Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República de Costa Rica
Premio Nobel de la Paz 1987
Citi Latin America Business Leaders Summit
Nueva York, 12 de mayo de 2011
Amigas y amigos:
Decía el escritor estadounidense Henry David Thoreau, que el mayor halago que alguien le hizo jamás fue el de haberle preguntado qué pensaba, y haber escuchado su respuesta. El halago que hoy me han hecho al permitirme compartir mis opiniones con ustedes es grande. Pero es aún mayor cuando comparto mis opiniones en compañía de ilustres y reconocidos oradores, a quienes saludo afectuosamente. Estoy convencido de que a este tipo de eventos venimos tanto a enseñar como a aprender. A ser a la vez maestros y estudiantes. A aportar ideas, pero también a llevarnos algunos comentarios anotados en nuestra libreta de apuntes. Quiero agradecer especialmente a don Manuel Medina, Chairman & CEO de Citibank América Latina, por su generosa invitación.
Decía Malcom S. Forbes, aquella prominente voz del mundo de los negocios, que “the best vision is insight” – “la mejor visión es la instrospección”-. En mi opinión, la introspección es una de las cualidades primarias de los verdaderos visionarios, en cualquier profesión u oficio. Difícilmente podremos conocer a los demás sin antes conocernos a nosotros mismos. Sin antes aceptar tanto nuestras virtudes como nuestras debilidades. Sin antes reconocer lo que sabemos y lo que ignoramos. Entender esto es crucial para quienes ejercen o aspiran a ejercer un puesto de gererencia en las mejores empresas del mundo, o para quienes lideran o aspiran a liderar una nación. Sólo aquellos líderes que buscan la información que necesitan o que desconocen, van un paso adelante en su búsqueda de mejores oportunidades para sus empresas y para sus países.
Me han solicitado que esta mañana les hable de América Latina. De esa región que sigue siendo un quebradero de cabeza: una región surcada por maravillas y oportunidades, pero asediada por peligros y trampas. Una región cobijada por una misma fe, articulada en torno a una misma identidad, pero dividida en torno a ideologías gastadas. Una región que es una promesa, pero también un riesgo; una ilusión, pero también una advertencia. América Latina se encuentra, una vez más y como siempre, caminando sobre la cuerda floja del tiempo.
Casi doscientos años de vida independiente no han sido suficientes para otorgarle a nuestra región la madurez necesaria para alcanzar un mayor desarrollo. Seguimos siendo una tierra de ocurrencias, en donde la imaginación y la creatividad sirven más para escribir novelas mágicas, que para diseñar políticas públicas eficaces. Seguimos siendo una tierra en donde el populismo renace como mala hierba, abonado por la frustración de más de una tercera parte de la población que vive en la pobreza. Seguimos siendo una tierra con una débil cultura política, en donde los individuos se identifican poco con el Estado y a menudo reniegan de su condición de ciudadanos.
América Latina está sedienta de liderazgo responsable. Está sedienta de análisis científico. No estamos acostumbrados a evaluar críticamente nuestra realidad. No estamos acostumbrados a confrontar las palabras con los hechos. No estamos acostumbrados a tomar decisiones basados en la evidencia empírica. América Latina le rehúye a la autocrítica. Desaprobar aspectos de nuestros gobernantes, de nuestros Estados o de nuestros pueblos, se considera una actitud antipatriótica. Pero yo creo que hacerse de la vista gorda ante los defectos de un país, o de una región, es cualquier cosa menos patriotismo. Es miedo, conformismo y es irresponsabilidad. Si América Latina ha de abandonar la cuerda floja, si ha de pisar tierra firme en la búsqueda de un futuro mejor, es necesario que reconozca francamemente sus propios desafíos y sus propios problemas.
Uno de los grandes obstáculos para los habitantes de países desarrollados que han buscado relaciones exitosas con América Latina, particularmente los Estados Unidos, ha sido la perniciosa tendencia de ver a la región como un bloque homogéneo y uniforme, cuando en realidad se trata de una amalgama de diferencias e idiosincracias. A decir verdad, desde un punto de vista bucólico e idealista, no existen razones personales que me impidan considerar a América Latina como una sola patria. Pero desde un punto de vista práctico y realista, asumir que se conoce a la región porque se conoce a uno o dos países latinoamericanos, no es correcto ni le conviene a nadie.
