Un año perdido en la historia

Discurso

Discurso pronunciado el 01 de mayo de 1979 por el Dr. Oscar Arias Sánchez, Diputado por la Provincia de Heredia, en la Asamblea Legislativa de Costa Rica.

Concluye hoy el primer año de dirección política y administrativa de quienes prometieron solemnemente al país realizar, desde esta Asamblea Legislativa y desde el Poder Ejecutivo, un cambio radical del rumbo señalado por el Partido Liberación Nacional durante los últimos años.

Ciertamente, ha sido un año de cambio, un año diferente en estilo y en realizaciones. Lamentablemente para Costa Rica, ese cambio, ese estilo y esas realizaciones, lejos de impulsar el progreso del país, lo han sumido en problemas cada vez más hondos y difíciles de resolver. Ha sido éste un año de contradicciones y promesas incumplidas; de desconfianza para el empresario y persecución para el trabajador; de autoritarismo y prepotencia gubernamental; de esperanzas frustradas para los más humildes; de menoscabo a la lealtad; de ausencia, de imaginación y de capacidad creadora. Un año en donde la demagogia se elevó a ideología y la ideología se trocó en demagogia. Un año, en suma, perdido en la historia de la patria.

Costa Rica no soporta otro año más como el que hoy termina. El retroceso hacia el que nos conducen los desaciertos que tantas veces hemos señalado, nos sumiría en un estado de postración irremediable. Cualquiera sea el grupo político que asuma el poder, debe tener claro que el país reclama acciones para alcanzar las metas de justicia, de libertad y de democracia, conforme al pacto sellado, incluso con sangre, por todos los costarricenses desde 1948. La discrepancia en los métodos no puede ser razón para alejarnos de los objetivos reclamados por la comunidad nacional.

El pasado nos da la medida de los hombres que deben conducir los destinos del país, tanto desde el Parlamento como desde la Casa Presidencial. La talla de nuestros gobernantes anteriores ha sido definida por nuestro pueblo desde hace muchos años. Cuando nuestros conductores políticos achatan esa estatura, cuando son incapaces de alcanzar la dimensión de estadistas que de ellos esperan los costarricenses, se produce un grave vacío de autoridad y la consecuente desorientación de los gobernados. Grave error es confundir el mandato popular con la facultad personal de satisfacer a determinados grupos minoritarios. Rudo golpe a las esperanzas de la nación es fundamentar las acciones del gobierno en la demagogia y en la propaganda, en la improvisación y en la componenda eterna, como si gobernar significara permanecer en constante estado de campaña política, como si bastara prometer y prometer, sin pasar de las palabras a los hechos y de la promesa al cumplimiento de las ofertas.

Nada podría ser más lamentable que, en su mensaje de hoy, el señor Presidente de la República, con su habitual estilo, insistiera en presentarnos, como propias, realizaciones que no son de su gobierno. Nada más triste que viniera a prometernos, de nuevo, realizar lo que ya debió haber cumplido, y que reitere, siempre en su mejor estilo, el reclamo de que los problemas creados por él mismo o agravados por su administración son atribuibles al Partido Liberación Nacional. En nada se beneficiaría el país si ese mensaje no contiene una muestra clara y contundente de que el grupo gobernante está dispuesto a cambiar de actitud y sinceramente empeñado en enmendar rumbos, corregir errores y, en fin, cumplir las obligaciones para las cuales fue elegido. Si el mensaje presidencial reiterase esa errática conducta que ya le conocen los costarricense, estaríamos ante la amarga e inaceptable perspectiva de que el gobierno del Presidente Carazo se apresta a iniciar un nuevo año perdido en la historia.

En varias ocasiones he dicho que Costa Rica se encuentra en una nueva era, con desafíos propios, con peligros singulares y con retos que no es posible evadir. Este desafío está aquí, es ahora y no mañana. Los peligros que han arrasado a muchas democracias tocan a nuestra puerta. Si deseamos preserva nuestra democracia, estamos obligados a terminar con la miseria que nos humilla y nos denigra.

El reto de la historia, en los términos en que está planteado, no puede afrontarse mediante políticas erráticas, improvisando de una manera casuística y dejando al chispazo de la intuición —por lo demás reservado a los hombres excepcionales— el descubrir el camino correcto. Prepararnos para enfrentar los peligros que amenazan a nuestro régimen democrático requiere definiciones claras y empeño constante, no solo en materia de política económica, sino también en lo social y en lo político.

