Resumen del discurso pronunciado por el Dr. Oscar Arias Sánchez, Ministro de Planificación Nacional y Política Económica, el 23 de febrero de 1976, en el acto inaugural del II Congreso Agronómico Nacional, en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Costa Rica, en la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio, San Pedro de Montes de Oca, San José.
Utilidad evidente
Resulta evidente la utilidad que la investigación tiene para un país en vías de desarrollo como el nuestro. Ahorrar en investigación es ahorrar en progreso. Costa Rica no puede darse el lujo de ahorrar en investigación, porque no le es posible detener el crecimiento económico que demandan, cada día con mayor intensidad, nuestras comunidades. Basta con volver los ojos hacia sociedades más rica para darse cuenta de que su riqueza deriva del hecho de que dedican suficientes recursos económicos, financieros y humanos a la investigación en todos los campos.
Defectos de la educación en Costa Rica
En nuestro caso, infortunadamente, la educación transmite conocimientos, pero no crea conocimientos. Reparamos más en la cantidad de personas que deseamos preparar, que en la calidad de educación de que las proveemos. Es posible que la explosión demográfica experimentada por el país nos haya obligado a llenar de alumnos las aulas universitarias y que, por su parte, los profesores se hayan visto abocados preferentemente a preparar sus lecciones y hayan descuidado sus tareas en el campo de la investigación. El país cuenta con tres centros de enseñanza superior que albergan a 40.000 alumnos. Este dato prueba el enorme esfuerzo que se ha hecho por democratizar el más alto nivel de educativo, por el cual, desde luego, hemos tenido que pagar un elevado precio: la baja calidad de la enseñanza. Este fenómeno se agudizará indubitablemente en lo futuro, a causa de la decisión tomada por las autoridades universitarias en el sentido de aumentar a 70.000 el número de alumnos hacia finales de la década presente. Una política de ese tipo implica, querámoslo o no, que la calidad de la enseñanza superior bajará de grado. De ahí, pues, la importancia de redoblar esfuerzos para dedicar más tiempo y más dinero a la investigación, sobre todo en facultades tan vitales como la de Agronomía.
Nos hemos contentado con adoptar la tecnología, pero no nos hemos preocupado por adaptarla a nuestras necesidades. En este aspecto, no podemos perder e vista que la investigación se realiza en países ricos, con patrones de consumo y valores culturales muy distintos de los nuestros.
Dependencia económica y cultural
Costa Rica es un país notoriamente dependiente del exterior, no solo en el campo económico, sino también en el cultural. Quizá más grave que la dependencia económica sea la dependencia cultural. Debemos, por lo tanto, apoyar a nuestros científicos, a nuestros técnicos, a nuestros investigadores. En este aspecto, debemos recordar el aforismo de Kwan-Tzu, según el cual «si le damos a un hombre un pez, calmaremos su hambre de hoy, pero si le enseñamos a pescar no tendrá hambre nunca más». Y el hambre no podrá ser desterrada de Costa Rica mientras no dispongamos de más conocimientos, producto de un mayor impulso a la investigación en todos los campos del saber humano.
Retorno a las actividades agropecuarias
La investigación es todavía más importante en el sector agropecuario, pues —dígase lo que se diga—, Costa Rica es todavía un país fundamentalmente agrícola y seguirá siéndolo durante muchos años. A pesar de que el sector ha perdido importancia relativa en las últimas décadas, sigue siendo la principal actividad para el desarrollo económico del país:
Durante los últimos veinte años, ha existido un relativo olvido del campo en Costa Rica, y el proceso de industrialización en que nos empeñamos hace varios años se llevó a cabo sin una adecuada base agropecuaria, pues desarrollamos una industria que no utiliza las materias primas producidas en nuestros campos. Esta política es la causante, en alto grado, de la difícil situación que sufre nuestra balanza de pagos, cuyo déficit actual es en parte consecuencia de ese desequilibrado proceso de industrialización, al punto de que, si no importamos materias primas, perecemos.