Para explicarme mejor, voy a contarles un poco sobre mi propio país, Costa Rica. Se trata de una nación cuya historia es pocas veces conocida a través de los reportes regionales. Habiendo podido tomar el camino común, Costa Rica es una excepción al lado de sus vecinos centroamericanos. Mi país es pequeño, con tan sólo 4.5 millones de habitantes, y un territorio similar al estado de West Virginia. Es, sin embargo, un país de grandes hazañas. La nuestra es la democracia más antigua de América Latina y la primera en abolir voluntariamente su ejército hace más de 60 años.
Empezamos el proceso de integración comercial desde la década de los años ochenta, y actualmente nuestra economía es una de las más diversificadas, exportando miles de productos a cientos de países. Somos uno de los pocos países de América Latina en haber firmado tratados comerciales con la Unión Europea, China y los Estados Unidos. También hemos construído una fuerza laboral educada y preparada, con conocimientos en tecnologías e idiomas. Mi país cuenta con una gran estabilidad política y económica, lo que nos ha permitido que empresas como Intel, Merck, Boston Scientific, Hewlett-Packard, y Procter and Gamble escogieran a Costa Rica como su centro de operaciones.
Pero si la historia de un país pequeño como el mío es tan distinta a la de sus vecinos más cercanos en América Central, ¿cómo entonces puede ser puesto en la misma categoría que Uruguay, México, Chile o Brasil, que han hecho mejores cosas que Costa Rica, pero en algunos aspectos continúan rezagados? ¿Cómo puede el mundo ignorar el hecho de que no existe sólo una, sino muchas Latinoaméricas con sus propias particularidades? Aproximadamente hace un par de décadas, un Presidente estadounidense realizó su primer viaje a Suramérica, y a su regreso se limitó a decir: “ustedes se sorprenderían, todos son países individuales”.
Afortunadamente, poco a poco esa actitud hacia la región ha ido cambiando, al menos entre líderes mundiales y gerentes de empresas multinacionales, que se han esforzado por conocer en mayor detalle las distintas necesidades y potencialidades de nuestros países. Hay países que necesitan de cooperación internacional para construir las instituciones democráticas más básicas, y países que, teniéndolas, requieren mejorarlas. Hay países que necesitan fomentar la competitividad de sus economías diversificadas, y otros cuyas economías se basan en la exportación de unas pocas materias primas. Hay países donde la lucha contra el narcotráfico es la tarea más urgente, y otros donde las más acuciantes amenazas son el desempleo y la inflación.
Es tiempo, por lo tanto, de adquirir un serio compromiso de respetar y reconocer los muchos matices que recorren la región, y percibir a América Latina con toda su diversidad. El icono estadounidense de los negocios, Lee Iacocca, dijo una vez que “el hombre de negocios más exitoso es aquel que se aferra a lo viejo por el tiempo que sea necesario, y toma lo nuevo tan pronto como sea mejor”. Me satisface observar que la América Latina del siglo XXI, más sofisticada en sus ambiciones y menos convulsa en sus actuaciones, puede ser ahora una nueva apuesta para los empresarios e inversionistas extranjeros.
Esto no significa que la región carezca de problemas por resolver y de retos que enfrentar en materia económica, política y social. Pero como pueden atestiguar quienes actualmente trabajan en países de América Latina, la región hoy está más integrada a la economía mundial, la democracia es “the only game in town”, y los latinoamericanos estamos dispuestos a expandir los horizontes de nuestras aspiraciones.
Quisiera detenerme ahora a discutir tres temas que, a mi parecer, son particularmente importantes en cualquier esfuerzo que tenga como objetivo trabajar con América Latina: les hablo de nuestros desafíos democráticos; de la cooperación internacional hacia la región; y de nuestra inserción en la economía mundial.
Empecemos por los desafíos democráticos. Y empecemos por admitir que, cuando se trata de democracia, América Latina tiene todavía mucho que aprender. Es cierto que abandonamos el yugo dictatorial hace ya veinte años, pero también es cierto que ese fue el primer paso de una caminata que aún no terminamos. Aún seguimos sin hacer las reformas necesarias para consolidar nuestras instituciones y fortalecer nuestro Estado de Derecho. Aún seguimos siendo presas del mesianismo y del populismo. Aún seguimos aplaudiendo discursos revolucionarios que son vacíos en todo menos en su amenaza a la institucionalidad. Aún seguimos rehuyendo a la transparencia en el ejercicio del poder público. Aún seguimos siendo incapaces de garantizar la independencia de poderes. Aún seguimos irrespetando las reglas del juego, y haciendo del incumplimiento de las leyes un deporte nacional.