Ha transcurrido ya un año de la actual gestión de gobierno y todavía se desconoce cuál es la política económica de la administración del Presidente Carazo. La desconoce el empresario, la desconoce el campesino, la desconoce el obrero. Con frecuencia, los lineamientos económicos expuesto por el señor Presidente se encuentran en abierta pugna con los acuerdos del Banco Central, o con las manifestaciones de alguno de sus ministros. Las rectificaciones en materia económica son parte consustancial de la idiosincrasia del actual gobierno.

Como la única solución, ante la difícil coyuntura económica en que nos hallamos es producir más, las contradicciones, la incertidumbre y la desconfianza generadas por el gobierno en nada ayudan a crear el clima propicio para aumentar la producción nacional. Parece el gobierno ignorar que en Costa Rica tres cuartas partes de nuestra inversión total es realizada por el sector privado, por lo que es urgente conocer hacia dónde vamos. Lo que hoy sí conoce el empresario costarricense es que la permanente vacilación sobre el monto y el costo del crédito disponible, sobre si se elimina o no el registro de capitales, sobre si permanece o no en el Mercado Común Centroamericano, sobre si se controlan o no los precios y los márgenes de utilidad, sobre si se desmantela de un trabajo o no la protección industrial, en nada ayuda a crear la confianza necesaria para aumentar la inversión.

Ninguna de las metas fijadas a principios de año por esta administración se ha cumplido. En el campo fiscal, después de haber enviado a esta Asamblea el proyecto de presupuesto con el mayor déficit que la historia patria conoce, se nos dijo que, por medio de la no ejecución de algunos rubros, se lograría un ahorro de 1.000.000.000 de colones. Hoy el gobierno sabe que ello no es posible y que no habrá tal ahorro.

Con respecto a la política de precios, se nos dijo que la tasa de inflación para este años no sería mayor del 8%. En la actualidad se sabe que es sumamente difícil que baje del 15%.

Con respecto a nuestro comercio exterior, se nos prometió mantener el déficit en una suma similar a la de 1978, y hoy sabemos que éste va a aumentar en no menos de 150.000.000 de dólares.

El Programa Monetario y Crediticio se conoce ya que no podrá ser cumplido, en parte por la imperiosa necesidad de un mayor crédito para el gobierno.

Las fuertes críticas contra la política de endeudamiento externo del gobierno anterior sabemos hoy cuan insincera fueron, pues la presente administración ha manifestado su deseo de hacer el mayor uso posible del crédito foráneo, y así lo atestiguan los distintos proyectos de ley enviados para su aprobación por esta Asamblea.

Finalmente, la promesa de terminar en diciembre de 1979 con el mismo monto de reservas de hace un año no podrá cumplirse, y así lo han reconocido las autoridades de gobierno.

En el campo social es poco lo que puede decirse, pues no existe una política social definida. Aparte del intento de cerrar los comedores escolares y de pretender cambiarle el nombre al Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, por el de una promoción humana cuyo significado ni siquiera el propio gobierno conoce, no se sabe cuál es la política de la actual administración en ese campo.

Lo que hoy sí sabemos es que la distribución de los frutos del crecimiento es algo que no ha preocupado a los funcionarios del actual gobierno, por lo que durante estos tristes doce meses los ricos se han hecho más ricos y los pobres se han hecho más pobres. En efecto, cuando se estableció como meta para 1979 un crecimiento de la producción de apenas el 3,3%, uno de los índices más bajos de las últimas tres décadas, se sabía que el resultado inmediato sería un aumento en la desocupación, y como consecuencia, en el empobrecimiento del trabajador.

Se nos ha olvidado, ignorando la amarga experiencia de pueblos hermanos, que cuando se abandona la lucha por una mejor distribución de la riqueza, esto es, por una mayor justicia social, la respuesta siempre ha sido la aparición de la violencia.

Quiera Dios que en este campo tengamos el valor de corregir los rumbos equivocados, pues mientras sean los grupos más débiles de nuestra sociedad quienes soporten en un mayor grado las consecuencias de la crisis económica, no será posible preservar la paz social que todavía disfrutamos.

