La mujer en la politica

Discurso

Secretario General del Partido Liberación Nacional, el 6 de noviembre de 1982, en el Primer Congreso Nacional del Movimiento Femenino del partido.

Deseo felicitar al Movimiento Femenino por la celebración de este Primer Congreso Nacional; a doña Matilde Marín de Soto por el entusiasmo que siempre le ha inculcado al Movimiento, como su Coordinadora Nacional; a la Junta Directiva del Movimiento y a la Comisión Organizadora de este Congreso por todo su esfuerzo, trabajo y dedicación.

Quisiera felicitar también al Movimiento Femenino por haberle dado a este Primer Congreso de la Mujer Liberacionista el nombre de Marita Camacho de Orlich. Su trabajo abnegado y desinteresado, su preocupación permanente por el niño, la madre y la familia costarricense, caracterizaron sus cuatro años como Primera Dama de la República. Fueron cuatro años durante los cuales privó su sentido del futuro, su determinación ante la adversidad, su vitalidad física y su acervo moral.

Mujeres de mi partido: Que la vida de doña Marita nos sirva de ejemplo; que su manera de ser, auténticamente costarricense, conocedora de sus tradiciones y enraizada profundamente en las realidades de su pueblo, nos ilumine siempre; y que su humildad y gran corazón nos inspiren en estos días que habremos de pasar debatiendo sobre el futuro de la mujer en la realidad política, social y económica de Costa Rica.

Este congreso tendrá que analizar con profundidad el papel de la mujer en la vida del partido y en la vida nacional, a fin de que nuestra patria, en lo que resta de este siglo, siga siendo el refugio de libertades, el paradigma de democracia y el ejemplo de prosperidad por los cuales hemos luchado durante tantos años.

No es por casualidad que Costa Rica es el país más democrático, pacífico y libre de América Latina. Es el resultado de muchos factores. Algunos de estos son muy obvios para todos nosotros: el espíritu republicano de nuestros primeros gobernantes; el énfasis que se le otorgó a la educación desde el siglo pasado; la conciencia libertaria y democrática de los liberales de principio de siglo; los ideales de justicia social que ha venido incorporando nuestra sociedad desde la época de González Flores. Nada, sin embargo, ha robustecido más nuestro sistema democrático que la abolición del ejército. Idea extraordinaria y grandiosa de un hombre también extraordinario y grandioso: José Figueres. La historia tendrá que reconocer algún día el profundo significado y la trascendencia de este insólito acto realizado por José Figueres, «el único general victorioso en el mundo que disolvió su ejército», como con acierto lo definió la juventud de mi partido.

Existen, por otro lado, factores menos visibles pero no por eso menos importantes. Tenemos un carácter nacional cincelado a través de los siglos, que ha sido y es un factor sobresaliente en el desarrollo de la democracia política y social de Costa Rica. Los costarricenses hemos comprendido, desde los albores de nuestra historia republicana, que la capacidad de negociación, la tolerancia, el diálogo y el respeto a las ideas ajenas son la esencia de la democracia. Nuestro pueblo tradicionalmente ha preferido la negociación a la confrontación, el diálogo al insulto. Hemos aprendido que es mejor convencer que vencer.

No son las constituciones ni las leyes las que crean las democracias. Para que la democracia sea una experiencia real y auténtica, los principios que la sustentan deben, en primer lugar, haber calado en las mentes y en los espíritus de los individuos que la forman.

No importa cuáles hayan sido los errores o los aciertos de Liberación Nacional en el ejercicio del poder, nuestro partido siempre ocupará la más gloriosa página en la historia patria, porque su identificación con el disfrute de estas libertades y esperanzas es algo que ni el más mezquino de los hombres podrá negar.

El Partido Liberación Nacional nació a la vida política con el Máuser del Glostora aún humeante en sus manos, y esa génesis es el escudo que ha impedido, e impedirá, que la voluntad popular pueda ser violada. Nació para que nunca más un gobierno intente perpetuarse en el poder. Nació para que nunca más se trate de imponer en nuestra patria verdades absolutas. Nació para que el derecho a la discrepancia sea parte del alma de nuestro pueblo. Nació para afirmar el valor y la fuerza de las ideas frente a la adversidad. Nació para rechazar las soluciones únicas, dogmáticas, deshumanizantes, provengan éstas de donde provengan. Nació para que nunca nadie esté por encima de la ley. Nació para que sea imposible justificar la represión, la disciplina de las armas, el imperio del odio. Liberación Nacional nació para que la justicia social aumente la libertad, jamás para disminuirla en su nombre.