Creo que no hace falta que mencione nombres y apellidos, para comprender que en América Latina hay líderes que se han valido de los mecanismos democráticos para subvertir las bases de la democracia. Al ser electos por el pueblo, interpretan que su mandato es una patente de corso y emplean su poder no para promover el desarrollo humano de sus pueblos, sino para perseguir a la oposición, para cerrar medios de comunicación, y para buscar reformas que les permitan perpetuarse eternamente en el poder. Han borrado las fronteras entre los tres poderes del Estado; han acomodado las normas para ajustarlas a sus planes; han limitado las garantías individuales de los habitantes, en particular la libertad de expresión. No se debe confundir el origen democrático de un régimen, con el funcionamiento democrático del Estado.
El pluralismo, la tolerancia, la crítica, son rasgos distintivos de la democracia. Cerrar medios de comunicación, censurar a los críticos, amenazar a los opositores, influenciar en los procesos judiciales contra los adversarios políticos, perpetuarse indefinidamente en el poder, son rasgos indiscutiblemente autocráticos, así vengan de un gobierno elegido por el pueblo.
Ahora bien, siendo francos, en América Latina sólo existe una dictadura, y es la dictadura cubana. Los demás regímenes, nos guste o no, son regímenes democráticos. Pero algunos tienen propensiones autoritarias. Ese es el quid del asunto: ya no se trata de la situación que enfrentamos en la segunda mitad del siglo XX, en donde una retahíla de golpes de Estado instauraron dictaduras en la región. Se trata, en cambio, de una escala de grises en la que algunas naciones son más democráticas que otras. Si se quieren combatir los rasgos autoritarios en la región, se debe empezar por defender a todos los gobiernos elegidos por el pueblo. Advocar la caída de regímenes como los que he mencionado, no es más que tomar bando en contra de la democracia. Si algo nos ha enseñado la dolorosa experiencia de Honduras, es que un golpe de Estado es siempre una pésima idea.
La democracia se defiende por vías más sutiles y también más legítimas. Se defiende con educación cívica, pero no sólo en nuestras escuelas, colegios y universidades, sino también en nuestras familias y comunidades. Se defiende con el diálogo permanente, con debates donde nuestros pueblos se acostumbren a pensar críticamente. Se defiende con liderazgo positivo, de parte de gobernantes capaces de transigir y negociar. Y se defiende con el ejemplo de países que han logrado gozar de los frutos de la democracia; de países que demuestren que, para alcanzar el éxito económico, político y social, no existe mejor sistema que el sistema democrático.
A los habitantes de democracias avanzadas nos corresponde dar testimonio de que la democracia sirve; que es útil para construir sociedades más justas y prósperas; que es eficaz para mejorar las condiciones de vida de los habitantes, en particular de los más pobres. Es importante entender que los pueblos latinoamericanos no eligen gobiernos populistas por afán masoquista. Los eligen porque creen en la promesa mesiánica, porque creen que construirán sociedades más desarrolladas e igualitarias.
Digo esto porque pocas oportunidades son tan propicias para el resurgimiento de demagogos con delirios autoritarios como una crisis económica. Las tentaciones autoritarias surgen con mayor facilidad ahí donde el hambre, la ignorancia y la frustración abonan el terreno para el mesianismo. Los falsos redentores de los pueblos latinoamericanos sólo pueden surgir en pueblos convencidos de su necesidad de ser redimidos, y en un continente en el que cientos de millones de personas viven con menos de 2 dólares diarios, el Mesías suena mucho más plausible que la democracia.
Creo firmemente que la única forma para restarle poder a quienes lo han concentrado luego de ser electos, es minando ese apoyo popular con más educación y con mejores oportunidades de inversión y empleo. Si América Latina no desea volver a las trincheras de la represión, más le vale asegurar ahora mismo a todos sus ciudadanos las condiciones mínimas para una vida digna. Si nuestras naciones no hacen un esfuerzo ingente por aumentar su gasto social, particularmente su gasto en educación, nuestros ciudadanos caerán con mayor estrépito bajo el hechizo del mesianismo.