Otra de las dificultades que nos aquejan es el problema existente para ampliar la frontera agrícola. El crecimiento demográfico de la Meseta Central tuvo salida hacia el Pacífico Seco y hacia el Pacífico Sur. Ahora es necesario «conquistar» el Trópico Húmedo, es decir, las llanuras de Limón y Sarapiquí, tierras vírgenes en donde las condiciones de vida presentan serias dificultades.
Producción y eficiencia
Ahora bien, el fortalecimiento del sector agrario debe propender a un aumento de la producción y de la eficiencia, por una parte, y a la justicia en la distribución del producto, por otra.
La transmisión de los conocimientos adquiridos mediante un mayor estímulo a la investigación es lo que constituye la verdadera «extensión agrícola». Pero, ¿cómo aumentar la producción y mejorar la productividad? Las soluciones no son fáciles. Quizá por pensar que debemos producir más bienes y servicios, nos hemos olvidado de la eficiencia con que éstos deben producirse. El problema de la eficiencia es complejo. Se dice que una institución es eficaz cuando cumple con sus objetivos, y que es eficiente cuando produce al menor costo posible. Debemos preocuparnos no solo por aumentar nuestra producción, sino también por mejorar nuestra productividad. Es mucho lo que podemos hacer por disminuir los costos unitarios.
Fortalecer la educación agropecuaria
Es necesario fortalecer la educación agropecuaria en todos los niveles: cuarto ciclo, enseñanza técnica y enseñanza superior. Las universidades deben participar activamente en la capacitación de los agricultores, por medio de cursillos, seminarios y otras actividades semejantes, pues de la preparación de los recursos humanos depende en gran medida el aumento de la productividad del país. No basta, a mi juicio, preparar ingenieros agrónomos, topógrafos, peritos agrícolas e ingenieros forestales; es imprescindible capacitar a los trabajadores agrícolas. Esta es la trasmisión de conocimientos que demandan las generaciones futuras, por lo menos en lo que resta de este siglo. Nuestro país requiere un acervo de personas con conocimientos agrícolas. Al fin y al cabo, el desarrollo de una nación depende fundamentalmente de los recursos humanos. En el proceso de desarrollo, lo importante es el hombre. De nada sirve la máquina si no se sabe manejar: una computadora en las manos de un mal programador es como un lápiz en las manos de un analfabeto.
Asistencia técnica estatal
Por otra parte, la asistencia técnica gratuita que el Estado brinda debe destinarse exclusivamente a los medianos y pequeños agricultores, dándoles prioridad a los que estén debidamente organizados en cooperativas y en otro tipo de asociaciones.
Ley de Ordenamiento Agrario y modificación del impuesto territorial
También es necesario brindar estímulos para la capitalización de las explotaciones agropecuarias. Para ello se requiere una modificación del régimen del impuesto territorial vigente, el cual erróneamente castiga al agricultor que desea hacer producir su tierra, mientras premia al ineficiente. Por esto, el Poder Ejecutivo incluyó, en el Proyecto de Ley de Ordenamiento Agrario y Desarrollo Rural que presentó recientemente a la Asamblea Legislativa, un capítulo mediante el cual se propone modificar sustancialmente la base impositiva territorial, haciendo una distinción entre predios urbanos y predios rurales y estableciendo tarifas fijas para diversas regiones, según la vocación agrícola de la tierra. Se pretende, además, suprimir el pago del tributo sobre el valor de las mejoras introducidas en las fincas agropecuarias. Creo que es ésta una de las maneras más efectivas de alcanzar una verdadera reforma agraria.