Nunca antes se habían usado en Costa Rica los conflictos fronterizos con fines de política interna. El gobierno actual ha violado reiteradamente esa norma para poder justificar, apelando al patriotismo, un nacionalismo exacerbado que apunta hacia otros fines. Deliberadamente se quiere confundir a los costarricenses, haciéndonos creer que el deber de lealtad del pueblo para con la Nación es un deber para con el gobierno. Al identificar al gobierno con la nación se pretende callar a todo un pueblo, pues se califica toda crítica a las autoridades como una actitud antipatriótica.

En política exterior, la imprudencia de este gobierno ha roto todos los límites. En vez de manejar, en aras de los intereses patrios, el conflicto de la frontera con Nicaragua por la vía diplomática y dejar su solución en manos del Ministerio de Relaciones Exteriores, el Presidente de la República y su Ministro de Seguridad prefieren hacer las cosas a lo militar y de manera personalista. Le dan al asunto un cariz que no tiene: agravan artificialmente una crisis y ponen en peligro, de ese modo, la seguridad nacional.

Entonces, las presiones internas y externas los obligan a modificar su táctica frente al movimiento sandinista. Ya no se trata de «coordinar» con la Guardia Nacional somocista, actitud que obsesivamente se le criticó, tergiversándola, al gobierno anterior, sino que ahora hay que guardarle las espaldas a Somoza.

Esta actitud del gobierno coloca a un movimiento libertario, cuyos líderes conviven física y espiritualmente con nosotros, ante la disyuntiva de fracasar en su intento de darle a América Latina una democracia más, o de verse forzados a buscar el respaldo moral y militar de regímenes que no creen en los valores de libertad que los costarricenses prohijamos.

Que no nos cobre la historia, el día de mañana, por falta de visión de nuestros gobernantes de hoy, la responsabilidad de entregarle al marxismo, enemigo perenne de la democracia, la bandera exclusiva de la lucha por devolverle a Nicaragua su libertad.

Para retomar la conducción del país, el Partido Liberación Nacional no requiere el fracaso de un gobierno, y menos aún de un país en ruinas en lo moral y en lo económico. Son muchos los costarricenses que, ante la angustia y la frustración que ha despertado en ellos el transcurso de este año, se consuelan pensando que faltan menos de tres años para volver a confiar a los hombres y mujeres de Liberación Nacional la dirección de las Municipalidades, la Asamblea Legislativa y la Presidencia de la República.

A ellos les digo hoy que este consuelo no basta, y no basta porque la victoria de nuestro partido no puede surgir del infortunio de los costarricense. Los intereses de la patria siempre están por encima de las conveniencias de los grupos políticos. Es por ello que, desde la oposición, lucharemos para que este gobierno entregue lo mejor de sí durante el resto de su mandato, de tal manera que el crecimiento económico continúe, que el perfeccionamiento de nuestra democracia no se detenga y que el ansia de mayor justicia no se calme.

La próxima victoria del Partido Liberación Nacional ha de surgir de su capacidad para renovar ideas, para concebir y ejecutar programas y para legar al país hombres competentes de todas las edades. Será una victoria fundada en la seguridad y en la confianza de poder ofrecer un nuevo y cierto camino de progreso compartido por todos los costarricenses. Porque Liberación Nacional cree en la perfectibilidad del hombre, en la posibilidad de rectificar y de nutrirse de la experiencia; porque tiene fe en el surgimiento de nuevas generaciones y de nuevas ideas podemos hoy exigir que se gobierne bien, y redoblaremos esfuerzos para aportar, con valor e hidalguía, desde la oposición, nuestro concurso para solucionar los problemas que enfrentamos.

Pero el diálogo no se improvisa al calor de las presiones del momento. Una democracia es, por definición, diálogo, y en una sociedad pluralista, como en Costa Rica, ese diálogo se realiza de manera permanente en el Parlamento, en la prensa, en la cátedra. Hasta ahora, tanto en el Poder Ejecutivo como en esta Asamblea Legislativa, la soberbia de los conductores del actual gobierno ha hecho imposible de este diálogo, pues han ignorado la crítica insultando al interlocutor, aplastando al débil, apartando al disidente y guardando silencio cómplice frente a los más serios problemas que les plantea el pueblo.