Personalmente, me siento orgulloso de que en mi segundo mandato como Presidente de Costa Rica, durante la reciente crisis financiera que tuvimos que enfrentar, presenté un plan de contingencia llamado Plan Escudo que, entre otras medidas, canalizaba más de la mitad del presupuesto al mantenimiento y fortalecimiento de los programas sociales. Sigo estando convencido de que los más pobres no tenían, ni tienen, por qué pagar por los errores y las ambiciones de los más ricos. Sigo estando convencido de que al haber evitado que más personas engrosaran las filas de la pobreza, evitamos también que más personas engrosaran las filas del descontento democrático. Sigo estando convencido de que el gasto en educación es el mejor aliado de la democracia.
Ahora bien, en este último aspecto, América Latina también está retrocediendo. Hace algunos meses se publicaron los resultados de la última evaluación del Programme for International Student Assessment, conocido como prueba PISA, que realiza la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE). En el estudio se midió el nivel de conocimiento de los estudiantes de 15 años de 65 países en las áreas de lectura, matemáticas y ciencias. Los estudiantes de Shanghai obtuvieron el puntaje más elevado, seguidos por los de Corea del Sur, Finlandia, Hong Kong y Singapur. Los estudiantes de América Latina, por su parte, estuvieron en el tercio más bajo. Las escuelas argentinas, que hace 100 años eran de las mejores del mundo, obtuvieron un resultado inferior al que habían obtenido diez años atrás, en una primera evaluación.
Asociado a las cifras en educación, otro dato que nos debe alertar es el poco desarrollo científico y tecnológico de la región, al menos en términos comparativos. Únicamente el 2% de la inversión mundial en investigación y desarrollo proviene de las naciones latinoamericanas y caribeñas. Sólo un país asiático, Corea del Sur, invierte más en ese mismo sector que toda América Latina y el Caribe juntos. Mientras Corea del Sur registró 80.000 patentes en el mundo durante el año 2008, Brasil, el país de América Latina con más patentes, únicamente registró en ese mismo año 582.
Estoy consciente de que el esfuerzo por revertir esas cifras es responsabilidad exclusiva de los latinoamericanos. Que la iniciativa a cambiar debe venir de adentro, o nunca vendrá. Pero estoy convencido también de que la inversión extranjera directa y la cooperación internacional pueden hacer mucho para ayudarle a América Latina a mejorar sus índices de educación, competitividad y desarrollo humano. A decir verdad, en un mundo globalizado como el nuestro, no podemos pretender resolver los problemas internos sin una vinculación estrecha con los demás países de la región y del mundo. Esto me lleva al segundo tema del que les quiero hablar: la cooperación internacional.
Desafortunadamente, indiferencia ha sido la respuesta más común que América Latina ha recibido del resto del mundo, y esto es particularmente cierto para los países menos pobres y menos violentos de la región, como Costa Rica. Indiferencia hacia aquellos países que han hecho esfuerzos colosales para crecer a tasas sostenidas, para fortalecer sus instituciones democráticas y para invertir más en educación y en la protección del medio ambiente. Se nos dice simplemente que no calificamos para recibir cooperación por no ser lo suficientemente pobres. Esto es devastador: no somos lo suficientemente pobres para recibir ayuda para el desarrollo, pero tampoco lo suficientemente ricos como para lograr un desarrollo por nuestra propia cuenta.Necesitamos de un cambio de paradigma: que no sea el crecimiento económico el único parámetro para otorgar la cooperación internacional. Que no se castigue a quienes construyen escuelas y colegios, y que no se premie a quienes construyen cuarteles.
Por otra parte, cuando buscamos discutir los problemas que nos aquejan, somos escuchados sólo si el tema a discutir tiene implicaciones mutuas. Los Estados Unidos y Latinoamérica, por ejemplo, en las pocas ocasiones en que se reúnen lo hacen para discutir los mismos asuntos: comercio, narcotráfico e inmigración. Estos son temas cruciales y urgentes, pero no son los únicos, y mucho menos interesan a todos los países de la región en la misma medida.
Parece que los países ricos siguen sin entender que la pobreza no necesita pasaporte para viajar, y eso lo podemos ver a lo largo del muro que divide a los Estados Unidos de México. Aproximadamente cada metro de construcción de ese muro cuesta cerca de 1,500 dólares. Haciendo una conversión, podríamos decir que con cada metro de construcción podrían comprarse computadoras portátiles del MIT Media Lab para siete niños, y podría brindarse una beca mensual de más de 100 dólares, por un año, a un estudiante pobre para que se mantenga estudiando. Si consideramos los metros completos de construcción, podrían brindarse un millón setecientos cincuenta mil de esas becas a jóvenes latinoamericanos.