Inversión pública en el agro
Es de suma importancia orientar la inversión pública hacia el agro, por medio de programas tales como el Programa de Desarrollo Rural, concebido ya por el gobierno, el cual contempla la construcción de caminos rurales, obras de regadío, viviendas e instalaciones para almacenamiento. Es ilógico, además de injusto, continuar, como se ha hecho en los últimos veinticinco años, con la política de canalizar fundamentalmente hacia las zonas urbanas la inversión pública. Desde luego, esa política ha respondido en buena parte a las demandas de los grupos de presión localizados en dichas zonas, como las cámaras, los sindicatos, las cooperativas y otro tipo de asociaciones. El actual gobierno de la República se ha propuesto modificar esta situación, y volcar hacia las zonas rurales el grueso de las inversiones del Estado. Esta actitud responde a la necesidad de solucionar los grandes problemas sociales que comporta la concentración de los habitantes en las zonas urbanas, pero también tiene el propósito de elevar el nivel de vida de las comunidades campesinas, a la vez que se perfeccionan los mecanismos para alcanzar una mayor producción y una más alta productividad en el campo.
Políticas de precios y salarios
Para lograr una mayor justicia distributiva en los beneficios del agro, son muchas medidas que pueden tomarse. Es necesario que la política de precios no se utilice, como en el pasado, para castigar a los productores, pero tampoco para concederles subsidios innecesarios mediante la fijación de precios mayores que los del mercado internacional. Es imprescindible pensar en el consumidor a la hora de fijar los precios de sustentación para los productos agrícolas, pues los precios deben usarse como mecanismo de fomento de la producción, pero sin perjudicar a los consumidores.
De la política de salarios y de la política tributaria depende, al igual que sucede con los precios, el que tengamos una justa o inicua distribución del producto del agro.
Estructura de la tenencia de la tierra
Aun cuando estos factores son condiciones necesarias para lograr una más justa distribución del producto, no son suficientes y, por ello, resulta indispensable modificar la estructura de la tenencia de la tierra, pues es la propiedad uno de los principales determinantes de la riqueza. Los mecanismos tradicionales de distribución del ingreso son insuficientes. Costa Rica debe decidir si lo que queremos es una sociedad de proletarios o una sociedad de propietarios: de pequeños, medianos y grandes propietarios, pero en donde los medios de producción estén distribuidos de la manera más equitativa posible.
Ninguna de estas ideas es nueva, pero, como funcionario público y como ciudadano, estoy interesado en ellas en la medida en que me preocupo por el desarrollo que necesita nuestro país para los próximos años.
Crecimiento y distribución
Estamos orgullosos del crecimiento experimentado durante las últimas décadas. También nos sentimos satisfechos de que haya habido una distribución más o menos equitativa de ese crecimiento. Hemos creado una clase media poderosa. Los sectores marginados están hoy en mejores condiciones que hace algunos años, aunque en términos relativos la distribución de la riqueza ha favorecido fundamentalmente a la clase media: más a los sectores medios burocráticos y menos a los sectores medios productivos. Esto último nos invita a meditar un poco acerca de la necesidad de fortalecer al sector medio productivo: el pequeño cafetalero, el pequeño empresario azucarero, el pequeño arrocero, en fin, el pequeño agricultor.
Eficiencia del sector público y proceso de cambio
Poco de lo que he dicho se puede lograr si no alcanzamos una mayor eficiencia en el sector público, de tal modo que la planificación, la coordinación interinstitucional y la regionalización de los servicios estatales funcionen real y eficazmente. Tampoco se puede lograr el perfeccionamiento del agro si no se produce y consolida la organización de los pequeños y medianos campesinos, pues son ellos los llamados a defender sus propios intereses. El nocivo paternalismo estatal que se ha introducido en Costa Rica debe ser erradicado.
El proceso de cambio debe producirse a manera costarricense, «a la tica», mediante el diálogo y la transacción. Ni nos convienen —ni estamos interesados en ellos— los patrones foráneos o exóticos que han demostrado ser un fracaso en otras latitudes. Debemos aspirar a una «revolución posible», concordante con nuestro sistema democrático y nuestras más puras tradiciones civilistas.
Para este proceso, como todo fenómeno, se requiere un agente de cambio. El ingeniero agrónomo es al agro lo que el surco es a la simiente. Es indudable que este cambio no puede lograrse sin la activa participación y el compromiso valiente del ingeniero agrónomo.