Cuando se quiso dialogar, las respuestas fueron siempre el silencio o el insulto. Luego vino un llamado no a dialogar, sino a concordar y a solidarizarse con la crisis en que esta administración tiene postrado al país. Si bien es cierto que una democracia se robustece con la pluralidad de ideas, pues es más importante diversificar que unificar pensamientos, también es cierto que la democracia exige valor para concordar. Cuando el interés superior de la patria es nuestra única preocupación, el discrepar con nobleza, y el concordar con valor, son las únicas conductas admisibles.

Es en la Asamblea Legislativa en donde, por definición histórica, practicamos los costarricenses el diálogo político.

Ese diálogo debe ser permanente, sistemático, institucionalizado, y debe abarcar los más importantes temas nacionales.

Discutamos aquí la política económica, de tal manera que las medidas que haya que adoptar, no castiguen necesariamente a los grupos sociales más débiles y desorganizados.

Discutamos aquí la política social, a fin de que los logros alcanzados por varias décadas no se reviertan, y podamos así mantener la paz social de que tanto nos vanagloriamos.

Discutamos aquí la política exterior, para que nunca más se utilicen los conflictos foráneos con evidentes propósitos políticos internos.

Discutamos aquí nuestras principales instituciones republicanas a fin de adecuarlas a la realidad de una Costa Rica muy distinta a la que las vio nacer.

Discutamos aquí si el Estado, hasta hace poco un simple prestador de servicios, debe participar en la actividad económica del país como un empresario más.

Discutamos aquí sobre la viabilidad de diversificar de una manera más acelerada nuestra producción, todavía fundamentalmente agrícola.

Discutamos aquí sobre el peligro que representa, para un desarrollo más autónomo, la creciente dependencia del exterior, tanto en lo financiero y lo comercial como en lo tecnológico y lo cultural.

Discutamos aquí sobre la necesidad de una regionalización más acentuada, para tratar de distribuir los recursos del Estado entre la Meseta Central y el resto del país, de manera más equitativa.

Discutamos aquí cómo lograr que los frutos del desarrollo le lleguen prioritariamente a los sectores populares, evitando la concentración del ingreso en los estratos sociales alto y medio.

Discutamos aquí sobre el fenómeno de la migración campesina hacia las ciudades, en buena parte por falta de tierra, produciéndose así nuevos focos de miseria en las urbes.

Discutamos aquí sobre la urgente y necesaria regulación de los hábitos de consumo de algunos grupos sociales, que ponen en peligro la estabilidad económica del país.

Discutamos aquí cómo desarrollar un sindicalismo más fuerte, independiente y responsable, plenamente identificado con la lucha del país por superar el subdesarrollo.

Discutamos aquí sobre el futuro del régimen municipal y la conveniencia de dotar a la municipalidad de una autonomía financiera, al igual que goza hoy de una autonomía política.

Discutamos aquí sobre cómo evitar que la impaciencia y la intolerancia de algunos sectores sociales puedan poner en peligro la estabilidad de nuestro sistema político, al acudir constantemente a la violencia.

Discutamos aquí, en fin, sobre el papel que debe jugar en el futuro desarrollo costarricense el obrero, el campesino, el intelectual, el artesano, el industrial, el comerciante, el profesional y el maestro.

Señor Presidente, señores Diputados:

Tengamos siempre presente que somos los representantes del pueblo, y ese pueblo está mirándonos. El prestigio y la eficiencia de este Poder depende de nuestra conducta.

He calificado este año como un año perdido en la historia. Y pienso con dolor, que el primer poder de la República no escapa a ese juicio. Ese pueblo que hoy nos mira no ignora que los temas nacionales a que antes me referí nunca han sido discutidos en este foro. Y es casualmente la ausencia deliberada del análisis del estos temas, en que se centran los más serios y urgentes problemas del país, lo que ha hecho que éstos se agudicen, se tornen más conflictivos y más difíciles de resolver.

Nos encontramos frente a un gobierno que le teme al Parlamento, porque no cree que es en este plenario en donde por mandato popular se debe buscar la transacción, el compromiso, la búsqueda del consenso, el caminar de la patria. ¡Cuán gris es el horizonte que hoy enfrenta Costa Rica, si hemos de reconocer que quienes le temen al parlamente, le temen a la democracia!

Señores Diputados:

Terminemos con el temor al Parlamento, con el temor a la democracia, que solo así podremos evitar otro año perdido en la historia.