En el transcurso de las últimas tres décadas, los cambios ocurridos en los campos económico, social y cultural deben hacer que nos sintamos orgullosos, pues muy pocos países de nuestra América lograron un desarrollo tan acelerado dentro de un sistema político eminentemente democrático, en donde se respetan los derechos humanos y las garantías individuales, y donde el disidente no tiene por destino el exilio, ni la cárcel, ni el cementerio, ni el silencio.

Con orgullo nos referimos a menudo a la estabilidad de nuestra democracia, pero pocas veces nos detenemos a pensar cuál ha sido el aporte de la mujer costarricense a esa democracia.

Si alguna característica distintiva posee la mujer en su contribución al desarrollo de la democracia patria, consiste en que la mujer entiende con grandeza que antes de pedir hay que dar. No es por coincidencia que la historia nos muestra a la mujer participando activamente en épocas críticas: es en guerras, catástrofes y grandes crisis nacionales cuando la mujer ofrece y da. En épocas de bonanza, la historia desconoce sus demandas. Este ha sido el caso en Costa Rica.

En épocas de crisis suele florecer el egoísmo del hombre. Cuando hay que compartir sacrificios todos intentan que recaigan en otros grupos; y es allí, precisamente, donde resalta con mayor vigor el aporte de la mujer, que está orientado a la cooperación, a compartir los sacrificios, a preservar la paz, a reafirmar la seguridad.

Detrás de una enfermera, de una maestra, de una trabajadora social, de una nutricionista; detrás de toda lucha por eliminar la pobreza, por mejorar la salud y las condiciones de vivienda del pueblo; detrás de una iniciativa para construir un asilo de ancianos o un hospicio de huérfanos, siempre hay una gran mujer.

Hoy la patria vive una crisis muy profunda, que afecta y sacude a todos los hogares costarricenses, no solo en su estabilidad económica, sino también en sus valores morales y políticos. Hay incertidumbre y angustia que la mujer percibe en forma inequívoca.

La mujer sabe se que vive una nueva crisis en la que habrá de salir a participar y a exigir una cuota más alta de liderazgo para preservar, cualquiera sea el precio, los valores que le son esenciales para el desarrollo de su familia: la seguridad para sus hijos, la libertad para su desarrollo y la perspectiva de un futuro mejor y más justo para la Patria Joven.

Si ayer la mujer dio estabilidad a nuestro sistema con el sufragio en las campañas electorales, hoy el momento histórico exige que su participación se refleje también en los sindicatos, en las asociaciones de desarrollo, en los centros comunales y demás instituciones de gobierno. La participación de la mujer en ellos es hoy crucial, si no queremos caer en extremismos. Es una participación indisolublemente ligada a la Patria Joven, porque los ideales que la mujer aporta a la política están comprometidos con el niño, con el adolescente, con el futuro.

Este llamado a la mujer costarricense, a la mujer liberacionista, es un llamado que emana de nuestras más profundas tradiciones democráticas. La mujer debe participar porque hay que decirle al joven que no debe desesperar, que habrá para él un futuro y que no permitiremos que los problemas y obstáculos del presente comprometan ese futuro. La mujer debe participar para exigir soluciones porque estamos cansados de odios y rencores que a nada conducen. La mujer debe participar porque tenemos que construir una sociedad más solidaria y más justa.

Es urgente redefinir el ámbito de la democracia costarricense, el grado de sus libertades, el papel del empresario y del trabajador en el campo de la producción, así como el papel del Estado en nuestro futuro desarrollo. Debemos definir la calidad de la vida a que todos aspiramos y, sobre todo, delinear la más clara estrategia para que, sin ceder en el campo de la libertad, nos preparemos a dar la más intensa batalla contra la injusticia social.

Nunca nos cansaremos de repetir que nuestra democracia solo podrá sobrevivir si logramos terminar con el tugurio, con el estómago vacío en el niño, con la inseguridad, con la prostitución de la joven y la delincuencia del adolescente, con la drogadicción, con el latifundio improductivo y la marginalidad del campesino que emigra a la ciudad.

Será necesario hacer un mayor esfuerzo para disminuir el paternalismo imperante, por atenuar la excesiva burocratización de nuestras instituciones públicas, por hacer una realidad la regionalización de los principales servicios que presta el Estado. Debemos retornarle a nuestras municipalidades el poder político y económico que antaño tuvieron. Si queremos que el costarricense mantenga la fe en la eficiencia de sus instituciones, hay prácticas políticas, fórmulas económicas y ordenamientos sociales que deben cambiarse. De no realizar estos cambios, la paz y la libertad de que hoy disfrutamos pasarán a ser tan solo un recuerdo del pasado. Esta es nuestra responsabilidad.

En un mundo cada vez más interdependiente, la verdad es que la solución definitiva a estos problemas solo se obtendrá cuando se modifique la actual estructura de poder entre las naciones desarrolladas y los países que constituyen el llamado Tercer Mundo. La paz mundial estará en peligro mientras condenemos a millares y millares de seres humanos a vivir en la miseria más abyecta.

