ideas, para concebir y ejecutar programas y para legar a Costa Rica hombres competentes de todas las edades. Será una victoria fundada en la seguridad y en la confianza de poder señalar un nuevo y cierto camino de progreso compartido por todos los costarricenses.

El país sabe que hemos elegido a nuestro candidato a la Presidencia de la República. Ha sido tradición en nuestras campañas electorales hacer un gran énfasis en la personalidad del candidato. Si bien a nuestro candidato, don Luis Alberto Monge, le sobran cualidades personales para hacer, en torno a su persona, una campaña política de viejo cuño, él mismo viene predicando desde hace varios lustros dentro de nuestro partido que el perfeccionamiento de la democracia costarricense y la complejidad creciente de los tiempos demandan gobiernos respaldados no solo por líderes intachables, sino también por partidos políticos con pensamiento claro y disciplina en la acción. Esta larga lucha de don Luis Alberto culmina en una hora de feliz coincidencia para la patria. Cuando Costa Rica vive uno de sus momentos de mayores desafíos, el pueblo tendrá la oportunidad de llevar al gobierno a un Partido Liberación Nacional más fuerte y más unido, más firme y más reflexivo.

Si el reto de la historia es un nuevo 1948 sin derramamiento de sangre, podemos afirmar con orgullo que tenemos en Luis Alberto Monge el líder capaz de asumir ese reto; y que ese líder cuenta con el apoyo del partido que las circunstancias exigen. La patria tiene, así, una opción clara para elegir el camino de retorno al progreso, sin necesidad de alimentarse de rencores.

Me retiro de esta Asamblea con la satisfacción de que me sustituye el compañero Enrique Arroyo, un hombre cuya vocación de servicio y de entrega a la comunidad habrá de enaltecer a este Parlamento. Me alejo con la satisfacción de haber hecho aquí muchos amigos con cuya amistad me siento honrado y a quienes les reitero mi aprecio y cariño. De mis compañeros de fracción, en especial, me despido con la seguridad de que el transcurrir del tiempo servirá solo para fortalecer los lazos de fraternidad y solidaridad que nos han unido estos tres años.

A partir de este momento, habré de dedicarme, con toda mi voluntad y sin escatimar un solo instante de mi tiempo, a llevar a todos los pueblos de Costa Rica un mensaje de esperanza y de victoria.

El nuevo amanecer que representa para los costarricenses la confianza en ese triunfo del Partido Liberación Nacional, es mucho más que un símbolo de nuestra labor partidista; es el sello que cada hijo de esta tierra lleva en el corazón y que se convertirá en el más grande de los gobiernos de Costa Rica y en la más exitosa empresa jamás emprendida en la historia patria.