¿Neutralidad perpetua?

Oscar Arias Sánchez

Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República

Cuando amigos y compañeros de partido me preguntan la razón del enojo de don Luis Alberto Monge conmigo, no tengo una respuesta clara. A través de los años creo haber tenido una buena relación con él. Recuerdo aquel 11 de octubre de 1977, cuando festejábamos el cumpleaños de Margarita en mi casa en San Joaquín de Flores, cómo, a solicitud de don Luis Alberto, le rogué a mi padre, Juan Rafael Arias Trejos, que aceptara acompañarle en su papeleta presidencial como segundo vice Presidente, en compañía de ese gran costarricense que es don Alfonso Carro.

Para mi padre, quien desde joven había decidido no incursionar en la vida política, no era fácil quebrar esa determinación. No fue sino en horas de la madrugada que logré convencerlo de que aceptara, pues el Partido Liberación Nacional celebraba su Asamblea General al día siguiente -12 de octubre- para anunciar los nombres de quienes acompañarían a don Luis Alberto en la fórmula presidencial. En la mañana de ese día visitamos a don Luis Alberto en la casa de su esposa, doña Doris Yankelewitz, para que mi padre conversara sobre su participación en la campaña. Como se sabe, esa elección se perdió, cumpliéndose así el presagio de don Pepe de que “lo barren, lo barren”. En ella fui electo diputado por mi provincia, Heredia.

Para el proceso electoral de 1982, siendo don Luis Alberto candidato presidencial y yo Secretario General, él y su grupo más cercano me pidieron que abandonara el Balcón Verde para llevar gente de su confianza. Fue así como con Mariangel Solera y Dionisio Miranda me instalé en una pequeña oficina en las cercanías de La Sabana. Me echaron de mi oficina y de la campaña. Ese distanciamiento duró varios años, hasta que se rompieron los fuegos electorales para la Convención del PLN fijada para enero de 1985. Por haberme opuesto a la “fórmula mágica”, según la cual don Pepe encabezaría la candidatura presidencial y don Daniel Oduber y yo seríamos los vice Presidentes, los ex Presidentes apoyaron a mi digno adversario don Carlos Manuel Castillo. Yo inscribí mi precandidatura “sin muletas ni padrinos” y para esa Convención conté con la simpatía de don Luis Alberto.

Para entonces los conflictos bélicos en Centroamérica se agravaban. La carrera armamentista se intensificaba, producto de las vinculaciones cada vez más estrechas del Gobierno de Nicaragua con los de Cuba y la Unión Soviética. Existía presencia de asesores militares y de inteligencia cubanos y llegan a la región tanques, helicópteros y armas de todo tipo provenientes del Bloque Soviético. Los Estados Unidos de América aumenta su ayuda y su presencia militar: más equipo bélico, más maniobras militares conjuntas en Honduras, en El Salvador y en los mares de Centroamérica, a la vez que se incrementa la ayuda militar a la Contra nicaragüense que peleaba contra el gobierno sandinista. Con este infausto panorama y preocupado porque la guerra ya se nos estaba metiendo en nuestro territorio, como candidato presidencial basé parte de mi campaña en el tema de la paz para la región, porque sabía que sin ella no iba a tener posibilidades de desarrollo para mi país. También se basó mi campaña en los aciertos y en el rescate que hizo el gobierno de Monge de la economía costarricense, heredada en estado ruinoso de la Administración Carazo.

El 2 de febrero de 1986, al ganar las elecciones, mi primera visita fue a Villa Mongalva, casa del presidente Monge, quien me recibió junto con su gabinete. Quise agradecerle su confianza a mi candidatura. Semanas después, él me invitó a visitarlo a su casa, a la que acudí con mi hermano Rodrigo. Allí nos recibió el presidente Monge y el Embajador del los Estados Unidos, Lewis Tambs. Con sorpresa y asombro, mi hermano y yo fuimos informados de un acuerdo que existía entre los gobiernos de don Luis Alberto y de Ronald Reagan, mediante el cual se facilitaba el uso del territorio nacional para permitirle a la Contra operar desde Costa Rica. Se actuaba desde un aeropuerto en Potrero Grande, Guanacaste, y se habían instalado radares y hospitales clandestinos para atender a los heridos de la Contra. Todo esto se hizo a espaldas del pueblo costarricense y de la comunidad internacional. Desde territorio nacional se abastecía a la Contra con alimentos, armas y medicinas, mientras se proclamaba al mundo entero la “neutralidad ”. En efecto, desde el incio de su gobierno don Luis Alberto había anunciado, en una ceremonia con invitados nacionales y extranjeros, la Proclama de la Neutralidad Perpetua, Activa y No Armada y había manifiestado “que la neutralidad en los conflictos bélicos en nuestra patria está profundamente enraizada en la historia y en el alma nacional”.