A menos que haya un cambio de actitud de las naciones ricas, tanto del Oeste como del Este, y se pongan en práctica los principios de solidaridad que con tanta frecuencia se pregonan, el futuro de nuestro pueblo es apocalíptico.

Mientras no se abandone el excesivo proteccionismo de hoy impera en todas las naciones industrializadas; mientras no se acabe con ese enfermizo monetarismo, deflacionario y recesivo, que en años recientes nos ha invadido; mientras no hagamos un esfuerzo por canalizar nuestros escasos recursos a la satisfacción de las necesidades más básicas del hombre, en lugar de consumir lo frívolo e innecesario; y, finalmente, mientras no se tenga la convicción, por parte del mundo rico, de que es necesario hacer un mayor esfuerzo por aumentar la ayuda concesionaria para el desarrollo del Tercer Mundo, la convivencia entre los distintos pueblos que integran este planeta no podrá mantenerse. ¿Acaso no es irracional, mujeres liberacionistas, que mientras condenamos a millones de niños a morir de desnutrición, se gasten anualmente más de 600.000.000.000 de dólares en armas, lo que equivale a más o menos 1.200.000 dólares por minuto?

La semana pasada regresé de Japón, a donde fui invitado a participar en una conferencia sobre el futuro del desarrollo mundial en los próximos años, hasta la finalización de este milenio. La conclusión de la conferencia no fue nada original, pues, una y mil veces, en muy distintos foros, se ha concluido lo mismo: la carrera armamentista es incompatible con el deseo de acabar con el hambre imperante en tanto lugar de este planeta. Quiero que sepan que la suma destinada a la asistencia técnica de los países en desarrollo para los próximos cinco años, es menor que la suma que se gastará en la fabricación de armas en los próximos cinco días.

Finalizada la conferencia en Tokio, viajé a Hiroshima. En esa ciudad, hace treinta y siete años, el 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, un avión B-29 dejó caer la primera bomba atómica sobre la faz de la tierra. Era una bomba de tres metros de longitud y cuatro toneladas de peso, con un poder destructor equivalente a 20.000 toneladas de dinamita. Era una bomba demasiado pequeña, en comparación con el arsenal nuclear que amenaza a la humanidad en nuestros días.

De una población de alrededor de 400.000 habitantes, la mitad murió. Quien no pereció a consecuencia de la explosión, pereció bajo las llamas del incendio que siguió al estallido de la bomba, o bien fue víctima de la radiación generada por el holocausto. De los escombros y las cenizas nació una nueva Hiroshima. En el parque que se erigió para mostrarle a las nuevas generaciones la barbarie de las armas nucleares, se encuentra un cenotafio con la siguiente leyenda: «Dejad que todas las almas descansen en paz, porque nosotros no repetiremos el mal.»

He querido evocar este brutal acontecimiento de la historia de la humanidad por dos razones. Primero, para que sepamos valorar el significado de la abolición de nuestro ejército por parte de José Figueres. Gracias a su visión hoy nos vanagloriamos de que nuestro ejército la constituyan 40.000 maestros y de que, en lugar de cuarteles, tengamos escuelas, y en lugar de rifles, libros. Segundo, para que la mujer liberacionista y, en general, la mujer costarricense, adquiera conciencia de la amenaza que significa para el futuro de nuestros hijos la carrera armamentista, tanto de armas nucleares como convencionales, por parte, no solo de las naciones ricas, sino también de las naciones pobres.

Hace seis meses, al retornar Liberación Nacional al poder, asumimos una responsabilidad histórica: superar los valladares que afrontamos y devolverle al costarricense la esperanza de nuevos horizontes de progreso. No es una tarea fácil. Algunos grupos no están dispuestos a ceder siquiera parte de sus privilegios, mientras que otros muestran una intransigencia que pone en peligro la paz social. Con frecuencia, los esfuerzos por alcanzar una más justa distribución de los beneficios del desarrollo se estrellan contra la intolerancia de los poderosos o se desvanecen ante la indiferencia de quienes prefieren mantenerse en la comodidad del statu quo. No hay alternativa: si hacemos a tiempo el cambio para economizar sangre, como convencidos socialdemócratas que somos, no faltará quien quiera hacerlo con sangre para economizar tiempo.

