Los pueblos tienen que crecer y madurar

Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República
Inauguración del Estadio Nacional
La Sabana, Costa Rica

26 de marzo, 2011

Amigas y amigos:

A los hombres, como a los pueblos, el tiempo les da un número limitado de recuerdos. ¡Hay tantos pasos que se pierden en los callejones del olvido! Días que se vuelven espejos de otros días, momentos que se empañan como vidrios en la niebla. De todos los eventos que conforman una historia, ¿cuántos podremos evocar en el párrafo final de nuestras vidas?

Yo no sé qué palabras habrán de componer mi último pensamiento, ni sé qué imágenes poblarán los paisajes detrás de las montañas, tan sólo sé que este maravilloso día se salvará entre las grietas del tiempo. Aunque vengan rostros nuevos a mi mente, o vengan luces nuevas a invadir mis recuerdos, no podrán borrar este instante en que soy uno más de los que gritan en las graderías. No olvidaré jamás el rostro de los que agitan en lo alto sus banderas. No olvidaré los brazos que saludan desde la última fila. No olvidaré el coro de este pueblo que es una sinfonía de ilusión y de esperanza. Esta tarde me siento en medio de un corazón que palpita. ¡Bendita sea la suerte que nos permite habitar este vértice de la historia, este día en que se encuentran los recuerdos de nuestros abuelos con las memorias futuras de los niños de Costa Rica!

Esta tarde cerramos un libro de hojas amarillas. No puedo dejar de mencionar el estadio que durante tantas décadas ocupó esta esquina de nuestra Sabana. Muchos de ustedes recordarán algún traspaso de poderes, algún gol en un partido, algún concierto en el antiguo Estadio Nacional. Como cualquier costarricense, mi vida también lleva la marca de este lugar, al que vine tantas veces de la mano de mi padre, siendo apenas un chiquillo de dientes saltones y grandes orejas. Estuve aquí cuando, en los años cincuenta, Carlos Alvarado le atajó un penal a Busico del Boca Juniors. Estuve aquí cuando Mario Murillo le dio el triunfo al Herediano contra el Banfield de Argentina, con un golazo desde los cuarenta metros que el Oso Graneros no pudo parar. Estuve aquí cuando Tuzo Portuguez derrotó al campeón de peso medio mexicano, Nicolás Morán, en una pelea que algunos jamás olvidarán.

Estas anécdotas se agolpan en mi mente, como un acordeón cargado de notas viejas. Y sin embargo no siento nostalgia. Los pueblos tienen que crecer y madurar. Y así como una madre comprende que su hijo no puede vestir los zapatos de hace diez años, así también nosotros debemos aceptar que hay ropas que ya no nos pueden quedar. Tarde o temprano, también los países comienzan a usar pantalones largos. Los pueblos pueden ser esclavos de muchas cosas: algunos son esclavos de su propio pasado. Hoy quiero repetir lo que tantas veces he dicho en mi vida: no hay que temerle al cambio. El cambio es libertad. Un pueblo libre puede siempre reinventarse a sí mismo, puede siempre revisar el telar que teje el manto de su historia.

Eso fue lo que hicimos hace casi cuatro años, cuando establecimos relaciones diplomáticas con la República Popular China. Algunos de ustedes saben que esa fue una decisión que siempre quise adoptar. No me atreví a hacerlo durante mi primer Gobierno, porque Costa Rica se enfrentaba entonces a las dos superpotencias de la Guerra Fría, vehementemente opuestas al Plan de Paz que presenté para terminar con la guerra que azotaba a nuestros hermanos centroamericanos. En aquellos días, no podíamos costear un tercer frente político. Pero cuando el pueblo de Costa Rica me dio el honor de servirle de nuevo desde la Presidencia, el acercamiento con China fue una de las primeras tareas que emprendimos.

Hoy me queda la dicha de haber atado un nudo que no han de destruir las corrientes de los siglos; de haber contribuido a tensar los hilos en que colgarán, para siempre, puentes de amistad sobre el Océano Pacífico. China y Costa Rica han construido una de las más conmovedoras relaciones de la historia diplomática reciente: la amistad entre un joven bonsái y un milenario eucalipto, entre un águila ancestral y un ruiseñor que apenas comienza a cantar. Juntos, hemos demostrado que no existen barreras cuando hay buena voluntad, y que el cariño, que habla todas las lenguas y entiende todos los signos, puede superar cualquier abismo o diferencia.

Hay ciertas cosas que no pueden decirse con palabras. Hay cosas que se dicen a través del silencio. Se dicen con los ojos cargados de lágrimas. Se dicen con el corazón batiendo las alas. Se dicen con la voz del sentimiento. Hoy le pido esa voz al pueblo de Costa Rica, para decirle gracias al pueblo de China. Que cada canto que se escuche en este estadio, cada porra con que se anime a un deportista, cada medalla que ilumine el rostro de un atleta especial, sea una expresión de gratitud infinita.

Imaginé este estadio desde mi programa de Gobierno, y esta tarde he caminado en los pasillos de mis sueños. Es para mí un honor compartir este momento con nuestra señora Presidenta, doña Laura Chinchilla.

Quiero agradecer a las autoridades deportivas de Costa Rica, por haber trabajado con tanto tesón y valentía. Agradezco en particular a don Osvaldo Pandolfo, por defender esta obra desde sus cimientos. Agradezco a cada uno de los trabajadores que nos visitaron desde China, por la paciencia con que colocaron cada piedra de este majestuoso edificio. Agradezco al embajador de la República Popular China, y también a su antecesor, por el apoyo incondicional que nos brindaron. Y agradezco, finalmente, al pueblo de Costa Rica. En una democracia, los gobernantes trabajan para sus pueblos. Ustedes son los dueños de este estadio. Ustedes son la fuerza que lo hizo realidad. Sin ustedes, aquí no habría más que cemento y acero. Son ustedes los que traen la vida.

Amigas y amigos:

Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que visité el Estadio Nacional. Casi me cuesta creer que soy aquel chiquillo tímido, que sostenía asustado la mano de su padre. Pero sé que soy el mismo porque mi corazón sigue siendo un panal repleto de la miel de la esperanza.

Esta tarde sólo pido aún más esperanza. Esperanza para un pueblo que navega en un mar abierto. Esperanza para cortar las anclas del miedo. Porque es más importante soñar que guarecerse. Es más importante imaginar que preservar. Yo no sé los paisajes que aguardan detrás de las montañas del tiempo. Tan sólo sé que el mundo ríe cuando uno levanta la frente al cielo. No perdamos la miel de la esperanza. No soltemos el hilo del cometa. No amainemos nunca las velas. Porque la verdadera medida de un pueblo, no es aquello que ha logrado ser, sino aquello en lo que quiere convertirse.

Muchas gracias.