Entiendo perfectamente que los flujos de cooperación hayan disminuido como producto de la crisis financiera internacional, lo que no puedo entender es que hayan aumentado los recursos dirigidos a los ejércitos, tanto en los países desarrollados como en vías de desarrollo. Verdaderamente me sorprende que la reducción del gasto militar nunca fuera un tema en la discusión sobre las mejores formas de afrontar la crisis financiera. Fuimos testigos de apasionados debates sobre un rescate financiero de 700 mil millones de dólares en los Estados Unidos, y sobre un plan de recuperación económica de aproximadamente 800 mil millones de dólares, y sin embargo nadie dijo nada de los 1,63 trillones de dólares que en el año 2010 fueron destinados al gasto militar. En lugar de reducir ese gasto inmoral e injustificado, muchas naciones recortaron los programas sociales destinados a proteger a las personas más pobres y vulnerables.
El último tema del que quiero hablarles es de la inserción de América Latina en la economía global. Hablar de integración comercial y globalización sigue siendo difícil en buena parte de América, todavía amurallada tras las ruinas de ideologías gastadas. Es de lo más pintoresco escuchar en nuestra región discusiones interminables sobre si deberíamos favorecer la apertura comercial. ¡Cómo si fuera una opción! La integración económica del mundo no se escoge. La integración económica del mundo se acepta. Es una fuerza, no una decisión. Da la casualidad, además, que es una fuerza provechosa.
Recientemente la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, presentó un informe que contiene los últimos datos sobre la inversión extranjera directa en la región. De acuerdo con el reporte, el crecimiento de la inversión extranjera directa el año pasado fue mayor que en cualquier otra región del mundo, aumentando en un 49% con respecto al año 2009, lo que significó que se invirtieron más de 112,6 billones de dólares. Datos como estos son los que hacen más fácil para los latinoamericanos dejar atrás ideologías muertas y discusiones inútiles que han retrasado su crecimiento económico.
Pero el reporte también resalta las diferencias de esa inversión en Latinoamérica. Por ejemplo, mientras que en los países de América del Sur la inversión se ha centrado en la explotación, procesamiento y exportación de materias primas, en México y América Central la inversión se ha dado en diversos sectores de la manufactura, y particularmente en el sector de los servicios, siguiendo los procesos de diversificación exportadora. Estas diferencias en el tipo de inversión que se recibe tienen un impacto en el ritmo de las tasas de crecimiento. Dada la alta demanda de materias primas en países emergentes como China, aquellas naciones que las exportan crecerán a tasas cercanas al 7%, mientras que aquellas que no las exportan crecerán a tasas cercanas al 3%.
No es momento de explicar qué conviene más, si la inversión en materias primas que brinde réditos en el corto plazo, o consolidar una plataforma diversificada que en el largo plazo brinde recursos de manera sostenida. Lo que sí es cierto es que, independientemente del tipo de inversión que se reciba, la región necesita urgentemente mejorar las condiciones para aprovechar tanto las viejas como las nuevas inversiones.
Imaginemos, por un momento, una región en donde las normas que regulan el comercio y la producción sean claras y conocidas por todos; en donde los trámites se realicen sin demoras, y sin necesidad de pagar un soborno o hacer la misma solicitud decenas de veces. Imaginemos una región en donde cualquier conflicto pueda ser dirimido en los tribunales, que juzgarán con celeridad e imparcialidad; en donde la seguridad ciudadana permita hacer negocios con tranquilidad; en donde la infraestructura facilite la importación y exportación de productos en tiempos récord. Imaginemos una región en donde se respeten las leyes y los acuerdos internacionales, aplicando estándares universales que faculten el comercio entre países con distintas legislaciones. Yo me pregunto: ¿no es esa región que imaginamos la región que deseamos tener? ¿No es esa la región que podría permitirle a América Latina crecer y prosperar más?
Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a repetir: de nada le sirve a América Latina profundizar su integración comercial o atraer mayores flujos de inversión, si no aumenta sensiblemente su competitividad. Esto es, que nuestras naciones deben invertir en innovación; deben enseñarles a sus niños y jóvenes computación e idiomas; deben fortalecer el imperio de la ley; deben combatir el crimen organizado y el narcotráfico; deben construir mejor y nueva infraestructura; deben reformar sus sistemas tributarios, pues actualmente la carga tributaria en la región es, en promedio, un 18% del Producto Interno Bruto; deben agilizar sus burocracias; deben modernizar sus regímenes laborales; y deben fomentar el emprendedurismo, si es que quieren cruzar el umbral del desarrollo que por tanto tiempo han cortejado. Para sentarse a comer al banquete de la prosperidad, las naciones latinoamericanas deben vestirse primero para la ocasión.
Si bien creo que los latinoamericanos lo tenemos todo para sentarnos en ese banquete, desafortunadamente, una vez más, llegaremos tarde. Los ojos del mundo, incluidos los de Europa y los Estados Unidos, miran ahora hacia el Este. Como bien lo resume una frase en inglés: “there was the rise of the West, now the rise of the rest”; “primero fue el auge del Oeste, ahora es el auge del resto”; particularmente el auge de los asiáticos.
El crecimiento asombroso de los países asiáticos debe ser un incentivo para fortalecer las débiles alianzas que tenemos. Esfuerzos como el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, los Estados Unidos y la República Dominicana, los tratados de libre comercio de los Estados Unidos con Panamá, Perú y Colombia, y el Acuerdo de Asociación entre América Central y la Unión Europea – el primero en ser negociado enteramente entre dos regiones -, expandirán más nuestras fronteras y unirán a nuestros países a través del comercio, en un momento en el que la integración comercial con el mundo es un prerrequisito esencial para el desarrollo.
Sin embargo, sabemos muy bien que el haber completado esos tratados es tan sólo una excepción en las prioridades de Europa y de los Estados Unidos. Esto no es ninguna queja, sino tan sólo el reconocimiento de una verdad que todos conocemos. Aún queda mucho por hacer si queremos convertirnos en socios estratégicos; en algo más que amigos de viaje. Porque al final estamos juntos en esta hazaña por el desarrollo. Cuando se trata de los Estados Unidos y América Latina, no somos más adversarios, ni tampoco simples vecinos, sino aliados en un nuevo orden mundial que nos exige esfuerzos conjuntos. América Latina ha sido por mucho tiempo la eterna inquilina en la antesala del progreso, y por eso me alegra que se esté aliando con sus socios comerciales para cruzar, finalmente, el umbral de la prosperidad. Hacerlo requerirá valentía y coraje. Pero requerirá, sobre todo, de que aumentemos la cooperación internacional y la integración comercial.
Amigas y amigos:
Mi fe inquebrantable en el destino superior de América Latina es hoy mayor. Aún queda mucho por hacer, pero lo más importante ya lo hicimos: enterrar el pasado. Las naciones latinoamericanas ahora miran al futuro con optimismo y esperanza, algo impensable hace algunas décadas en medio del dolor y el sufrimiento que las guerras y las dictaduras infligieron en millones de corazones con hambre de pan y sed de libertad.
Me asombran los cambios que todos los países de América Latina han experimentado recientemente, y la velocidad con que se van acercando a sus sueños. La mayor motivación que podemos encontrar para seguir trabajando por este continente es reconocer que no es el mismo de hace 20, 10, y ni siquiera, 5 años atrás. Aún existe la posibilidad de que el desarrollo se asiente para siempre en nuestra tierra. Aún existe la posibilidad de que los caminos a la posteridad se devuelvan, y empecemos a recorrer de una vez por todas los caminos a la prosperidad. Aún existe la posibilidad de que seamos internacionalmente reconocidos, tanto por nuestros logros como por nuestras riquezas.
Espero que mis palabras les hayan dejado, al menos, una luz diminuta en la oscuridad, una luz parpadeante que recuerde que otra América Latina es posible. Nuestro continente no es más el loco desvarío que avistaron los trotamundos que acompañaban a Cristóbal Colón en sus viajes marinos, sino una región mejor. Una región que podemos construir a fuerza de voluntad, trabajo y sentimiento. Una región en donde no le tenemos miedo al cambio ni a pensar en grande. Decía el gran escritor mexicano Octavio Paz, que “América no es tanto una tradición que continuar como un futuro que realizar”. Ese futuro está hoy más cerca que nunca. El tramo que nos falta para alcanzarlo es aún largo, pero se trata, a fin de cuentas, de un tramo más. Sólo nos resta apurar el paso.
Muchas gracias.