Mi respuesta a ambos fue que a partir del 8 de mayo no se toleraría el uso de una pulgada cuadrada de suelo costarricense por la Contra y que tampoco permitiría la presencia de militares norteamericanos en el país. Tiempo después, durante las audiencias en el Congreso norteamericano sobre el caso Irán-Contra, el Embajador Tambs confesó que su misión en Costa Rica era abrir un Frente Sur en tierra nacional para abastecer a la Contra y derrotar a los sandinistas. El Embajador Tambs logró parte de su objetivo durante la Administración Monge.

El 8 de mayo de 1986, antes del acto de traspaso de poderes, recibí en mi residencia a George H. Bush, vice Presidente de la administración Reagan, y le reiteré que yo no iba a permitir el uso de nuestro territorio para abastecer a la Contra. Una vez terminada la ceremonia en el Estadio, le ordené a don Hernán Garrón, mi Ministro de Seguridad, que enviara guardias civiles al aeropuerto de Potrero Grande para clausurarlo y le exigí a los comandantes de la Contra que residían en nuestro país abandonar toda actividad militar si deseaban permanecer aquí. Todos abandonaron el territorio nacional, excepto Alfonso Robelo, quien decidió convivir pacíficamente entre nosotros.

En ese mismo mes, don Hernán me informó de la existencia de militares norteamericanos en nuestro territorio, muchos de los cuales entrenaban en Murciélago a nuestros guardias civiles para enfrentar una eventual incursión del ejército sandinista a nuestro país. Mi reacción fue de indignación y enojo, por lo que le pedí a la Cancillería presentar una enérgica protesta ante el Secretario de Estado norteamericano, George Shultz. Ordené que de inmediato se hicieran zanjas en la pista de aterrizaje y que se pusieran estañones, de modo tal que ningún avión pudiera aterrizar ahí. También se desmantelaron los radares y se eliminaron los hospitales clandestinos. Los costarricenses nunca sabrán cuán cerca estuvo Costa Rica de ser involucrada en la guerra.

En adelante, mi gobierno no toleró ninguna acción contra el Gobierno de Nicaragua desde suelo costarricense y nunca más se repitieron los dolorosos hechos como el de la muerte de guardias civiles en la zona de Crucitas, o como el lamentable atentado de La Penca, donde murieron inocentes periodistas costarricenses y extranjeros. Mi enfrentamiento con la Administración Reagan y con el gobierno de Mijaíl Gorbachov fue tirante. La prensa norteamericana lo catalogó como “el enfrentamiento de David contra Goliat”. Estas decisiones fueron las que me dieron la autoridad moral para presentar un Plan de Paz. La doble moral de la política exterior de Costa Rica había quedado en el pasado. Cumplí la promesa que hice al asumir la Presidencia, cuando dije que “es hora de que los valores de Costa Rica se impongan sobre la amenaza de la guerra. Jamás podrán transformarnos en parte de la violencia. No seguiremos viviendo en el temor de la guerra, sino que haremos una gran ofensiva a favor de la paz. Lucharé incansablemente para que en Centroamérica no sigan matándose hermanos, olvidándose de Dios.”

Guido Fernández, entonces embajador en Washington, narró lo sucedido durante el proceso de pacificación de la región en su libro “El desafío de la Paz en Centroamérica” y también en el documental “Paz para mi Gente”, el cual fue transmitido por los canales de televisión a finales de mi Administración. No estoy seguro si la transmisión de ese documental, donde quedaba en evidencia la falacia de la Proclama de Neutralidad y la doble moral de la política exterior de la Administración Monge, fue la causa del enojo de don Luis Alberto conmigo. Tampoco estoy seguro si mis actuaciones de entonces fueron las causas de su enojo. Pero no podía actuar de otra manera: los costarricenses saben muy bien que puedo tener muchos defectos, pero siempre digo lo que pienso y siempre hago lo que digo, y a mi pueblo le había prometido luchar, con todas las fuerzas de mi corazón, por la paz de Centroamérica. Y eso fue lo que hice. Y lo volvería a hacer igual, porque la dignidad de Costa Rica no está en venta, y porque nunca pondría en peligro ni la paz, ni la libertad, ni la soberanía de mi pueblo.