Justicia en la crisis, cualquiera sea su costo, debe ser el camino de Liberación Nacional. No es posible ignorar que una enorme mayoría de la población sufre hoy, en silencio, la angustia de un deterioro económico que afecta sus necesidades más elementales. Para algunos —los menos—, la crítica situación que hoy vivimos significa privarse de lo accidental, lo frívolo, lo innecesario. Para otros —los más—, la crisis significa privarse de lo esencial, lo indispensable: comer o no comer. El reto del alma liberacionista es renacer en la crisis. Nunca como hoy, el verde de nuestra bandera simbolizó más claramente la esperanza para todo el pueblo. Nunca como hoy, el que la esperanza de ese verde se transforme en realidad depende de las mujeres.

El Movimiento Femenino debe ser, en adelante, el adalid en la lucha por una mayor representación para la mujer en los organismos de partido y de gobierno. No podemos estar satisfechos con los logros alcanzados hasta ahora. En un país en donde la mujer representa la mitad de los votos, no es motivo de orgullo su baja participación en la toma de decisiones del quehacer político.

Esta baja representación del sexo femenino en los órganos del partido y en la vida pública tiene raíces muy profundas: la anacrónica desigualdad existente entre hombres y mujeres. La lucha por la igualdad de los sexos es una lucha permanente, en la que, si no se avanza, se retrocede. Quiero decirles que desde hace mucho tiempo me he preocupado por hacer conciencia sobre la injusta desigualdad de la mujer ante el hombre. Hace más de diez años, en un par de artículos que dediqué a Miguel de Unamuno y que titulé «Nuestras mujeres» y «Nosotros los hombres», abogué por la igualdad de la mujer ante el hombre.

Dije entonces:

«Para muchos la superioridad del sexo masculino es un hecho incontrovertible. Nuestra civilización ha sido increíblemente perjudicada por la exaltación de un mal comprendido ‘machismo’. Este machismo parece tener carácter de ley absoluta. En muchos casos son los hombres los culpables de que sus compañeras se mantengan fuera de las esferas del saber y totalmente marginadas de la vida intelectual y espiritual. Creen estos señores que el único lugar de una mujer es su hogar y por ello reprimen cualquier intento de superación o emancipación de ésta.

Resisten toda pretensión que conduzca a un mayor desarrollo de la individualidad de la mujer, y más bien exaltan su superficialidad y frivolidad. No les importa que la mujer lea puerilidades, aprenda puerilidades y repita puerilidades, sino que, por el contrario, así la prefieren. Después de todo, a la mujer la necesitan para que les sirva de empleada doméstica y de esposa. Es por esto que una educación superior se considera a veces inconveniente y riesgosa: en la universidad se adquieren conocimientos y otras cosas más.

Los valores de la sociedad latina son los valores masculinos. Al hombre se le valora con base en el tradicional ‘donjuanismo’. Como forma de escape a las muchas tensiones de vida moderna, busca aventuras ligeras que luego explota para envidia y admiración de sus camaradas. Decía Unamuno que nuestros Don Juanes se dedican a cazar doncellas para matar el tiempo y llenar un vacío de espíritu por cuanto no encuentran otra manera como llenarlo: ‘No son, como Werther, víctimas de los anhelos de su corazón, sino que lo son de la vaciedad de su inteligencia’.

La igualdad, superioridad o inferioridad de los seres humanos es muy relativa cuando se refiere a individuos y cae en el absurdo cuando se relaciona a sexo o razas.Las diferencias existentes entre hombres y mujeres deben conducir a su complemento y no a la imposición del uno sobre el otro. Hay, sin embargo, un hecho real: la mujer ha permanecido marginada en un mundo en el cual todas las leyes, los valores y los prejuicios le han sido dados. Se les ha hecho creer que la inacción es sinónimo de felicidad y la sumisión sinónimo de felicidad. Los resultados no han podido ser peores.

Si el poder masculino fue ilimitado en el pasado, el presente nos muestra cambios radicales y profundos. Sin embargo, no es suficiente abrir a nuestras mujeres los diversos campos de cultura que hasta ahora les han permanecido herméticos. Es necesario, fundamentalmente, ofrecerles el respeto y las oportunidades que les permitan hacer efectivos conocimientos adquiridos. La culpa es nuestra, del hombre. Ya nos lo dijo sor Juan Inés de la Cruz: ‘Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis’.»

En el complemento del hombre y la mujer, en su respeto mutuo y en su libertad, descansa el mundo del futuro, un mundo que todos anhelamos mejor.

Me he permitido hacer esta larga cita de algunas ideas expresadas hace muchos años, cuando aún era estudiante universitario, porque creo que todavía hoy tienen vigencia. Pero las cosas habrán de cambiar, y ustedes habrán de ser las protagonistas de ese cambio. Confiado espero que de este Primer Congreso del Movimiento Femenino salga un nuevo Partido Liberación Nacional. Un Liberación Nacional más democrático, más tolerante, más audaz, más solidario, más revolucionario. Un Liberación Nacional con un nuevo sentimiento. Un Liberación Nacional con alma de mujer.